Espiritualidad Católica como fuente testimonial. Tras el reconocimiento de nuestro carisma cristiano, buscamos ser consecuentes y por lo tanto expandir el Evangelio de Cristo en nuestra sociedad.
TIEMPOS LITURGICOS
martes, 28 de diciembre de 2021
miércoles, 22 de diciembre de 2021
ANTÍFONAS DE ADVIENTO O ANTÍFONAS MAYORES
4.-¡Oh Llave de David! y Cetro de la casa de
Israel; que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: ven y libra
a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
O Clavis David, et sceptrum domus
Israel; qui aperis, et nemo claudit; claudis, et nemo aperit: veni, et educ
vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris, et umbra mortis.
Isaías había profetizado:
· «Pondré la
llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y
nadie abrirá.» Is. 22:22
· «Grande es su
señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para
restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia, desde ahora y hasta
siempre, el celo de Yahveh Sebaot hará eso.» Is. 9:6
O Oriens, splendor lucis aeternae et sol iustitiae: veni et illumina sedentem in tenebris
et umbra mortis.
Isaías había profetizado:
· «El pueblo
que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras,
una luz brilló sobre ellos.» Is. 9:1-2
6.-¡Oh Rey de las naciones! y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo: ven y salva al hombre, que formaste del barro de la tierra.
O Rex Gentium, et desideratus earum, lapisque angularis, qui facis utraque
unum: veni, et salva hominem, quem de limo formasti.
Isaías había profetizado:
· «Porque una criatura
nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se
llamará su nombre "Maravilla de Consejero", "Dios Fuerte",
"Siempre Padre", "Príncipe de Paz".» Is. 9:5
· «Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra.» Is. 2:4
7.-¡Oh Dios!, rey y legislador nuestro, esperanza
de las naciones y salvador de los pueblos: ven a salvarnos, Señor Dios nuestro.
O Emmanuel, Rex et legifer
noster, exspectatio Gentium, et Salvator
earum: veni ad salvandum nos, Domine, Deus noster.
Isaías había profetizado:
· «Pues bien,
el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va
a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.» Is. 7:14
Unamos a la oración un recogimiento mayor, una
vigilancia más continua; descendamos con más frecuencia al fondo de nuestra
alma, a fin de purificarla y embellecerla
pensando que debe ser la cuna del Niño divino. Sin embargo, la grande preparación
es renunciar al pecado, al pecado
mortal especialmente, pues ¿qué puede haber de común entre el Hijo de María y
un corazón manchado de iniquidades?
Escuchemos a san Carlos exhortando a su
pueblo a santificar el Adviento, y apropiémonos de las palabras del gran
Arzobispo: “Durante el Adviento debemos prepararnos para recibir al Hijo de
Dios que abandona el seno de su Padre para hacerse hombre, y platicar nosotros;
es preciso destinar un poco del tiempo que consagramos a nuestras ocupaciones a
meditar en silencio sobre las preguntas siguientes: ¿Quién es el que viene? ¿De
dónde viene? ¿Cómo viene? ¿Cuáles son los hombres para los que viene? ¿Cuáles
son los motivos y cuál debe ser el fruto de su venida? Cifremos en él nuestras
aspiraciones todas a imitación de los justos y Profetas del Antiguo Testamento
que por tanto tiempo le esperaron, y para abrirle el camino de nuestro
corazón purifiquémonos por medio de la confesión, el ayuno y de la comunión.
domingo, 19 de diciembre de 2021
DOMINGO IV DE ADVIENTO (19 de diciembre)
En María, el Hijo de Dios se hizo hombre para que nosotros, por su Pasión y
cruz podamos llegar a la gloria de la resurrección (cf. 1.ª orac.). Y esto fue
posible gracias a su fe, con la que aceptó obediente el anuncio del ángel:
«Dichosa tú que has creído» (Ev.). Esa obediencia es la que tuvo el Hijo desde
el momento de su encarnación: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (2 lect.).
María, con el Hijo de Dios en su seno, es el arca de la Nueva Alianza que
visita a Isabel. Y con ella nos dirigimos hacia Belén donde nacerá el jefe de
Israel (cf. 1 lect.). El Espíritu Santo sigue haciendo presente a Cristo en la
eucaristía (orac. sobre las ofrendas).
ANTÍFONAS DE ADVIENTO O ANTÍFONAS MAYORES
Las antífonas de Adviento o de la O (así llamadas
porque todas empiezan en latín con la exclamación «O», en castellano «Oh».) son siete, y la Iglesia las canta antes y
después del Magnificat con el Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día
23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando
las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, y,
también son, una manifestación del sentimiento con que todos los años, de
nuevo, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del
Nacimiento del Salvador.
Fueron compuestas hacia los siglos
VII-VIII, y se puede decir que son un magnífico compendio de la cristología más
antigua de la Iglesia, y a la vez, un resumen expresivo de los deseos de
salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del Antiguo Testamento como de
la Iglesia del Nuevo. Cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida
de un título mesiánico tomado del Antiguo Testamento, pero entendido con la
plenitud del Nuevo. Es una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo
que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no
tardes más.
Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el
espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración
de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre: «Oh». La comprensión
cada vez más profunda de su misterio. Y la súplica urgente: «ven».
Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «erocras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.
1.-¡Oh, Sabiduría!, que brotaste de los
labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín, y ordenándolo todo con
firmeza y suavidad: ven y muéstranos el camino de la salvación.
O Sapientia, quae ex ore Altissimi prodiisti, attingens a fine usque ad finem,
fortiter suaviterque disponens omnia: veni ad docendum nos viam prudentiae.
Isaías había profetizado:
· «Reposará
sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu
de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará
en el temor de Yahveh.» Is. 11:2-3
· «[...] trazar un plan maravilloso, llevar a un gran acierto.» Is. 28-29
2.-¡Oh Poderoso Señor!, jefe de la casa de
Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza encendida, y le diste tu Ley
sobre el monte Sinaí! ¡Ven a rescatarnos con el poder de tu brazo.
O Adonai
et dux domus Israel, qui Moysi in igne flammae rubi apparuisti, et ei in Sina
legem dedisti: veni ad redimendum nos in brachio extento.
Isaías había profetizado:
· «Juzgará con
justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra.
Herirá al hombre cruel con la vara de su boca, con el soplo de sus labios
matará al malvado. Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón
de sus flancos.» Is. 11:4-5
· «Porque Yahveh es nuestro juez, Yahveh nuestro legislador, Yahveh nuestro rey: él nos salvará. Is. 33:22
3.-¡Oh Renuevo del tronco de Jesé!, que te alzas
como un signo para los pueblos; ante quien los reyes enmudecen, y cuyo auxilio
imploran las naciones: ven a librarnos, no tardes más.
O Radix Jesse, qui stas in signum populorum, super quem continebunt reges os
suum, quem Gentes deprecabuntur: veni ad liberandum nos, jam noli tardare.
Isaías había profetizado:
· «Saldrá un
vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.» Is. 11:1
· «Aquel día la
raíz de Jesé que estará enhiesta para estandarte de pueblos, las gentes la
buscarán, y su morada será gloriosa.» Is. 11:10
Jesé era el padre del rey David, y Miqueas había profetizado
que el Mesías provendría de la casa y del linaje de David y que nacería en la
ciudad de David, Belén. Miq. 5:1
(…)
sábado, 11 de diciembre de 2021
Domingo III de Adviento (12 de diciembre)
La
alegría ante la proximidad de la Navidad es la característica de este tercer
domingo de Adviento. Así ya en la ant. de entrada cantamos: «Alegraos siempre
en el Señor; os lo repito: alegraos. El Señor está cerca» (cf. también 2
lect.). Y en la oración colecta pedimos llegar a la Navidad y poder celebrarla
con alegría desbordante. Se trata de una alegría interior, de modo que cuando
llegue el Señor nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza (Pf.).
En el Ev., Juan el Bautista nos llama a la conversión, practicando la caridad y
la justicia, para así prepararnos para la llegada del que «nos bautizará con
Espíritu Santo y con fuego». La comunión eucarística nos prepara para las
fiestas que se acercan purificándonos de todo pecado.
(Lc 1, 45)
También en este mes la Palabra de vida nos
propone una bienaventuranza. Es el saludo gozoso e inspirado de una mujer,
Isabel, a otra mujer, María, que ha ido a su casa para ayudarla. Sí, porque
ambas esperan un hijo y ambas, profundamente creyentes, han acogido la Palabra
de Dios y han experimentado su poder generador en su propia pequeñez.
María es la primera
bienaventurada del Evangelio de Lucas, aquella que experimenta la alegría de la
intimidad con Dios. Con esta bienaventuranza, el evangelista introduce
la reflexión sobre la relación entre la Palabra de Dios anunciada y la fe que
la acoge, entre la iniciativa de Dios y la libre adhesión de la persona.
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
María es la verdadera creyente en la promesa «a Abraham y a su linaje por los siglos» (cf. Lc 1, 55). Está tan vacía de sí misma, tan humilde y abierta a escuchar la Palabra, que el mismo Verbo de Dios puede encarnarse en su seno y entrar en la historia de la humanidad. Nadie podrá experimentar la maternidad virginal de María, pero todos podemos imitar su confianza en el amor de Dios. Si la Palabra es acogida con corazón abierto, puede encarnarse también en nosotros con sus promesas y hacer fecunda nuestra vida de ciudadanos, padres y madres, estudiantes, trabajadores y políticos, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos.
¿Y si nuestra fe es insegura, como la de
Zacarías (cf. Lc 1, 5-25; 67-79)? Sigamos confiando en la misericordia de Dios
Él no dejará de buscarnos hasta que descubramos también nosotros su fidelidad y
lo bendigamos.
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
Entre las mismas colinas de Tierra Santa,
pero en tiempos mucho más próximos a los nuestros, otra madre profundamente
creyente enseñaba a sus hijos el arte del perdón y del diálogo que había
aprendido en el Evangelio. Es un pequeño signo en esta tierra cuna de
civilizaciones, que siempre busca la paz y la estabilidad entre fieles de
religiones diversas. Cuenta Margaret: «A nosotros, sus hijos, ofendidos por
expresiones de rechazo de otros niños vecinos nuestros, nuestra madre nos dijo:
"Invitad a esos niños a nuestra casa"; ella misma les dio pan recién
hecho en casa para que lo llevasen a sus familias. Desde entonces hemos
mantenido relaciones de amistad con esas personas»[1].
También Chiara Lubich nos sostiene en esta
fe valiente: «Después de Jesús, María es quien mejor y más perfectamente ha sabido
decir sí a Dios. Ahí radica sobre todo su santidad y su grandeza. Y si
Jesús es el Verbo, la Palabra encarnada, María, por su fe en la Palabra, es la
Palabra vivida, aun siendo una criatura como nosotros, igual a nosotros. [...] Así pues, creamos con María
que se realizarán todas las promesas contenidas en la Palabra de Jesús y atrevámonos como
María, en caso necesario, a exponernos al absurdo que a veces conlleva su
Palabra. A quien cree en la Palabra le suceden hechos grandes y pequeños, pero
siempre maravillosos. Se podrían escribir libros con los hechos que lo
confirman. [...] Cuando, en la vida de todos los días, al leer las Sagradas
Escrituras, nos encontremos con la Palabra de Dios, abramos el corazón a la
escucha, con la fe de que se cumplirá lo que Jesús nos pide y promete. No
tardaremos en descubrir [...] que Él mantiene sus promesas»[2].
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
En este tiempo de
preparación a la Navidad, recordemos la sorprendente promesa de Jesús de
hacerse presente entre quienes acogen y viven el mandamiento del amor recíproco: «Donde están dos o tres
reunidos en mi nombre -es decir, en el amor evangélico-, allí estoy yo en medio
de ellos» (Mt 18, 20).
Confiados en esta promesa, dejemos que
Jesús renazca también hoy en nuestras casas y en nuestras calles gracias a la acogida
recíproca, a la escucha profunda del otro, al abrazo fraterno como el de María
e Isabel.
Leticia
Magri
[1]
Cf. cittanuovatv - Entrevista a Margaret Karram.
[2]
C. LUBICH, Palabra de vida, agosto 1999: Ciudad
Nueva n. 357 (8-9/1999), p. 28.
domingo, 5 de diciembre de 2021
DOMINGO II DE ADVIENTO (5 de diciembre)
Una de las figuras del Adviento, san Juan
Bautista, precursor del Mesías, predica un bautismo de conversión para el
perdón de los pecados, cumpliendo la profecía de Isaías: «En el desierto
preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» (Ev.). El Adviento es,
pues, un tiempo de conversión, durante el que nos preparamos interiormente para
que cuando el Señor venga nos encuentre limpios e irreprochables (cf. 2 lect.).
Es un tiempo de experimentar la misericordia de Dios, que nos hace volver a
gozar de su esplendor, dejando atrás la oscuridad de nuestros pecados (cf. 1
lect.).
Y así podremos cantar: «El Señor ha estado
grande con nosotros, y estamos alegres» (sal. resp.). Vigilemos para que los
afanes de este mundo no nos impidan nuestro encuentro con Cristo (1.ª orac.).
DEL BLOG DEL OBISPO
MI MENSAJE AL COMIENZO DEL ADVIENTO
Es tiempo de Adviento y nos recuerda que la Navidad es Dios que viene para estar con nosotros. Viene para estar con nosotros, en cada una de nuestras situaciones; viene para vivir entre nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a reconciliarnos con Él y entre nosotros y a superar las distancias que nos dividen y separan.
El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia
de una gran verdad, que «Dios viene».
Se trata de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y
ocurrirá también en el futuro. En todo momento «Dios viene».
Despierta, pues, y recuerda que Dios viene hoy,
ni ayer, ni mañana, sino ahora. El nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente
nuestra libertad, desea encontrarse con cada uno y visitarnos; quiere venir,
vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea
liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera
felicidad, Dios viene a salvarnos.
Si los cristianos actuamos coherentemente debemos ayudar a la humanidad a salir al encuentro del Señor que viene. Esto es lo más necesario, pues el nihilismo contemporáneo acaba
con la esperanza del corazón del hombre, y le induce a pensar que dentro de él y en torno a él reina la
nada: nada antes del nacimiento y nada después de la muerte. De este modo, se
nos priva de la profundidad de la vida y todas las cosas se oscurecen, privadas
de su valor simbólico, como si no solo existiese lo material.
El Señor, sin embargo, nos concede un nuevo tiempo a la humanidad para que todos puedan
llegar a conocerlo. En efecto, Dios nos ama y precisamente por eso quiere que
volvamos a él, que abramos nuestro corazón a su amor y que recordemos que somos
sus hijos.
El hombre es un ser que espera, pero
ciertamente hay formas distintas de esperar. La espera puede ser insoportable
si después de todo no hay nada. Nuestro corazón anhela vivir en esperanza
porque estamos hechos para la vida eterna y bienaventurada. “El
Dios que viene» nos invita a salir a su encuentro. Y la Iglesia
grita “Ven, Señor”, porque quiere resistir al
mal, a las seducciones de un mundo egoísta, y a los placeres que ofenden la
dignidad humana y la condición de los pobres. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero
para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra
vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no
lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia
y de paz, y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación.
La palabra «Adviento»
expresa para nosotros su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey que ha entrado en esta
pobre tierra para visitar a todos y nos invita a participar en la fiesta de su venida. Dios está aquí, no se ha retirado del
mundo, no nos ha dejado solos, y aunque
no podamos verlo o tocarlo como sucede con las cosas sensibles, él está aquí y
viene a visitarnos de muchas y variadas maneras. El Adviento nos invita a detenernos,
en silencio, para
captar una presencia. Jesús viene en la historia de la humanidad para tocar a
la puerta de cada hombre de buena voluntad, para ofrecer a todos el don de la
fraternidad, de la concordia y de la paz. Presente entre nosotros, nos habla de
muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en
los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación. Si Él está
presente, podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos
ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades.
¡Aprovechemos el Adviento para percibir
algo de su amor y para abrirnos a la presencia de Dios!
domingo, 28 de noviembre de 2021
DOMINGO I DE ADVIENTO (28 de noviembre)
Con el Adviento comenzamos el ciclo litúrgico de Navidad-Epifanía, en el que al mismo tiempo que hacemos memoria de la primera venida de Cristo nos lanzamos a esperar con alegría y esperanza su segunda venida al fin de los tiempos, como profesamos en el Credo: «Y de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos y su reino no tendrá fin». Se trata en este tiempo de Adviento de salir al encuentro de Cristo que sigue viniendo a nosotros en su Palabra, en la Eucaristía y en los hermanos. Precisamente practicando el amor mutuo y no dejándonos embotar la mente con el vicio, la bebida y la preocupación del dinero nos preparamos para su segunda venida, de la que no sabemos ni el día ni la hora (cf. 2 lect. y Ev.).