TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 28 de mayo de 2016

DOMINGO 29 DE MAYO, SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO



EN LA EUCARISTÍA NO VENERAMOS UNA IMAGEN, SINO AL MISMO JESÚS


     “Glorifica al Señor Jerusalén, alaba a tu Dios Sión”. Con estas palabras del salmo 147, con que el pueblo de Israel bendecía a Dios después de librarle del hambre en tiempo de sequía, nos señala la liturgia las actitudes de adoración, gratitud y alabanza con que la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, celebra hoy la solemnidad del Santísimo Corpus Christi, (…)
     La Eucaristía es el sacramento de la presencia amorosa de Cristo en medio de nosotros. El Señor está presente en el mundo de múltiples modos: a través de su Palabra, en las comunidades que se reúnen en su nombre, en los ministros que le representan y en cada uno de nuestros hermanos. (…)
     En la Eucaristía no veneramos una imagen, sino al mismo Jesús, vivo, glorioso, resucitado, presente entre nosotros de manera real, verdadera y sustancial. En ella cumple su promesa de estar “con nosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). En ella se nos hace cercano, amigo y compañero de camino.
     En la Eucaristía el Señor no es un objeto de museo cuya belleza nos es dada contemplar. Jesucristo está presente en ella con todo el poder y la gloria del resucitado, con todo el dinamismo de su divinidad. Desde su ocultamiento en las especies de pan y vino es el cauce permanente de la efusión del Espíritu en la Iglesia y en el mundo. En esta mañana del Corpus Christi, honramos en nuestras calles esta presencia divina tan cercana y festejamos llenos de gratitud con nuestros cantos a quien ha querido quedarse para siempre entre nosotros en el sacramento de la Cena.
     En la Eucaristía el Señor está presente corporalmente y tiene derecho a esperar de nosotros una correspondencia proporcionada. Todo lo que somos, incluso nuestra dimensión corporal, debe implicarse en el culto de adoración al Santísimo Sacramento. No nos cansemos de acudir cada día a visitarlo, de doblar las rodillas para adorarlo, de pasar largas horas ante esta presencia estimulante y alentadora, que además abre nuestra vida a una perspectiva de eternidad, porque la Eucaristía es prenda y anticipo de la gloria, en la que estaremos eternamente con el Señor.
     (…) La Eucaristía es además mesa santa en la que el Señor se convierte en alimento del caminante, viático del peregrino y banquete en el que el Señor nos invita a participar cuando nos dice: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tendréis vida en vosotros” (Jn 6,53). Efectivamente, en la última cena Jesús instituye la Eucaristía también como banquete y alimento. Lo hace después de proclamar el mandamiento nuevo y de lavar los pies a los Apóstoles. Con este gesto nos presenta un programa de vida basado en el amor, la entrega a los hermanos, el perdón y el espíritu de servicio. Cuando el Señor propone una tarea, da también la fuerza necesaria para cumplirla. La tarea del amor servicial sólo es posible vivirla con la gracia y la fuerza interior que nos brinda la Eucaristía. Jesús, que se nos entrega en este sacramento, por medio de su Espíritu, infunde en nuestros corazones su propio amor para que hagamos de nuestra vida una donación de amor, para que seamos justos y pacíficos, para que trabajemos por la justicia y por la paz, para que seamos capaces de perdonar, acoger y servir.
     En la solemnidad del Corpus Christi la Iglesia en España celebra el día de Cáritas, el día nacional de la caridad, en este año bajo el lema “Vive la misericordia. Deja tu huella”. Como bien sabéis, queridos hermanos y hermanas, los siete últimos años están siendo especialmente duros para los pobres, los parados, los inmigrantes, los sin techo, y para cientos de familias que sufren las consecuencias de la grave crisis económica de estos años, presentes todavía en nuestros barrios. Los técnicos de Caritas nos dicen que en determinados sectores la pobreza se está cronificando, como nos dicen también que, junto con Rumanía, España está a la cabeza de la pobreza infantil en Europa. Nos señalan también que la emergencia social, que genera tanto dolor, sufrimiento y desesperación no está en absoluto superada. Nuestra participación en la Eucaristía exige de nosotros, más que nunca en este Año Jubilar de la Misericordia, signos de misericordia y compasión, signos de fraternidad, un género de vida más austero, por solidaridad con los que nada tienen y para poder compartir con ellos no sólo lo que nos sobra, sino incluso aquello que estimamos necesario.
     No quiero terminar mi homilía sin recordaros que para acercarnos a este sacramento son necesarias las disposiciones interiores. Nadie puede acceder a él con conciencia cierta de pecado grave. Por ello, en este Año de la Misericordia, con el papa Francisco hemos de recordar a todos que el sacramento de la penitencia, instituido por Jesucristo para el perdón de los pecados, está íntimamente ligado al sacramento del cuerpo y de la sangre del Señor. Después del bautismo y de la eucaristía no hay sacramento más hermoso, ni de más interés pastoral. Queridos hermanos sacerdotes: comencemos valorando y estimando nosotros este sacramento para que lo valoren los fieles.
     (…) Gracias a este sacramento, podemos acercarnos dignamente al sacramento del altar, al que en esta mañana veneramos y honramos en nuestras calles con el culto de nuestras vidas, con nuestras aclamaciones y con nuestros cantos proclamando que Dios está aquí; venid adoradores, adoremos a Cristo redentor. Amén.
+ Juan José Asenjo Peregrina, Arzobispo de Sevilla






lunes, 23 de mayo de 2016



MAYO 2016

«Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo, y Él, "Dios-con-ellos”: será su Dios» (Ap 21,3).

Siempre ha sido este el deseo de Dios: poner su morada entre nosotros, su pueblo. Ya las primeras páginas de la Biblia nos lo muestran descendiendo del cielo, paseando por el jardín y conversando con Adán y Eva. ¿No nos creó para esto? ¿Qué desea el que ama sino estar con la persona amada? El libro del Apocalipsis, que escruta el proyecto de Dios sobre la historia, nos da la certeza de que el deseo de Dios se realizará en plenitud.
Él ya comenzó a poner su morada en medio de nosotros cuando vino Jesús, el Emmanuel, el «Dios-con-nosotros». Y ahora que Jesús ha resucitado, su presencia ya no está limitada a un lugar ni a un tiempo: se ha extendido al mundo entero. Con Jesús comenzó la construcción de una nueva comunidad humana muy original, un pueblo compuesto por muchos pueblos. Dios no solo quiere habitar en mi alma, en mi familia y en mi pueblo, sino entre todos los pueblos, llamados a formar un solo pueblo. Por otra parte, la actual movilidad humana está cambiando el mismo concepto de pueblo. En muchos países el pueblo está compuesto ya por muchos pueblos.
Somos muy diferentes por color de piel, cultura y religión. Muchas veces nos miramos con desconfianza, recelo o miedo. Hacemos la guerra unos contra otros. Pero Dios es Padre de todos, nos ama a todos y a cada uno. No quiere habitar con un pueblo -«por supuesto, el nuestro», podríamos pensar- y dejar solos a los demás pueblos. Para Él somos todos hijos e hijas suyos, una única familia.
Así pues, guiados por la Palabra de vida de este mes, ejercitémonos en apreciar la diversidad, en respetar al otro, en mirarlo como una persona que forma parte de mí: yo soy el otro y el otro es yo; el otro vive en mí y yo vivo en el otro. Comenzando por las personas con las que vivo cada día. De este modo podemos hacer sitio a la presencia de Dios entre nosotros. Y Él recompondrá la unidad, salvaguardará la identidad de cada pueblo, creará una nueva «socialidad».

«Pondrá su morada entre ellos y ellos serán su pueblo, y Él, "Dios-con-ellos”: será su Dios»

Así lo intuyó Chiara Lubich ya en 1959, en una página de extrema actualidad y de increíble profecía: «El día en que los hombres -pero no en cuanto individuos, sino en cuanto pueblos [...] sean capaces de posponerse a sí mismos, de posponer la idea que tienen de su patria, [...] y esto lo hagan por ese amor recíproco entre los Estados que Dios pide (lo mismo que pide el amor recíproco entre los hermanos), ese día será el comienzo de una nueva era, porque ese día [...] se hará vivo y presente Jesús entre los pueblos [...].
»Éstos son tiempos en los que cada pueblo ha de traspasar sus propias fronteras y mirar más lejos. Ha llegado el momento de amar la patria de los demás como la nuestra. Nuestros ojos tienen que adquirir una nueva pureza. No basta con desapegarnos de nosotros mismos para ser cristianos. Hoy los tiempos exigen al seguidor de Cristo algo más: una conciencia social del cristianismo [...].
»[...] nosotros esperamos que el Señor tenga piedad de este mundo dividido y disperso, de estos pueblos encerrados en su propio cascarón contemplando su belleza -única para ellos- limitada e insatisfactoria, defendiendo con uñas y dientes sus tesoros -incluidos tantos bienes que podrían hacer falta a otros pueblos que se mueren de hambre- y haga caer las barreras y que fluya ininterrumpidamente la caridad entre una tierra y otra, como un torrente de bienes espirituales y materiales.
»Esperemos que el Señor componga un orden nuevo en el mundo: Él, el único capaz de hacer de la humanidad una familia y de cultivar la diversidad entre los pueblos para que en el esplendor de cada uno puesto al servicio de los demás, resplandezca la única luz de vida que embellece la patria terrenal y la convierte en antesala de la Patria eterna».
Fabio Ciardi


domingo, 22 de mayo de 2016

DOMINGO 22 DE MAYO, SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD


LA CASA DE DIOS

       La Santísima Trinidad no es un crucigrama para cristianos eruditos ni ningún raro teorema de tres-en-uno con nombre de lubricante. La Trinidad es esa casa de Dios que los hombres -sin Él- no logran construir. “Si el Señor no construye la casa, en vano se cansan los albañiles”. Y es que, es imposible que se levante una casa cuando quienes la diseñan, la financian, la construyen y la venden, han despreciado la única piedra angular posible: “Jesús es la piedra que desechasteis vosotros los arquitectos y que se ha convertido en piedra angular”. Por eso sorprende ver que haya cristianos que sean tan incondicionalmente acríticos  y tan sumisamente disciplinados para con los diseños y dictámenes de quienes hacen un mundo sin Dios o contra Él (y por tanto sin humanidad o contra ella), y sigan sospechando y vociferando contra quienes con verdad y libertad son las nuevas voces de los que siguen sin tener voz en los foros de nuestro mundo.
       Jesús nos ha abierto la puerta que un pecado cerró fatalmente. Él es la primera piedra de un edificio nuevo, el hogar de la Trinidad ya entre nosotros. No es una casa terminada, sino que nos llama Él a cada uno a ser piedras vivas de ese nuevo hogar. El Padre, el Hijo y el Espíritu con quienes hacemos nuestra señal cristiana, en cuyos nombres comenzamos la Eucaristía y con cuya bendición la terminamos... ellos son nuestra casa, nuestra nostalgia, nuestro origen y también nuestro destino. La Trinidad como casa de amor, de paz y concordia; como casa de belleza y bondad, de justicia y verdad, de luz y de vida.
        “Jesús no perdió sus años en gemir e interpelar a la maldad de la época. Él zanjó la cuestión de manera muy sencilla: haciendo el cristianismo” (Ch.Péguy). Hay tanto que hacer, que no podemos perder el tiempo en lamentos y acusaciones. Las babeles, sus proyectos y proclamas, siempre han tenido fecha de caducidad. Nosotros hagamos el cristianismo, seamos el cristianismo, dejando que el Espíritu nos lleve hasta la verdad plena. Y que nuestro corazón y nuestras comunidades cristianas, como parte de la Trinidad, como piedras vivas de su casa estrenada en la historia de cada día, puedan mostrar el espectáculo de la bienaventuranza, el de la gracia, el de la felicidad.

+ Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo