TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

jueves, 15 de febrero de 2024

PARA EL DIÁLOGO Y LA MEDITACIÓN

 

FEBRERO :  ADORAR CON LOS APÓSTOLES

Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar

 LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS


¡ COR UNUM ET ANIMA UNA !

  El Señor está con nosotros acompañándonos, llamándonos a Sí, conllevando en cierto modo nuestros trabajos, implorando por nosotros con su oración omnipotente, recabando tiempo para nuestra conversión y siendo, en fin, el centro amoroso de nuestra vida espiritual. ¿Por qué no será también el hogar de la santa amistad? ¿Quién duda que allí pueden converger todos los santos deseos, que de allí irradian todos los santos afectos y que allí, en su Sacratísimo Corazón, viven todos los corazones que atrae a Sí el Señor y que, por lo tanto, Él es el lazo de la santa amistad? (L.S. Tomo V (1874) Pág. 366)

     ¡Qué fuertes lazos de amistad se forman entre aquellos que comparten su tiempo con un mismo corazón y un mismo ideal! “Cor unum et anima una”, es la definición de la amistad. Pidamos hoy al Señor, que nuestra asociación tenga, en efecto, un solo corazón: el suyo. Que nuestro ideal sea de todos uno y el mismo: su Reino. Es muy claro que nada une tanto a los amigos como compartir sus quehaceres entorno a un mismo centro. La amistad entre los Apóstoles en torno a Jesús tiene que ser para nosotros modelo y reflejo.

     Qué dulces veladas las de aquellos hombres escuchando las enseñanzas de Jesús, conversando íntimamente con él, qué alegría poder servirle en cada momento, y qué emoción al contemplar sus milagros, tan de cerca… “Jesús es el enviado del Padre. Desde el comienzo de su ministerio, "llamó a los que él quiso [...] y vinieron donde él. Instituyó Doce para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar" (Mc 3, 13-14). Desde entonces, serán sus "enviados" [es lo que significa la palabra griega apóstoloi]. En ellos continúa su propia misión: "Como el Padre me envió, también yo os envío" (Jn 20, 21; cf. Jn 13, 20; 17, 18). Por tanto su ministerio es la continuación de la misión de Cristo: "Quien a vosotros recibe, a mí me recibe", dice a los Doce (Mt 10, 40; cf, Lc 10, 16).” CEC 858.     “Llamó a los que quiso”, somos muy afortunados de haber sido llamados por Cristo, como los Apóstoles, no por nuestros méritos o buenas cualidades, si somos adoradores es por misericordia de Dios que quiso llamarnos. Con una doble intención, “estar con él”, y “enviarlos a predicar”. “Adoradores de noche, testigos de día” ¡Cómo nos calza este programa con la misión que Cristo dio a los Apóstoles! Estar con él, compartir en confianza su palabra, hablar, callar, escuchar… todo ello nos transforma durante las horas de la noche, para que seamos verdaderos testigos suyos durante las horas del día.

    Los Apóstoles nos enseñan a estar con Jesús, en confianza y con reverencia. En nuestras dudas y con fe. Ellos ¡tantas veces! se postraban y le adoraban. (Cf. Lc 14, 23-33). Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. ¡Cuántas veces se repite esta escena a lo largo de nuestra historia! Jesús solo, en el sagrario, orando por nosotros al Padre, y nosotros, metidos en nuestra barquichuela por un mar lleno de olas, con vientos contrarios y… sin él. Qué poco tardan las pasiones en levantarse contra aquel que no navega con Jesús, cómo soplan las tentaciones del mundo cuando uno se aventura sin él por la travesía de la vida… Pero, por suerte, Jesús no renuncia a estar con nosotros, y busca la manera para que nos topemos con Él. En la noche, en el sagrario.

     Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló Jesús diciendo: «¡Animo!, que soy yo; no temáis.»

     Fue en la noche cuando salió Jesús a su encuentro. De modo semejante, en esta noche, Jesús sale del sagrario a la custodia, sale a nuestro encuentro… Su humanidad santa queda como suspendida sobre el altar, si bien velada. Ellos pensaron ¡es un fantasma! Y a lo mejor si nuestra fe está débil podríamos pensar ¡pero si no es más que pan! Pero no es así. Jesús nos lo dice con fuerza. “Soy Yo”. Escuchemos a Jesús que desde la Eucaristía nos dice estas palabras. “Yo soy”, “no temáis”. Pedro le respondió: «Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas.» «¡Ven!», le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: «¡Señor, sálvame!»

     Es una mezcla extraña, tanta confianza y a la vez miedo, “mándame caminar sobre el agua” y, a la vez, “qué fuerte sopla el viento”. Parece paradójico, pero hemos de reconocer que es una mezcla muy frecuente en nuestra vida de fe. Queremos seguir a Jesús, incluso por encima de nuestras pasiones, de nuestros vicios, y de nuestras miserias. Sabemos que él tiene poder para hacernos sobrevolar sobre todo ello, y sin embargo, en nuestro día a día, en muchas ocasiones no nos vemos capaces, y comenzamos a hundirnos, nos entra miedo, desesperanza… Ahí es cuando hay que gritar ¡Señor sálvame!

     ¡Señor sálvanos! Nuestra vigilia de adoración es este grito, desde la barca de la Iglesia zarandeada para todos nosotros, “no nos sueltes Señor”.  Él siempre responde. Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: «Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?» Subieron a la barca y amainó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: «Verdaderamente eres Hijo de Dios.» Cuando Jesús sube a la barca, la tempestad se calma. Siempre. Él es Señor de cielos y tierras, cuando él nos guía no hay miedo que nos sorprenda. Gracias Jesús, que tantas veces nos agarras en el último momento de la mano, nos sacas de las aguas, con fuerza. Cuantas veces la comunión ha sido para nosotros el salvavidas de nuestros naufragios.  Gracias Jesús, como los apóstoles hoy todos nosotros queremos postrarnos ante ti en la Eucaristía y decir desde lo más hondo de nuestro corazón: “En verdad eres Hijo de Dios” Queremos adorarte juntos, y que tu corazón divino sea el lazo que nos haga amigos entre nosotros.

 

Preguntas para el diálogo y la meditación.

¿Has intentado contemplar o tratar a algún Apóstol en particular?

¿A cuál tienes más devoción?

¿Qué actitudes de los Apóstoles nos pueden ayudar a adorar mejor?


miércoles, 14 de febrero de 2024

 Qué significa «entrar en la cuaresma»

    Con el ayuno y el rito de imposición de la ceniza, entramos en la Cuaresma. Pero, ¿qué significa "entrar en la Cuaresma"? Significa iniciar un tiempo de particular *empeño en el combate espiritual que nos opone al mal presente en el mundo, en cada uno de nosotros y en torno a nosotros. Quiere decir *mirar el mal cara a cara y disponerse a luchar contra sus efectos, sobre todo contra sus causas, hasta la causa última, que es Satanás. Significa no descargar el problema del mal en los demás, en la sociedad o en Dios, sino reconocer las propias responsabilidades y afrontarlo conscientemente.

     A este propósito, resuena con mucha urgencia, para nosotros cristianos, la invitación de Jesús a que cada uno tome su "cruz" y lo siga con humildad y confianza (cf. Mt 16,24). La "cruz", por pesada que sea, no es sinónimo de desventura, de desgracia que hay que evitar lo más posible, sino de oportunidad para seguir a Jesús y así adquirir fuerza en la lucha contra el pecado y el mal. Por tanto, entrar en la Cuaresma significa *renovar la decisión personal y comunitaria de afrontar el mal junto con Cristo. En efecto, el camino de la cruz es el único que conduce a la victoria del amor sobre el odio, del compartir con los demás sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia. Vista así, la Cuaresma es en verdad una ocasión de fuerte empeño ascético y espiritual, fundado en la gracia de Cristo… recuerda las palabras que Jesús pronunció precisamente al inicio de su misión pública, y que volvemos a escuchar muchas veces durante estos días de Cuaresma: «Convertíos y creed en el Evangelio», rezad y haced penitencia. Acojamos la invitación de María, que hace eco a la de Cristo, y pidámosle que nos obtenga "entrar" con fe en la Cuaresma, para vivir con alegría interior y empeño generoso este tiempo de gracia…

     En este primer domingo de Cuaresma, os animo a que os dejéis llevar sin temor por el Espíritu Santo para seguir más de cerca a Cristo en su camino hacia la Pascua. Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros, para que sepamos responder con generosidad a la llamada que Dios nos hace a la conversión y a la renovación de nuestra fe.

De Benedicto XVI, Pp.

DEL BLOG DEL OBISPO

 “Danos siempre de ese Pan”

Jn 6, 34)

Carta Pastoral de Mons. Rafael Zornoza, Obispo de Cádiz y Ceuta

 

     Queridos hermanos, fieles de la diócesis de Cádiz y Ceuta, sacerdotes, consagrados, laicos de todas las edades en la   vida parroquial o en movimientos, asociaciones y cofradías:

    Os invito encarecidamente a celebrar el año que comienza, el 2024, dedicándolo a la Eucaristía. Salgamos al encuentro de Cristo Jesús en el Pan que transforma la vida, el Pan bajado del cielo, un misterio para creer, para celebrar y para vivir [1]. Jesús se hace siempre accesible como el mayor don de Dios para nosotros, que se ha hecho comida (pan) para caminar con nosotros en la senda de la vida, transformándonos. Es el verdadero Pan del cielo, “el que baja del cielo y da la vida al mundo” (Jn 6,33), el don del Padre a la humanidad hambrienta. A Él le pedimos: “Señor, danos siempre de ese Pan” (Jn 6,34).

     “¡Éste es el sacramento de nuestra fe!”, decimos en Misa [2]. En efecto, es misterio de la fe y compendio de vida cristiana donde Dios se da a sí mismo y hace renacer constantemente a la iglesia, por lo que “es importante que las comunidades (…) experimenten la exigencia de un conocimiento más profundo del misterio y del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Al mismo tiempo, con el espíritu misionero que queremos fomentar, es necesario que se difunda el compromiso de anunciar esta fe eucarística para que cada hombre pueda encontrarse con Jesucristo, que nos ha revelado al Dios “cercano”, amigo de la humanidad, y testimoniarla con una elocuente vida de caridad”[3]. Recibamos, pues, este don maravilloso que nos ofrece la vida divina con obediencia fiel, celebrando y adorando al verdadero cordero pascual que realiza con nosotros la nueva y eterna alianza, diciendo: «Éste es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor».

     Como fruto de este año, deseamos que se acreciente la vida eucarística, como dimensión espiritual esencial para madurar la fe personal y comunitaria, con todas sus consecuencias, en la unión con Dios, en la comunión fraterna, en el apostolado y la evangelización, en la vida caritativa y el compromiso social.

   Quiero expresar mi gratitud a cuantos sostenéis y alentáis la participación en la Eucaristía en parroquias, conventos, colegios, comunidades, etc., en especial a los sacerdotes, que, como celebrantes en nombre de Jesucristo, hacéis posible que este Santo Sacramento llegue a todos; pero también a los adoradores del Santísimo, a los grupos de liturgia, a los catequistas de iniciación cristiana. Con vuestra entrega constante y generosidad llega a todos el Pan de Vida que nos alimenta, fortalece y consuela. Confío especialmente en vosotros, sacerdotes, personas consagradas y laicos comprometidos, para impulsar en este año una más decidida vida eucarística personal y comunitaria, acogiendo el Cuerpo de Cristo que se hace presente en el sacramento y nos hace ver desde su corazón su otro modo de presencia en los necesitados. Alimentados por él, demos los frutos de amor que espera de nosotros [...

     Nunca agradeceremos bastante el Señor el regalo de haberse querido quedar en la Eucaristía, en el sagrario o expuesto en la custodia. Eso nos permite poder adorarlo y contemplarlo constantemente experimentando su presencia. Ante Jesús Sacramentado percibimos interiormente el profundo misterio de su presencia divina, de su entrega total, de su amor constante con que nos acompaña y consuela.

     La experiencia del adorador de Cristo en la Eucaristía proclama que está verdadera, real y sustancialmente presente en la Hostia Consagrada, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su Divinidad. El cristiano que adora le reconoce presente y experimenta con fuerte convicción lo que afirma el famoso canto eucarístico: “Dios está aquí”. En efecto, esta experiencia profundamente cristiana configura su vida, la llena de su presencia y cercanía, acoge su fuerza para hacer la voluntad de Dios y evitar el pecado, recibe un impulso mayor para corresponder al amor de Dios y amar a los hermanos. Dios mismo hace que renazca en el corazón del adorador la caridad más generosa, la certeza de la vida eterna, la satisfacción de las esperanzas más profundas del corazón, la liberación del peso de lo material en la contemplación del mismo Dios, el deseo de permanecer siempre en Él.

   Ante el Santísimo Sacramento experimentamos de manera totalmente particular ese “permanecer” de Jesús, que él mismo, en el Evangelio de Juan, pone como condición necesaria para dar mucho fruto (Cf. Jn 15, 5) y evitar que nuestra acción apostólica quede reducida a un estéril activismo, convirtiéndose más bien en testimonio del amor de Dios   []

 [1] Cf. BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis.

[2] Catecismo de la Iglesia Católica, 1356-1372; San Juan Pablo II, Enc. Ecclesia de Eucharistia, 17-IV-2003, 11-20.

[3] BENEDICTO XVI, 5 de junio de 2010, discurso en la Basílica de San Juan de Letrán.

[13] BENEDICTO XVI, APERTURA DE LA ASAMBLEA ECLESIAL DE LA DIÓCESIS DE ROMA, Basílica de San Juan de Letrán, 15 de junio de junio de 2010.

                       ENLACE PARA LEER LA CARTA PASTORAL COMPLETA  

( https://rafaelzornozaboy.com/2024/01/22/danos-siempre-de-ese-pan-jn-6-37/ )