«QUIEN QUIERA VENIR CONMIGO QUE TOME
SU CRUZ Y ME SIGA»
Seguir a Cristo es siempre exigencia del Amor. Jesús nunca es duro pero
siempre es exigente porque cree en la persona y en su capacidad con la
ayuda necesaria de la gracia de vivir con los sentimientos del corazón
de Cristo.
Dicen los
maestros espirituales que cuando se comienza en la vida cristiana, los
primeros balbuceos se subraya la vida penitencial.
Recordemos a los santos. Siempre con un cierto
voluntarismo pelagiano en los comienzos todo era fuerza. Aquella frase de
un monje que decía, al principio creía que lo que tenía virtudes y lo
que tenía era fuerza, ahora de mayor que tengo menos fuerza, creo que
tengo un poco más de virtudes.
Jesús lo que nos habla claramente es de abnegación, de
negarse a sí mismo, de seguirle sin voluntad propia, sino cargando con la cruz
de nuestra pobreza y debilidad y seguirle expropiado, despojado, podado de todo
aquello que nos impide crecer en vida y santidad. La penitencia tiene
sus momentos, su tiempo y su utilidad, que poco a poco se situar como medio
para vivir la caridad. La abnegación, el
negarse a sí mismo, cada vez toma más derecho de ciudadanía de quien
quiere identificarse con Cristo, que vino a cumplir la
voluntad del que había enviado. La vida penitencial se subraya en los
principiantes, la vida de abnegación siempre. Incluso en la mayor
altura de unión con Cristo existe la lógica del Amor de Dios, de vivir
cumpliendo en docilidad sus proyectos y no los nuestros.
Mateo sigue
con sus enseñanzas en la vivencia eclesial siguiendo a Cristo muerto y
resucitado. Es siempre la llamada que dirá más tarde San Pablo, ya no soy
yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí. Es esa presencia
trinitaria la que nos lleva a vivir en una ruptura con nuestro egoísmo, de
querer salirnos siempre con la nuestra, para que se haga en nosotros, como
en María, la voluntad del Señor.
+ Francisco Cerro Chaves - Arzobispo de Toledo
Primado de España
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