También en este mes la Palabra de vida nos
propone una bienaventuranza. Es el saludo gozoso e inspirado de una mujer,
Isabel, a otra mujer, María, que ha ido a su casa para ayudarla. Sí, porque
ambas esperan un hijo y ambas, profundamente creyentes, han acogido la Palabra
de Dios y han experimentado su poder generador en su propia pequeñez.
María es la primera
bienaventurada del Evangelio de Lucas, aquella que experimenta la alegría de la
intimidad con Dios. Con esta bienaventuranza, el evangelista introduce
la reflexión sobre la relación entre la Palabra de Dios anunciada y la fe que
la acoge, entre la iniciativa de Dios y la libre adhesión de la persona.
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
María es la verdadera creyente en la promesa «a Abraham y a su linaje por los siglos» (cf. Lc 1, 55). Está tan vacía de sí misma, tan humilde y abierta a escuchar la Palabra, que el mismo Verbo de Dios puede encarnarse en su seno y entrar en la historia de la humanidad. Nadie podrá experimentar la maternidad virginal de María, pero todos podemos imitar su confianza en el amor de Dios. Si la Palabra es acogida con corazón abierto, puede encarnarse también en nosotros con sus promesas y hacer fecunda nuestra vida de ciudadanos, padres y madres, estudiantes, trabajadores y políticos, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos.
¿Y si nuestra fe es insegura, como la de
Zacarías (cf. Lc 1, 5-25; 67-79)? Sigamos confiando en la misericordia de Dios
Él no dejará de buscarnos hasta que descubramos también nosotros su fidelidad y
lo bendigamos.
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
Entre las mismas colinas de Tierra Santa,
pero en tiempos mucho más próximos a los nuestros, otra madre profundamente
creyente enseñaba a sus hijos el arte del perdón y del diálogo que había
aprendido en el Evangelio. Es un pequeño signo en esta tierra cuna de
civilizaciones, que siempre busca la paz y la estabilidad entre fieles de
religiones diversas. Cuenta Margaret: «A nosotros, sus hijos, ofendidos por
expresiones de rechazo de otros niños vecinos nuestros, nuestra madre nos dijo:
"Invitad a esos niños a nuestra casa"; ella misma les dio pan recién
hecho en casa para que lo llevasen a sus familias. Desde entonces hemos
mantenido relaciones de amistad con esas personas»[1].
También Chiara Lubich nos sostiene en esta
fe valiente: «Después de Jesús, María es quien mejor y más perfectamente ha sabido
decir sí a Dios. Ahí radica sobre todo su santidad y su grandeza. Y si
Jesús es el Verbo, la Palabra encarnada, María, por su fe en la Palabra, es la
Palabra vivida, aun siendo una criatura como nosotros, igual a nosotros. [...] Así pues, creamos con María
que se realizarán todas las promesas contenidas en la Palabra de Jesús y atrevámonos como
María, en caso necesario, a exponernos al absurdo que a veces conlleva su
Palabra. A quien cree en la Palabra le suceden hechos grandes y pequeños, pero
siempre maravillosos. Se podrían escribir libros con los hechos que lo
confirman. [...] Cuando, en la vida de todos los días, al leer las Sagradas
Escrituras, nos encontremos con la Palabra de Dios, abramos el corazón a la
escucha, con la fe de que se cumplirá lo que Jesús nos pide y promete. No
tardaremos en descubrir [...] que Él mantiene sus promesas»[2].
«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las
cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»
En este tiempo de
preparación a la Navidad, recordemos la sorprendente promesa de Jesús de
hacerse presente entre quienes acogen y viven el mandamiento del amor recíproco: «Donde están dos o tres
reunidos en mi nombre -es decir, en el amor evangélico-, allí estoy yo en medio
de ellos» (Mt 18, 20).
Confiados en esta promesa, dejemos que
Jesús renazca también hoy en nuestras casas y en nuestras calles gracias a la acogida
recíproca, a la escucha profunda del otro, al abrazo fraterno como el de María
e Isabel.
Leticia
Magri
[1]
Cf. cittanuovatv - Entrevista a Margaret Karram.
[2]
C. LUBICH, Palabra de vida, agosto 1999: Ciudad
Nueva n. 357 (8-9/1999), p. 28.
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