TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

miércoles, 31 de octubre de 2018

CONVOCANDO VIGILIA GENERAL EXTRAORDINARIA



TODOS LOS SANTOS Y DÍA DE LOS DIFUNTOS


     Nos acercamos al mes de noviembre. Un mes que comenzamos con el recuerdo de la muerte y de nuestros difuntos. Aunque de hecho el mes comienza no con la conmemoración de los fieles difuntos –día 2-, sino con la gozosa celebración de todos los santos –día 1-. Es decir, que anteponemos la vida a la muerte; la vida en Dios, en el cielo, de quienes se abrieron, en la vida y en la muerte, a su bondad y a su misericordia, en la fe, la esperanza y el amor. Las dos celebraciones nos sitúan ante el misterio de la muerte y nos invitan a renovar nuestra fe y esperanza en la vida eterna. 
     En la fiesta de Todos los Santos celebramos los méritos de todos los santos. Eso significa sobretodo celebrar los dones de Dios, las maravillas que Dios ha obrado en la vida de estas personas, su respuesta a la gracia de Dios, el hecho de que seguir a Cristo con todas las consecuencias es posible. Una multitud inmensa de santos canonizados y otros no canonizados. Ellos han llegado a la plenitud que Dios quiere para todos. Celebramos y recordamos también la llamada universal a la santidad que nos hace el Señor: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5, 48).
     En el Día de Difuntos, la Iglesia nos invita a rezar por todos los difuntos, no sólo por los de la familia o los seres más cercanos, sino por todos, incluyendo especialmente a aquellos de los que nadie hace memoria. La costumbre de orar por los difuntos es tan antigua como la Iglesia, pero la fiesta litúrgica se remonta al 2 de noviembre de 998 cuando fue instituida por san Odilón, monje benedictino y quinto abad de Cluny en el sur de Francia. Roma adoptó esta práctica en el siglo XIV y la fiesta se fue expandiendo por toda la Iglesia. En este día contemplamos el misterio de la Resurrección de Cristo que abre para todos el camino de la resurrección futura.
     En estos días, una de nuestras tradiciones más arraigadas es la visita a los cementerios para cumplir con los familiares difuntos. Momento de oración, momento para el recuerdo de los seres queridos que nos han dejado, momento de reunión familiar
     Estas tradiciones y costumbres tan nuestras se ven desde hace algún tiempo invadidas por las que llegan de otros lugares, que son popularizadas por el cine y la televisión y que parecen teñidas de superficialidad y consumismo. No es mi intención minusvalorarlas, pero sería una lástima que un planteamiento meramente lúdico entre la broma y el terror a base de calabazas, calaveras, brujas, fantasmas y otros seres terroríficos, acabe desplazando las seculares tradiciones de nuestra tierra, más fundamentadas en la convivencia y el encuentro festivo con la familia y los seres queridos; en la oración por nuestros difuntos, y en la contemplación de Dios, el Santo, que nos llama a la perfección.
+ Josep Àngel Saiz Meneses, Obispo de Terrassa. (De una carta Pastoral)

viernes, 26 de octubre de 2018

DOMINGO 28 DE OCTUBRE DE 2018, 30º DEL TIEMPO ORDINARIO

«HIJO DE DAVID, TEN COMPASIÓN DE MÍ»


     La “oración de Jesús” está muy extendida por Oriente. Consiste en repetir una y mil veces la invocación a Jesús: “Jesús, Hijo del Dios vivo, ten misericordia de mí que soy un pecador”. El “Peregrino ruso” es un relato anónimo de mediados del siglo XIX, que cuenta el camino de un peregrino en el deseo de identificarse plenamente con Jesús. Es uno de los libros más leídos en el mundo ortodoxo, válido plenamente para un católico. Y la oración de este peregrino es la “oración de Jesús”, a la que aludimos.
     Esa oración está fundada en el Evangelio, precisamente en el Evangelio de este domingo, en el que el ciego de Jericó, al oír tumulto por el camino, pregunta por Jesús y se dirige a él gritando: “Hijo de David, ten compasión de mí”. Es una oración centrada en Jesús, es una invocación a Jesús, invocado como Hijo de Dios, como Hijo de David, como Señor (Kyrie). Y al mismo tiempo es un reconocimiento humilde de las propias necesidades, de nuestra condición pecadora: soy un pecador. La relación entre ese Jesús y yo se resuelve en su misericordia: ten misericordia de mí (eleison).
     Es lo que hizo el ciego de Jericó. Se dirige a Jesús con plena confianza, con absoluta confianza. Él me puede curar, sólo él puede curarme, no puedo dejar pasar esta oportunidad en mi vida. El pasa por el camino de mi vida y le grito: ten compasión de mí, que soy un pecador. Cuando Jesús se acerca a aquel ciego, le pregunta: Qué puedo hacer por ti. Y el ciego le responde: Señor, que pueda ver. Y Jesús le devuelve la vista, diciéndole: Tu fe te ha curado. El poder de la curación es de Dios, la fe es el clima en el que Dios realiza el milagro.
     A veces no sabemos cómo orar. He aquí una lección preciosa de oración por parte del ciego de Jericó. Muchas veces acudimos a la oración llenos de preocupaciones, de ruidos, alterados por tantas actividades. Muchas veces acudimos a la oración como quienes andan sobrados en todo, como el que acude a por una ayudita, que nunca viene mal. Sin embargo, a la oración hemos de ir como el ciego de Jericó, conscientes de nuestras carencias y necesidades. Nadie nos puede curar, sólo Dios, sólo Jesús tiene en sus manos poder para curar nuestros males, para alcanzarnos lo que necesitamos. A la oración hemos de acudir como un verdadero indigente, que busca la salvación en quien puede dársela.
     Dios está deseando darnos lo que le pedimos, si es para nuestro bien. Dios no es tacaño, sino que es generoso en darnos gracia abundante para llevarnos a la santidad plena. Sin embargo, Dios a veces se hace rogar. Comenta san Agustín que cuando Dios tarda en concedernos aquello que es bueno para nosotros, su tardanza es para nuestro bien, porque es una tardanza para ensanchar nuestro deseo y nuestra capacidad de recibir aquello que nos va a conceder. La tardanza juega a nuestro favor, pues la gracia concedida colmará el deseo, que va agrandándose a medida que se difiere.
     La mayor dificultad para alcanzar las gracias que Dios quiere concedernos está en nuestra soberbia. Tantas veces creemos que no necesitamos, otras tantas cuando acudimos a pedirlo pensamos que se nos ha de conceder al instante. Si así fuera, nos atribuiríamos a nosotros mismos aquello que es gracia y regalo del Señor. Por eso, a la oración hemos de acudir con plena confianza, sabiendo que Dios nos va a dar lo que más nos conviene, y si tarda, es porque quiere dárnoslo más abundantemente. A la oración hemos de acudir como verdaderos mendigos, que se sienten carentes de todo y piden lo que necesitan a quien puede dárselo.
     El ciego de Jericó es un ejemplo elocuente de oración: Hijo de David, ten compasión de mí. “Señor Jesús, Hijo del Dios vivo, ten compasión de mí, que soy un pecador”, dice el peregrino ruso, repitiéndolo miles y miles de veces como una jaculatoria. En la Misa ha quedado resumida esta plegaria: Kyrie eleison (Señor, ten piedad). Acudamos a quien quiere darnos sus dones con la humildad de quien se siente mendigo.
Recibid mi afecto y mi bendición:

+ Demetrio Fernández - Obispo de Córdoba


LA ORACIÓN MÁS ANTIGUA DIRIGIDA A LA VIRGEN.
                                                                                            
“Sub tuum praesidium”
                                                           (Continuación)



     Resulta impresionante rezar esta oración, sabiendo que los cristianos la rezaban ya, por lo menos, en el año 250 d.C., que es la fecha en la que Edgar Lobel dató el papiro en el que se encontraba.
     Nosotros no la hemos recibido de los arqueólogos, sino de la tradición de la Iglesia, a través del latín en el caso de la Iglesia Latina o del griego y el eslavonio antiguo en Oriente.
     Resulta agradable, sin embargo, que la arqueología nos muestre una vez más que la tradición no es algo inventado, sino que verdaderamente nos transmite la herencia que los primeros cristianos recibieron de Cristo y de los Apóstoles.

Theotokos, la Madre de Dios.

     La oración Sub tuum praesidium es un testimonio entrañable, probablemente el más antiguo y el más importante en torno a la devoción a Santa María.
     Se trata de un tropario (himno bizantino) que llega hasta nosotros lleno de juventud. Es quizás el texto más antiguo en que se llama Theotokos (Madre de DioS) a la Virgen, e indiscutiblemente es  la primera vez que este término aparece en un contexto oracional e invocativo.
    G. Giamberardini, especialista en el cristianismo primitivo egipcio, en un documentado estudio ha mostrado la presencia del tropario en los más diversos ritos y las diversas variantes que encuentra, incluso en la liturgia latina.
     La universalidad de esta antífona hace pensar que ya a mediados del siglo III era usual invocar a Santa María como Theotokos, y que los teólogos, como Orígenes, comenzaron a prestarle atención, precisamente por la importancia que iba adquiriendo en la piedad popular. Simultáneamente esta invocación habría sido introducida en la liturgia. En el rito romano, su presencia está ya testimoniada en el Liber Responsalis, atribuido a San Gregorio Magno y es copiado en el siglo IX en la siguiente forma: “Sub tuum praesidium confugimus, Sancta Dei Genitrix”. Algunos manuscritos de los siglos X y XI, presentan unas deliciosas variantes de esta oración, manteniendo intacta la expresión Santa Dei Genitrix, en estricta fidelidad a la Theotokos del texto griego.
     Se trata de traducciones fidelísimas del texto griego, tal y como aparece en el rito bizantino, en el que se utiliza la palabra griega eysplagknían, para referirse a las entrañas misericordiosas de la Madre de Dios. La consideración de la inmensa capacidad de las entrañas maternales de la Madre de Dios está en la base de la piedad popular que tanta importancia dio al título Theotokos para designar a la Madre de Jesús.
     Y quizás como lo más importante sea el hecho de que el testimonio del Sub tuum praesidium levanta la sospecha de que el título Theotokos se origina a mediados del siglo III en la piedad popular como invocación a las entrañas maternales de Aquella que llevó en su seno a Dios. Esta vez, quizás, la piedad popular fue por delante de la Teología. Al menos, es muy verosímil que así fuese.
     Los fieles que, con sencillez, rezan esta oración a la Sancta Dei Genitrix, la Theotokos, la Madre de Dios,  porque la han recibido de manos de la Iglesia, son los que están más cerca de lo que transmitieron los primeros cristianos y, por lo tanto, más cerca de Cristo.
     La versión latina esta oración ha sido inmortalizada en la música especialmente por Antonio Salieri y Wolfgang Amadeus Mozart.


FUENTES:Lucas F. Mateo-Seco, La devoción mariana en la primitiva Iglesia.