TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 24 de febrero de 2018

DOMINGO 25 DE FEBRERO DE 2018, 2º DE CUARESMA



«MAESTRO, ¡QUÉ BUENO ES QUE ESTEMOS AQUÍ!»



     La versión de la Transfiguración que hace Marcos es de una sencillez y de una profundización encantadora. Jesús sube al Monte de la Transfiguración con los tres íntimos. Es una catequesis bautismal que se les explicaba a los catecúmenos antes de recibir el Bautismo, en la noche de Pascua, para decirles que subir al monte, que está en el camino de Jerusalén, Monte de la Transfiguración, exige bajar al valle de la desfiguración, a la cruz para resucitar.
     Es la única escena de todo el Evangelio donde se presenta la Humanidad de Jesús con el adelanto de la Glorificación. Es el Dios hecho Hombre antes de la muerte y resurrección, que nos habla de que tenemos que llegar hasta el final de nuestra entrega.
     El CONTIGO AQUÍ que le hace decir a Pedro lo bien que se está siempre con el Señor, es tanto para Oriente como para Occidente, la explicación de lo que es la vida consagrada, la vida dedicada sólo al Señor que te hace exclamar: ¡Qué bien se está, Señor, contigo aquí!.
     Cuando no se descubre esta vida con Dios es muy difícil dedicarse totalmente al Señor en el monte de la contemplación y en el valle de la desfiguración. Sólo dedicando la vida a Cristo nuestra vida se transforma. Pero, sólo cuando nos lleva a contar su Misericordia camino de Jerusalén es cuando percibimos la profunda llamada del Señor a pertenecerle siempre, aquí y en la eternidad.
     Es, en la intimidad del Señor del Monte, donde se nos descubren los grandes secretos de su Corazón. Seremos transfigurados para vivir con los sentimientos del Corazón de Cristo, que nos lanza a bajar y caminar cercano a nuestros hermanos en el camino de la vida tejida de dolor y de resurrección.
     Jesús les revela, les adentra en la vida de oración. Tiene que padecer para entrar en la resurrección. Ellos no se enteran, pero se van poco a poco enterando. Se ve que, envueltos en un misterio por la intimidad en el monte, “lo entenderán más tarde”. Nadie sabe del profundo Amor de Cristo que  nos lanza a vivir en la alegría de experimentarse hijos amados, escogidos, predilectos del Señor  y, a la vez, llamados a seguirle hasta la muerte y resurrección.

+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres


REFLEXIONES PARA LA ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA



FEBRERO: Eucaristía y Doctrina Social de la Iglesia
 
     El designio de amor de Dios para la humanidad marca el título y contenido del capítulo 1º del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia.
La base de la Doctrina social es el Humanismo cristiano, que lejos de precisar negar a Dios para poner en valor al ser humano (como pretende el humanismo ateo), parte del amor de Dios para la humanidad para fundar y manifestar la belleza y dignidad de la persona humana, de cada hombre y mujer que vienen a la vida.

El designio de amor de Dios para la humanidad.

     No toda religión es capaz de engendrar un humanismo. Muchas concepciones religiosas o filosóficas, para nosotros incompletas o erradas, diluyen al ser humano en la naturaleza o lo presentan como un simple esclavo, al capricho de un dios o poder que lo utiliza. El actual transhumanismo (más allá del humanismo), terriblemente pesimista (en lo antropológico), invita a poner la esperanza en la autoinmolación de la humanidad, para dar lugar a una pretendida nueva realidad, que siendo pura hechura humana, llegaría a superar al hombre mismo. Esta fe tecnológica levanta sus cimientos sobre el dar por sentada la visión más reductiva y sesgada de lo que es el ser humano. Hay algo demoníaco en todo esto. Lo mismo hemos de decir de ciertas tendencias ecologistas para las que el problema del planeta es el ser humano y no dudan en sacrificar a éste, con tal de salvar al resto. La encíclica Laudato  (24 mayo 2015) del Papa Francisco es una contundente réplica a este ecologismo antihumano.
     Ante los verdaderos y urgentes problemas de las injusticias, las guerras, las hambrunas, la crisis económica, los desequilibrios norte/sur, las migraciones masivas con sus millones de refugiados, la Iglesia tiene que seguir apostando por cada ser humano y su dignidad. Pero ha de tener en cuenta que no puede limitar su acción a asistir, aunque ésta sea una tarea urgente e ineludible, pero tenemos que hacer más. Tenemos que proponer una verdadera esperanza: Jesucristo, evangelio de la esperanza. Éste es el gran tesoro que la Iglesia administra con el encargo de hacerlo a favor de todos y siempre. Y Cristo ofrecido íntegramente. Por eso estamos obligados personal y, sobretodo, eclesialmente a ofrecer y construir la verdad sobre el ser humano y el mundo, sobre su ser y su obrar, su presente y futuro, como la alternativa a las propuestas de los falsos humanismos o del posthumanismo / transhumanismo.
     El Compendio al desarrollar este punto sigue primeramente un itinerario por la Historia de la Salvación: 1º La acción liberadora de Dios en la historia de Israel; y 2º Jesucristo, cumplimiento del designio de amor del Padre. Para entrar luego a analizar conceptos y responsabilidades diversas: La persona humana en el designio de amor de Dios; Designio de Dios y misión de la Iglesia. Viendo estos contenidos se comprende hasta qué punto la Eucaristía, celebrada y vivida a lo largo de cada Año Litúrgico, está totalmente implicada en estos contenidos y ayuda a vivirlos y hacerlos realidad en los fieles y en el mundo.
     La Celebración de la Eucaristía hace presente a Cristo y configura a la Iglesia como su Esposa y Cuerpo, particularmente a través de la Comunión. La Adoración realiza una suerte de recolocación del ser humano ante Dios; nos devuelve a nuestro puesto, su efecto, perfeccionando los actos de fe, esperanza y caridad; posee un efecto redentor y restaurador en quien adora, pero con repercusión, en la misma línea, en su hábitat más cercano e incluso a nivel cósmico.
     La Eucaristía persuade sobre el amor que Dios nos tiene de modo personal y eclesial, no como simple enunciación teórica que se repite, sino como contundente verificación práctica de la misma. En cada Eucaristía (celebrada-comulgada-adorada) Dios entrega su amor, se entrega Él como amor a cada creyente. ¿Cómo no nos estremecemos ante la Eucaristía? Dios dándose, dando a su Hijo en carne y hasta la muerte de cruz. Por eso, la dignidad del hombre, su libertad, su grandeza, se expresan particularmente cuando éste se arrodilla ante la Eucaristía, ante Dios humanado y humillado, ante Dios amor.

Preguntas para el diálogo y la meditación.

¿Conoces la existencia del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, preparado por el Pontificio Consejo “Justicia y Paz (BAC-Planeta, Madrid 2005)? ¿Qué uso haces de él?

¿Tu vivencia de la Eucaristía (celebrada-comulgada-adorada) te hace comprender y vivir el amor de Dios? ¿Das testimonio de ello?

¿Cómo ayudar a descubrir la fuerza redentora y creadora que actúa en el Sacramento? ¿Son nuestras actitudes, en la celebración y en la adoración, una ayuda en este sentido?


miércoles, 14 de febrero de 2018

AL HABLA CON TU OBISPO

Miércoles de Ceniza


Mi querido amigo:
   
     Como sabes ha comenzado la Cuaresma con el Miércoles de Ceniza. La ceniza habla de caducidad, de lo perecedero. La ceniza es también signo de la posibilidad de resurgir. En el fuego quedan siempre en el rescoldo las cenizas. La ceniza simboliza el árbol quemado y calcinado. Fue precisamente en un árbol -el árbol de la cruz- donde Jesucristo fue crucificado. Evoca la cruz y anticipa también la Pascua. El árbol de la cruz es el árbol de la vida. La ceniza nos llama asimismo a la humildad, a la austeridad. Nos alerta sobre el orgullo y la autosuficiencia. ¡Qué más pobre e insignificante que la ceniza! La ceniza nos interpela a poner el fundamento de nuestra existencia en Jesucristo, Hoja y Árbol perennes. Sólo Él nos puede liberar de la destrucción, de la corrupción y de la muerte. Cristo es la verdadera y única medicina de inmortalidad y eternidad. La ceniza es, por tanto, símbolo de conversión. Por eso, al imponer la ceniza, la fórmula más usada es la que dice: “Arrepiéntete y cree en el Evangelio”. 
     De este modo podemos afirmar que la ceniza que Dios quiere, que la ceniza cristiana es que no te gloríes de ti mismo: tus talentos los recibiste para servir; que no te consideres dueño de nada: eres sólo un humilde administrador; que aprecies el valor de las cosas sencillas y humildes, de los pequeños gestos cotidianos; que vivas el momento presente en compromiso y esperanza, vislumbrando en el quehacer de cada día el rostro de la eternidad; que no temas desesperadamente al sufrimiento, al dolor, a la destrucción, a la muerte. La ceniza surge de un árbol y para los cristianos ese árbol no es otro que el árbol de la cruz de Jesucristo, el árbol de la Vida para siempre.
     Deseo que tu corazón vuelva a arder de fe, esperanza y caridad, a la luz de la Palabra de Dios que, como dice Francisco, calienta los corazones fríos con el fuego pascual de la caridad para que resurja de sus cenizas.

      Más unidos que nunca en la oración y suplica en este tiempo ante el Señor. Espero que nos veamos pronto.

                                                     + Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta