TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

jueves, 25 de febrero de 2016

DOMINGO 28 DE FEBRERO, 3º DEL TIEMPO DE CUARESMA



« SEÑOR… UN AÑO MÁS…»
Queridos hermanos y hermanas:

     La liturgia de este tercer domingo de Cuaresma nos presenta el tema de la conversión. En la primera lectura, tomada del Libro del Éxodo, Moisés, mientras pastorea su rebaño, ve una zarza ardiente, que no se consume. Se acerca para observar este prodigio, y una voz lo llama por su nombre e, invitándolo a tomar conciencia de su indignidad, le ordena que se quite las sandalias, porque ese lugar es santo. "Yo soy el Dios de tu padre —le dice la voz— el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob"; y añade: "Yo soy el que soy" (Ex 3, 6.14). Dios se manifiesta de distintos modos también en la vida de cada uno de nosotros. Para poder reconocer su presencia, sin embargo, es necesario que nos acerquemos a él conscientes de nuestra miseria y con profundo respeto. De lo contrario, somos incapaces de encontrarlo y de entrar en comunión con él. Como escribe el Apóstol san Pablo, también este hecho fue escrito para escarmiento nuestro: nos recuerda que Dios no se revela a los que están llenos de suficiencia y ligereza, sino a quien es pobre y humilde ante él.
En el pasaje del Evangelio de hoy, Jesús es interpelado acerca de algunos hechos luctuosos: el asesinato, dentro del templo, de algunos galileos por orden de Poncio Pilato y la caída de una torre sobre algunos transeúntes (cf. Lc 13, 1-5). Frente a la fácil conclusión de considerar el mal como un efecto del castigo divino, Jesús presenta la imagen verdadera de Dios, que es bueno y no puede querer el mal, y poniendo en guardia sobre el hecho de pensar que las desventuras sean el efecto inmediato de las culpas personales de quien las sufre, afirma: "¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? No, os lo aseguro; y si no os convertís, todos pereceréis del mismo modo" (Lc 13, 2-3). Jesús invita a hacer una lectura distinta de esos hechos, situándolos en la perspectiva de la conversión: las desventuras, los acontecimientos luctuosos, no deben suscitar en nosotros curiosidad o la búsqueda de presuntos culpables, sino que deben representar una ocasión para reflexionar, para vencer la ilusión de poder vivir sin Dios, y para fortalecer, con la ayuda del Señor, el compromiso de cambiar de vida. Frente al pecado, Dios se revela lleno de misericordia y no deja de exhortar a los pecadores para que eviten el mal, crezcan en su amor y ayuden concretamente al prójimo en situación de necesidad, para que vivan la alegría de la gracia y no vayan al encuentro de la muerte eterna. Pero la posibilidad de conversión exige que aprendamos a leer los hechos de la vida en la perspectiva de la fe, es decir, animados por el santo temor de Dios. En presencia de sufrimientos y lutos, la verdadera sabiduría es dejarse interpelar por la precariedad de la existencia y leer la historia humana con los ojos de Dios, el cual, queriendo siempre y solamente el bien de sus hijos, por un designio inescrutable de su amor, a veces permite que se vean probados por el dolor para llevarles a un bien más grande.
     Queridos amigos, recemos a María santísima, que nos acompaña en el itinerario cuaresmal, a fin de que ayude a cada cristiano a volver al Señor de todo corazón. Que sostenga nuestra decisión firme de renunciar al mal y de aceptar con fe la voluntad de Dios en nuestra vida.



Benedicto XVI, pp emérito


VOY A COMULGAR...



   El sacerdote ha pronunciado las palabras terribles, que la piedad carnal llama consoladoras: "Señor, yo no soy digno...". Jesús va a llegar, y debo prepararme para recibirlo, y no tengo más que un minuto... dentro de un minuto Él estará en mi morada. 
    Yo no recuerdo haber barrido esta casa, donde Él va a entrar como un rey o "como un ladrón"; pues no sé qué pensar de esta visita. ¿He limpiado siquiera alguna vez mi morada de impudicia y de carne? 
    La miro, con una pobre mirada de espanto, y la veo llena de polvo y basuras. En toda ella hay un olor a putrefacción y a inmundicia. No me atrevo a examinar sus rincones. En los sitios menos oscuros, advierto manchas horribles, antiguas y recientes, que me recuerdan que he masacrado a inocentes, -¡a cuántos inocentes y con qué crueldad!- 
   Las paredes están cubiertas de podredumbre y su fría humedad me hacen pensar en las lágrimas de tantos desdichados que me han implorado en vano, ayer, anteayer, hace diez, veinte, cuarenta años... Pero ¡qué!... Allá, delante de esa puerta descolorida, ¿qué monstruo es ese, que no había visto antes, y que se parece a uno que a veces entreveo en el espejo?...

     ¡Ah, verdaderamente es necesario ser Dios para entrar sin temor a semejante casa!

     ¡Y Él ya está llegando! ¿Cuál será mi actitud, qué voy a decir, qué voy a hacer? Absolutamente nada. 
     Antes de que El haya transpuesto el umbral, yo no estaré ya ahí, habré desaparecido, no sé cómo, pero estaré infinitamente lejos, entre las imágenes de las criaturas. El entrará solo, y limpiará Él mismo la casa, ayudado por su Madre, cuyo esclavo pretendo ser, y que en realidad es mi humilde sierva. Cuando Ellos hayan partido, el Uno y la Otra, para visitar otras cavernas, yo regresaré y traeré otras inmundicias…

LÉON BLOY  (1912 - FRAGMENTO DE SU DIARIO)                           


miércoles, 24 de febrero de 2016

REFLEXIONES PARA LA ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA



CUARESMA. CAMINO DE CONVERSIÓN
“Misericordia, Señor, porque hemos pecado”

     Desde el pasado miércoles de Ceniza hemos comenzado la Cuaresma, y la Iglesia nos invita, en este Año de la Misericordia, a acercarnos al Señor con espíritu contrito, con dolor de nuestros pecados, alimentando nuestros deseos de arrepentirnos y de pedir perdón al Señor, que muere en la Cruz por nosotros.
     Los cuarenta días de Cuaresma traen a nuestra mirada los días de Jesús en el desierto y las tres tentaciones del diablo que quiso padecer, para enseñarnos a vencer todas las tentaciones de pecar, de alejarnos de Él, de ofenderle, que padecemos en nuestra vida. Conscientes de nuestro pecado, entendemos que la Cuaresma:
     “Es un camino, es acompañar a Jesús que sube a Jerusalén, lugar del cumplimiento de su misterio de pasión, muerte y resurrección; nos recuerda que la vida cristiana es un “camino” que recorrer, que consiste no tanto en una ley que observar, sino la persona misma de Cristo, a la que hay que encontrar, acoger, seguir” (Benedicto XVI, Mensaje de Cuaresma 2011).
     Contemplando a Cristo que padece y muere por nosotros, en el Amor que nos tiene, descubrimos que la Cuaresma es un camino de conversión, de una conversión que no es sólo cosa de un instante, de alguna luz fulgurante que nos invite a pensar de nuevo en el sentido de nuestra vida. La conversión es un camino que dura, en realidad, toda la vida.
     El cristiano tiene delante de sí la posibilidad de convertir su vida, la perspectiva de su vida profesional, familiar, vital, espiritual desde un horizonte humano, a un horizonte humano-divino. Ésa es la conversión que nos lleva a abandonar la vida de pecado, y nos abre el camino para vivir siempre con Cristo, para vivir en santidad.
     Esta conversión al anhelo de santidad no es sencillamente cambiar algunos hábitos contrarios a la doctrina del Señor que hayamos podido adquirir: dejar de hablar mal del prójimo; dejar prácticas sexuales contrarias a la moral; recomenzar o mejorar las prácticas de piedad que la Iglesia nos recomienda; dejar de mentir; dejar de robar, etc.
     Todo eso será el fruto de la verdadera conversión que se da en la mente del cristiano, en su corazón y en el horizonte de su memoria, en la medida en que en su actuar se va dejando llevar, no sólo por las luces de su inteligencia, sino por las luces de la Fe, de la Esperanza, de la Caridad, que el Señor nos alcanza con su Muerte y su Resurrección.
      “La conversión es cosa de un instante; la santificación es tarea para toda la vida. La semilla divina de la caridad, que Dios ha puesto en nuestras almas, aspira a crecer, a manifestarse en obras, a dar frutos que respondan en cada momento a lo que es agradable al Señor. Es indispensable por eso estar dispuestos a recomenzar, a reencontrar –en las nuevas situaciones de nuestra vida- la luz, el impulso de la primera conversión” (San Josemaría Escrivá. Es Cristo que pasa. n. 58).
     En el itinerario de la Cuaresma, para este recomenzar de cada día, la Iglesia nos invita a vivir: la oración, la limosna y el ayuno. Tres prácticas de piedad que asentarán en nuestro espíritu las raíces de una verdadera conversión.
     La oración prepara el alma a descubrir en Cristo la luz de Dios; prepara la voluntad a amar en Cristo el Amor de Dios, y en el corazón de Cristo, amar al prójimo. La oración abre en nuestro espíritu el anhelo de vivir siempre en el Señor, el anhelo de la vida eterna. En la oración personal de cada uno de nosotros ante el Sagrario, podemos considerar con el Señor las escenas de su vida que la Iglesia nos invita a meditar en este tiempo de Cuaresma: las tentaciones en el desierto; el encuentro con la Samaritana; la curación del ciego de nacimiento, la Transfiguración en el monte Tabor, la resurrección de Lázaro, etc.
     Meditando estos pasajes, descubriremos que las palabras de Cristo “no pasan”, viviremos con Él en “comunión” que nadie nos podrá quitar, y comprenderemos también que, abandonado el pecado, nos abrimos a la esperanza de la vida eterna.
     La limosna abre el alma a las preocupaciones y a las necesidades de los demás, de nuestros familiares, de nuestros amigos, de nuestros conocidos; y nos mueve a compartir nuestro tiempo, nuestros bienes, sirviendo a los demás: “Quien es de Cristo pertenece a un solo cuerpo y en Él no se es indiferente hacia los demás: “Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él” (1 Cor 12, 26) (Papa Francisco. Mensaje de Cuaresma, 2015).
     Con la limosna, nuestra caridad, que es amor de Dios, crecerá en el amor por el bien de los demás, por el bien espiritual de los demás, por su conversión a Cristo.
     El ayuno, “que puede tener distintas motivaciones, adquiere para el cristiano un significado profundamente religioso: haciendo más pobre nuestra mesa aprendemos a superar el egoísmo para vivir en la lógica del don y del amor; soportando la privación de alguna cosa –y no sólo de lo superfluo- aprendemos a apartar la mirada de nuestro “yo”, para descubrir a Alguien a nuestro lado y reconocer a Dios en los rostros de tantos hermanos nuestros” (Benedicto XVI, Mensaje de Cuaresma 2011).
     Y así nuestro corazón, que ha vivido con Cristo la Cruz, la Pasión, la Muerte, anhela el Cielo, la Vida eterna, en la esperanza de vivir con Cristo su Resurrección.
     María nos ayudará a vivir en oración, limosna y ayuno estos días de Cuaresma; a arrepentirnos de nuestros pecados y acogernos a la Misericordia del Señor, que desde la Cruz nos perdona con todo su Amor. Ella es “auxilio de los cristianos”, y “refugio de los pecadores”; pidámosle con toda confianza que nos envíe al Espíritu Santo que fortalezca en nuestros corazones la decisión de caminar con paso firme y seguro, uniendo nuestros dolores y sufrimientos a la Cruz de Cristo, y nos alcance la gracia de vivir con Ella la alegría de Cristo Resucitado.

Cuestionario

¿Vivo con espíritu de reparación y de penitencia, el ayuno del Miércoles de Ceniza y del Viernes Santo?

¿Soy consciente de que si ofrezco al Señor mis sacrificios y mis dolores, le estoy ayudando a llevar la Cruz por nuestros pecados?

¿Acudo con especial devoción, en este tiempo de Cuaresma, a pedir perdón al Señor de mis faltas y pecados, en el Sacramento de la Reconciliación?