MI MENSAJE AL COMIENZO DEL ADVIENTO
Es tiempo de Adviento y nos recuerda que la Navidad es Dios que viene para estar con nosotros. Viene para estar con nosotros, en cada una de nuestras situaciones; viene para vivir entre nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a reconciliarnos con Él y entre nosotros y a superar las distancias que nos dividen y separan.
El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia
de una gran verdad, que «Dios viene».
Se trata de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y
ocurrirá también en el futuro. En todo momento «Dios viene».
Despierta, pues, y recuerda que Dios viene hoy,
ni ayer, ni mañana, sino ahora. El nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente
nuestra libertad, desea encontrarse con cada uno y visitarnos; quiere venir,
vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea
liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera
felicidad, Dios viene a salvarnos.
Si los cristianos actuamos coherentemente debemos ayudar a la humanidad a salir al encuentro del Señor que viene. Esto es lo más necesario, pues el nihilismo contemporáneo acaba
con la esperanza del corazón del hombre, y le induce a pensar que dentro de él y en torno a él reina la
nada: nada antes del nacimiento y nada después de la muerte. De este modo, se
nos priva de la profundidad de la vida y todas las cosas se oscurecen, privadas
de su valor simbólico, como si no solo existiese lo material.
El Señor, sin embargo, nos concede un nuevo tiempo a la humanidad para que todos puedan
llegar a conocerlo. En efecto, Dios nos ama y precisamente por eso quiere que
volvamos a él, que abramos nuestro corazón a su amor y que recordemos que somos
sus hijos.
El hombre es un ser que espera, pero
ciertamente hay formas distintas de esperar. La espera puede ser insoportable
si después de todo no hay nada. Nuestro corazón anhela vivir en esperanza
porque estamos hechos para la vida eterna y bienaventurada. “El
Dios que viene» nos invita a salir a su encuentro. Y la Iglesia
grita “Ven, Señor”, porque quiere resistir al
mal, a las seducciones de un mundo egoísta, y a los placeres que ofenden la
dignidad humana y la condición de los pobres. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero
para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra
vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no
lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia
y de paz, y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación.
La palabra «Adviento»
expresa para nosotros su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey que ha entrado en esta
pobre tierra para visitar a todos y nos invita a participar en la fiesta de su venida. Dios está aquí, no se ha retirado del
mundo, no nos ha dejado solos, y aunque
no podamos verlo o tocarlo como sucede con las cosas sensibles, él está aquí y
viene a visitarnos de muchas y variadas maneras. El Adviento nos invita a detenernos,
en silencio, para
captar una presencia. Jesús viene en la historia de la humanidad para tocar a
la puerta de cada hombre de buena voluntad, para ofrecer a todos el don de la
fraternidad, de la concordia y de la paz. Presente entre nosotros, nos habla de
muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en
los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación. Si Él está
presente, podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos
ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades.
¡Aprovechemos el Adviento para percibir
algo de su amor y para abrirnos a la presencia de Dios!
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