TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 29 de abril de 2017

DOMINGO 30 DE ABRIL, 3º DE PASCUA


«QUÉDATE CON NOSOTROS, PORQUE ATARDECE»

     
        El síndrome de Emaús es una enfermedad que, a veces, se sufre en la Iglesia cuando en vez de ser una Iglesia en salida y búsqueda es una Iglesia en retirada y huida.
    Aquellos dos, los de Emaús, iban con todas las desesperanzas posibles que puede albergar el corazón humano y que, de una u otra manera, se llama cruz. La cruz siempre es un escándalo en el corazón humano que parece obstruido para creer y para lanzarse en los brazos amorosos del Padre. El razonamiento nuestro es tan simple como el mecanismo del chupete de un niño. Dios nos quiere mucho cuando todo nos va bien y no nos quiere nada cuando sufrimos y nos va mal.
     Aquel peregrino de Emaús caminó con ellos. Les escucha y sencillamente está a su lado en las duras y en las maduras. Son capaces de contar lo que les pasa, pero no son capaces de integrarlo porque les falta la fe que les lance a integrar la cruz en el camino de la vida.
     La palabra que dicen todos los desesperados de la vida y que se escucha en todos los Emaús del mundo y de la historia es: “nosotros esperábamos”. Hemos seguido a quienes nos han decepcionado y ahora caminamos sin rumbo hacia no sabemos ni dónde ni cómo. Se ha esfumado todo como un sueño. Viven en la profunda decepción del corazón.
     Jesús les da una lección de catecismo. Les explica, a la luz de las Escrituras, su vida y ante las palabras “nosotros esperábamos” de todos los que dicen que buscan y no encuentran, el Señor nos dice que “era necesario”. Todo lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en nuestra vida era necesario “para entrar en su gloria”, para seguir a Jesús en todos los momentos de la vida, cuando amanece o cuando oscurece en nuestra vida, siempre podremos decirle al Señor:Quédate con nosotros porque atardece y el día declina en nuestras vidas.
     Al final del camino, como al pueblo de Israel, el Señor nos alienta con el maná, con el Pan de Vida, con la Eucaristía, la locura de un Amor que se hace pan partido y sangre derramada por la vida del mundo.
     Caminaron su vida y, el encuentro con el Peregrino de Emaús, les hizo volver al cenáculo, a la comunidad, a la Iglesia que les va a decir, también a ellos, que Jesús está suelto por ahí, que la meta es Él. Que está vivo y coleando y sólo quien tenga los ojos del corazón abiertos y no torpes a sus inspiraciones, se le puede encontrar en todos los caminos de la vida. Sólo hay que sentarse a su lado y dejar que, partiendo el pan, estalle en nuestros ojos la Luz de su Amor para decir una y otra vez: ¡ES ÉL! ¡Qué torpes de no reconocerle!
+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres 


domingo, 23 de abril de 2017



ABRIL 2017

«Quédate con nosotros, porque atardece» (Lc 24, 29).

Es la invitación, dirigida a un desconocido en el camino desde Jerusalén al pueblo de Emaús, por dos compañeros de viaje que «conversaban y discutían» sobre lo que había sucedido en la ciudad en los días anteriores.
Parecía ser el único que no sabía nada, y por eso los dos, que aceptan su compañía, le hablan de «un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo» en el cual habían depositado su confianza. Había sido entregado por los jefes de sus sacerdotes y por las autoridades judías a los romanos, y luego condenado a muerte y crucificado (cf. Lc 24, 19ss.). Una tragedia enorme cuyo sentido no eran capaces de entender.
A lo largo del camino, el desconocido los ayuda a captar el significado de aquellos acontecimientos a partir de la Escritura y enciende de nuevo la esperanza en sus corazones. Al llegar a Emaús, lo retienen para cenar: «Quédate con nosotros, porque atardece». Mientras están a la mesa juntos, el desconocido bendice el pan y lo comparte con ellos. Un gesto que permite reconocerlo: ¡el Crucificado estaba muerto y ahora ha resucitado! E inmediatamente los dos cambian de planes: vuelven a Jerusalén a buscar a los demás discípulos y darles la gran noticia.
También nosotros podemos sentirnos desilusionados, indignados, desanimados por una sensación trágica de impotencia ante las injusticias que golpean a personas inocentes e inermes. En nuestra vida no faltan el dolor, la incertidumbre, la oscuridad... ¡Y cómo nos gustaría transformarlos en paz, esperanza y luz para nosotros y para los demás!

«Quédate con nosotros, porque atardece»

¿Queremos encontrar a Alguien que nos entienda hasta el fondo y nos ilumine el camino de la vida?
Jesús, el Hombre-Dios, para estar seguro de llegar a cada uno de nosotros en lo profundo de su situación, aceptó libremente pasar, como nosotros, por el túnel del dolor. Del dolor físico, pero también del interior, desde la traición de sus amigos hasta sentirse abandonado (cf. Mt 27, 46; Mc 15, 34) por ese Dios al que siempre había llamado Padre. Gracias a esa confianza inquebrantable en el amor de Dios, superó ese inmenso dolor y se volvió a entregar a Él (cf, Lc 23, 46). Y de Él recibió nueva vida.
       También a nosotros nos ha llevado por este mismo camino y quiere acompañarnos:
«…Él está presente en todo lo que sabe a dolor... Procuremos reconocer a Jesús en todas las angustias y penurias de la vida, en cualquier oscuridad, en las tragedias personales y de los demás, en los sufrimientos de la humanidad que nos rodea. Son Él porque Él las ha hecho suyas... Bastará con hacer algo concreto por aliviar sus sufrimientos en los pobres... para encontrar una nueva plenitud de vida».
Cuenta una niña de siete años: «Me dolió mucho cuando a mi padre lo metieron en prisión. Amé a Jesús en él y por eso no lloré delante de él cuando fuimos a visitarlo».
Y una joven esposa: «Acompañé a Roberto, mi marido, en sus últimos meses de vida tras un diagnóstico sin esperanza. No me alejé de él ni un segundo. Lo veía a él y veía a Jesús... Roberto estaba en la cruz, realmente en la cruz». El amor recíproco de ellos se convirtió en luz para sus amigos, los cuales se vieron envueltos en una carrera de solidaridad que no se ha interrumpido desde entonces, sino que se ha extendido a otros y se ha plasmado en una asociación de promoción social, «Abrazo planetario». «La experiencia vivida con Roberto -dice un amigo suyo- nos ha llevado a recorrer un auténtico camino hacia Dios. Muchas veces nos preguntamos qué sentido tienen el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. Creo que todos los que han recibido el regalo de recorrer este trecho de camino junto a Roberto tienen ahora muy claro cuál es la respuesta».
En este mes todos los cristianos celebrarán el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Es una ocasión para avivar nuestra fe en el amor de Dios, que nos permite transformar el dolor en amor; cualquier desgarro, separación, fracaso y hasta la muerte, pueden convertirse también para nosotros en fuente de luz y de paz. Seguros de la cercanía de Dios a cada uno de nosotros en cualquier situación, repitamos con confianza la oración de los discípulos de Emaús: «Quédate con nosotros, porque atardece». 

                                                                                                            Leticia Magri

viernes, 21 de abril de 2017

DOMINGO 23 DE ABRIL, 2º DE PASCUA - DE LA DIVINA MISERICORDIA

«PAZ A VOSOTROS»


     Tomás es el apóstol que siempre está en crisis, que siempre tiene dificultad para aceptar la autoridad y no está donde tiene que estar ¿dónde estaba Tomás cuando Jesús se aparece y se pone en medio de la comunidad?
     El saludo de Jesús es: “Paz a vosotros”. Cristo Resucitado, vencedor en mil batallas, es  nuestra Paz, es la alegría de saber que detrás de la noche y de la muerte viene galopando la Aurora y la Vida.
     Tomás va a poner como condición para creer Tocar. Es decir comprobar, tener una experiencia tumbativa de que es Él. Quiere tener la fe del teólogo que busca entender y que sabe que la fe es un misterio, pero “razonable”. Por eso exige Tocar, comprobar. No es fácil el aceptar que un muerto resucite así como así. Es curioso que Jesús acepta el deseo de tocar el costado, el que entre en su corazón, el que compruebe que allí hubo una lanzada y, sobre todo, que sigue abierto el costado de Cristo. Tanto es así que cae de rodillas y dice la mayor declaración de fe de toda la Biblia en la divinidad de Jesús Resucitado: “Señor mío y Dios mío”. Su búsqueda de certeza descubre y se hace evidente al ponerse humildemente de rodillas ante el Corazón abierto de Cristo.
     Probablemente, Tomás hubiera pedido a Jesús, por su individualismo que le hace siempre estar en crisis con la comunidad, que el Resucitado se le hubiese aparecido sólo a Él y en un rincón del cenáculo. Sin embargo, aquí sí que Jesús no cedió ni un ápice, se presentó resucitado, pero en medio de la Iglesia, de la comunidad para hacernos descubrir que vive y lanzarnos a contárselo al mundo.
     Cuando se vive a Jesús en medio de la comunidad y se toca su Corazón de rodillas como signo de una profunda humildad y adoración, entonces se estrena el gozo de la vida nueva con el Resucitado.
     Santo Tomás, un hombre bueno y preparado, sin embargo siempre es jarrón de agua fría para la comunidad. Estas personas, como Tomás suelen estar frecuentemente en nuestras comunidades, parroquias, asociaciones, ámbitos diocesanos y suelen siempre, para creer, exigir el tocar, es decir el comprobar, es como si quisieran decirnos que ellos son de distinta pasta y se instalan en la queja o en la crisis abierta con los que mandan, con los que tienen autoridad y exigen, a veces, pruebas a las que sólo se llega cuando humildemente nos ponemos de rodillas delante del Misterio y adoramos.

+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres