TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

miércoles, 22 de diciembre de 2021

EL CONSEJO DIOCESANO DE SEVILLA NOS FELICITA

 


 ANTÍFONAS DE ADVIENTO O ANTÍFONAS MAYORES


(CONTINUACIÓN)

4.-¡Oh Llave de David! y Cetro de la casa de Israel; que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: ven y libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte.

   O Clavis David, et sceptrum domus Israel; qui aperis, et nemo claudit; claudis, et nemo aperit: veni, et educ vinctum de domo carceris, sedentem in tenebris, et umbra mortis.

Isaías había profetizado:

· «Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá.» Is. 22:22

·  «Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia, desde ahora y hasta siempre, el celo de Yahveh Sebaot hará eso.»  Is. 9:6

 5.-¡Oh Sol! que naces de lo alto, Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los que viven en tinieblas y en sombra de muerte.

      Oriens, splendor lucis aeternae et sol iustitiae: veni et illumina sedentem in tenebris et umbra mortis. 

Isaías había profetizado:

· «El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos.»  Is. 9:1-2

6.-¡Oh Rey de las naciones! y Deseado de los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo: ven y salva al hombre, que formaste del barro de la tierra.

  O Rex Gentium, et desideratus earum, lapisque angularis, qui facis utraque unum: veni, et salva hominem, quem de limo formasti.

Isaías había profetizado:

·  «Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre "Maravilla de Consejero", "Dios Fuerte", "Siempre Padre", "Príncipe de Paz".» Is. 9:5

·   «Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra.»  Is. 2:4

7.-¡Oh Dios!, rey y legislador nuestro, esperanza de las naciones y salvador de los pueblos: ven a salvarnos, Señor Dios nuestro.

   O Emmanuel, Rex et legifer noster,  exspectatio Gentium, et Salvator earum: veni ad salvandum nos, Domine, Deus noster.

Isaías había profetizado:

· «Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.»  Is. 7:14

 

   Unamos a la oración un recogimiento mayor, una vigilancia más continua; descendamos con más frecuencia al fondo de nuestra alma, a fin de purificarla y embellecerla pensando que debe ser la cuna del Niño divino. Sin embargo, la grande preparación  es renunciar al pecado, al pecado mortal especialmente, pues ¿qué puede haber de común entre el Hijo de María y un corazón manchado de iniquidades?

     Escuchemos a san Carlos exhortando a su pueblo a santificar el Adviento, y apropiémonos de las palabras del gran Arzobispo: “Durante el Adviento debemos prepararnos para recibir al Hijo de Dios que abandona el seno de su Padre para hacerse hombre, y platicar nosotros; es preciso destinar un poco del tiempo que consagramos a nuestras ocupaciones a meditar en silencio sobre las preguntas siguientes: ¿Quién es el que viene? ¿De dónde viene? ¿Cómo viene? ¿Cuáles son los hombres para los que viene? ¿Cuáles son los motivos y cuál debe ser el fruto de su venida? Cifremos en él nuestras aspiraciones todas a imitación de los justos y Profetas del Antiguo Testamento que por tanto tiempo le esperaron, y para abrirle el camino de nuestro corazón purifiquémonos por medio de la confesión, el ayuno y de la comunión.


domingo, 19 de diciembre de 2021

EL CABILDO CATEDRAL NOS FELICITA LA NAVIDAD


DOMINGO IV DE ADVIENTO (19 de diciembre)


     En María, el Hijo de Dios se hizo hombre para que nosotros, por su Pasión y cruz podamos llegar a la gloria de la resurrección (cf. 1.ª orac.). Y esto fue posible gracias a su fe, con la que aceptó obediente el anuncio del ángel: «Dichosa tú que has creído» (Ev.). Esa obediencia es la que tuvo el Hijo desde el momento de su encarnación: «Aquí estoy para hacer tu voluntad» (2 lect.). María, con el Hijo de Dios en su seno, es el arca de la Nueva Alianza que visita a Isabel. Y con ella nos dirigimos hacia Belén donde nacerá el jefe de Israel (cf. 1 lect.). El Espíritu Santo sigue haciendo presente a Cristo en la eucaristía (orac. sobre las ofrendas).



 ANTÍFONAS DE ADVIENTO O ANTÍFONAS MAYORES


   Las antífonas de Adviento o de la O (así llamadas porque todas empiezan en latín con la exclamación «O», en castellano «Oh».) son siete, y la Iglesia las canta antes y después del Magnificat con el Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día 23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su venida, y, también son, una manifestación del sentimiento con que todos los años, de nuevo, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran solemnidad del Nacimiento del Salvador.

     Fueron compuestas hacia los siglos VII-VIII, y se puede decir que son un magnífico compendio de la cristología más antigua de la Iglesia, y a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de toda la humanidad, tanto del Israel del Antiguo Testamento como de la Iglesia del Nuevo. Cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida de un título mesiánico tomado del Antiguo Testamento, pero entendido con la plenitud del Nuevo. Es una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo que representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes más.

  Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre: «Oh». La comprensión cada vez más profunda de su misterio. Y la súplica urgente: «ven».

   Leídas en sentido inverso las iniciales latinas de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «erocras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.

1.-¡Oh, Sabiduría!, que brotaste de los labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín, y ordenándolo todo con firmeza y suavidad: ven y muéstranos el camino de la salvación.

   O Sapientia, quae ex ore Altissimi prodiisti, attingens a fine usque ad finem, fortiter suaviterque disponens omnia: veni ad docendum nos viam prudentiae.

Isaías había profetizado:

· «Reposará sobre él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh.» Is. 11:2-3

·   «[...] trazar un plan maravilloso, llevar a un gran acierto.» Is. 28-29

2.-¡Oh Poderoso Señor!, jefe de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza encendida, y le diste tu Ley sobre el monte Sinaí! ¡Ven a rescatarnos con el poder de tu brazo.

   O Adonai et dux domus Israel, qui Moysi in igne flammae rubi apparuisti, et ei in Sina legem dedisti: veni ad redimendum nos in brachio extento.

Isaías había profetizado:

· «Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos.» Is. 11:4-5

·  «Porque Yahveh es nuestro juez, Yahveh nuestro legislador, Yahveh nuestro rey: él nos salvará. Is. 33:22

3.-¡Oh Renuevo del tronco de Jesé!, que te alzas como un signo para los pueblos; ante quien los reyes enmudecen, y cuyo auxilio imploran las naciones: ven a librarnos, no tardes más.

   O Radix Jesse, qui stas in signum populorum, super quem continebunt reges os suum, quem Gentes deprecabuntur: veni ad liberandum nos, jam noli tardare.

Isaías había profetizado:

· «Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará.» Is. 11:1

· «Aquel día la raíz de Jesé que estará enhiesta para estandarte de pueblos, las gentes la buscarán, y su morada será gloriosa.» Is. 11:10

   Jesé era el padre del rey David, y Miqueas había profetizado que el Mesías provendría de la casa y del linaje de David y que nacería en la ciudad de David, Belén. Miq. 5:1 

 (…)


sábado, 11 de diciembre de 2021

Domingo III de Adviento (12 de diciembre)


     La alegría ante la proximidad de la Navidad es la característica de este tercer domingo de Adviento. Así ya en la ant. de entrada cantamos: «Alegraos siempre en el Señor; os lo repito: alegraos. El Señor está cerca» (cf. también 2 lect.). Y en la oración colecta pedimos llegar a la Navidad y poder celebrarla con alegría desbordante. Se trata de una alegría interior, de modo que cuando llegue el Señor nos encuentre velando en oración y cantando su alabanza (Pf.). En el Ev., Juan el Bautista nos llama a la conversión, practicando la caridad y la justicia, para así prepararnos para la llegada del que «nos bautizará con Espíritu Santo y con fuego». La comunión eucarística nos prepara para las fiestas que se acercan purificándonos de todo pecado.



(Lc 1, 45)

 
DICIEMBRE 2021

 «¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» (Lc 1, 45).

 

    También en este mes la Palabra de vida nos propone una bienaventuranza. Es el saludo gozoso e inspirado de una mujer, Isabel, a otra mujer, María, que ha ido a su casa para ayudarla. Sí, porque ambas esperan un hijo y ambas, profundamente creyentes, han acogido la Palabra de Dios y han experimentado su poder generador en su propia pequeñez.

    María es la primera bienaventurada del Evangelio de Lucas, aquella que experimenta la alegría de la intimidad con Dios. Con esta bienaventuranza, el evangelista introduce la reflexión sobre la relación entre la Palabra de Dios anunciada y la fe que la acoge, entre la iniciativa de Dios y la libre adhesión de la persona.

«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»

 

  María es la verdadera creyente en la promesa «a Abraham y a su linaje por los siglos» (cf. Lc 1, 55). Está tan vacía de sí misma, tan humilde y abierta a escuchar la Palabra, que el mismo Verbo de Dios puede encarnarse en su seno y entrar en la historia de la humanidad. Nadie podrá experimentar la maternidad virginal de María, pero todos podemos imitar su confianza en el amor de Dios. Si la Palabra es acogida con corazón abierto, puede encarnarse también en nosotros con sus promesas y hacer fecunda nuestra vida de ciudadanos, padres y madres, estudiantes, trabajadores y políticos, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos.

     ¿Y si nuestra fe es insegura, como la de Zacarías (cf. Lc 1, 5-25; 67-79)? Sigamos confiando en la misericordia de Dios Él no dejará de buscarnos hasta que descubramos también nosotros su fidelidad y lo bendigamos.

«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»

 

   Entre las mismas colinas de Tierra Santa, pero en tiempos mucho más próximos a los nuestros, otra madre profundamente creyente enseñaba a sus hijos el arte del perdón y del diálogo que había aprendido en el Evangelio. Es un pequeño signo en esta tierra cuna de civilizaciones, que siempre busca la paz y la estabilidad entre fieles de religiones diversas. Cuenta Margaret: «A nosotros, sus hijos, ofendidos por expresiones de rechazo de otros niños vecinos nuestros, nuestra madre nos dijo: "Invitad a esos niños a nuestra casa"; ella misma les dio pan recién hecho en casa para que lo llevasen a sus familias. Desde entonces hemos mantenido relaciones de amistad con esas personas»[1].

   También Chiara Lubich nos sostiene en esta fe valiente: «Después de Jesús, María es quien mejor y más perfectamente ha sabido decir sí a Dios. Ahí radica sobre todo su santidad y su grandeza. Y si Jesús es el Verbo, la Palabra encarnada, María, por su fe en la Palabra, es la Palabra vivida, aun siendo una criatura como nosotros, igual a nosotros. [...] Así pues, creamos con María que se realizarán todas las promesas contenidas en la Palabra de Jesús y atrevámonos como María, en caso necesario, a exponernos al absurdo que a veces conlleva su Palabra. A quien cree en la Palabra le suceden hechos grandes y pequeños, pero siempre maravillosos. Se podrían escribir libros con los hechos que lo confirman. [...] Cuando, en la vida de todos los días, al leer las Sagradas Escrituras, nos encontremos con la Palabra de Dios, abramos el corazón a la escucha, con la fe de que se cumplirá lo que Jesús nos pide y promete. No tardaremos en descubrir [...] que Él mantiene sus promesas»[2].

«¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!»

 

  En este tiempo de preparación a la Navidad, recordemos la sorprendente promesa de Jesús de hacerse presente entre quienes acogen y viven el mandamiento del amor recíproco: «Donde están dos o tres reunidos en mi nombre -es decir, en el amor evangélico-, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt 18, 20).

   Confiados en esta promesa, dejemos que Jesús renazca también hoy en nuestras casas y en nuestras calles gracias a la acogida recíproca, a la escucha profunda del otro, al abrazo fraterno como el de María e Isabel.

Leticia Magri



[1] Cf. cittanuovatv - Entrevista a Margaret Karram.

[2] C. LUBICH, Palabra de vida, agosto 1999: Ciudad Nueva n. 357 (8-9/1999), p. 28.


domingo, 5 de diciembre de 2021

DOMINGO II DE ADVIENTO (5 de diciembre)



     Una de las figuras del Adviento, san Juan Bautista, precursor del Mesías, predica un bautismo de conversión para el perdón de los pecados, cumpliendo la profecía de Isaías: «En el desierto preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» (Ev.). El Adviento es, pues, un tiempo de conversión, durante el que nos preparamos interiormente para que cuando el Señor venga nos encuentre limpios e irreprochables (cf. 2 lect.). Es un tiempo de experimentar la misericordia de Dios, que nos hace volver a gozar de su esplendor, dejando atrás la oscuridad de nuestros pecados (cf. 1 lect.).

   Y así podremos cantar: «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres» (sal. resp.). Vigilemos para que los afanes de este mundo no nos impidan nuestro encuentro con Cristo (1.ª orac.).



DEL BLOG DEL OBISPO

 MI MENSAJE AL COMIENZO DEL ADVIENTO


     Es tiempo de Adviento y nos recuerda que la Navidad es Dios que viene para estar con nosotros. Viene para estar con nosotros, en cada una de nuestras situaciones; viene para vivir entre nosotros, a vivir con nosotros y en nosotros; viene a reconciliarnos con Él y entre nosotros y a superar las distancias que nos dividen y separan.

     El Adviento invita a los creyentes a tomar conciencia de una gran verdad, que «Dios viene». Se trata de una acción que se realiza siempre: está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá también en el futuro. En todo momento «Dios viene».

     Despierta, pues, y recuerda que Dios viene hoy, ni ayer, ni mañana, sino ahora. El nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con cada uno y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad, Dios viene a salvarnos.

   Si los cristianos actuamos coherentemente debemos ayudar a la humanidad a salir al encuentro del Señor que viene. Esto es lo más necesario, pues el nihilismo contemporáneo acaba con la esperanza del corazón del hombre, y le induce a pensar que dentro de él y en torno a él reina la nada: nada antes del nacimiento y nada después de la muerte. De este modo, se nos priva de la profundidad de la vida y todas las cosas se oscurecen, privadas de su valor simbólico, como si no solo existiese lo material.

     El Señor, sin embargo, nos concede un nuevo tiempo a la humanidad para que todos puedan llegar a conocerlo. En efecto, Dios nos ama y precisamente por eso quiere que volvamos a él, que abramos nuestro corazón a su amor y que recordemos que somos sus hijos. 

    El hombre es un ser que espera, pero ciertamente hay formas distintas de esperar. La espera puede ser insoportable si después de todo no hay nada. Nuestro corazón anhela vivir en esperanza porque estamos hechos para la vida eterna y bienaventurada. “El Dios que viene» nos invita a salir a su encuentro. Y la Iglesia grita Ven, Señor, porque quiere resistir al mal, a las seducciones de un mundo egoísta, y a los placeres que ofenden la dignidad humana y la condición de los pobres. La esperanza marca el camino de la humanidad, pero para los cristianos está animada por una certeza: el Señor está presente a lo largo de nuestra vida, nos acompaña y un día enjugará también nuestras lágrimas. Un día, no lejano, todo encontrará su cumplimiento en el reino de Dios, reino de justicia y de paz, y sigue ofreciéndonos el don de su amor y de su salvación.

     La palabra «Adviento» expresa para nosotros su relación con Jesucristo: Jesús es el Rey que ha entrado en esta pobre tierra para visitar a todos y nos invita a participar en la fiesta de su venida. Dios está aquí, no se ha retirado del mundo, no nos ha dejado solos, y aunque no podamos verlo o tocarlo como sucede con las cosas sensibles, él está aquí y viene a visitarnos de muchas y variadas maneras. El Adviento nos invita a detenernos, en silencio, para captar una presencia. Jesús viene en la historia de la humanidad para tocar a la puerta de cada hombre de buena voluntad, para ofrecer a todos el don de la fraternidad, de la concordia y de la paz. Presente entre nosotros, nos habla de muchas maneras: en la Sagrada Escritura, en el año litúrgico, en los santos, en los acontecimientos de la vida cotidiana, en toda la creación. Si Él está presente, podemos seguir esperando incluso cuando los demás ya no pueden asegurarnos ningún apoyo, incluso cuando el presente está lleno de dificultades.

     ¡Aprovechemos el Adviento para percibir algo de su amor y para abrirnos a la presencia de Dios!