TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 28 de abril de 2018

DOMINGO 29 DE ABRIL DE 2018, 5º DE PASCUA

«QUIEN PERMANECE EN MÍ Y YO EN ÉL, DA FRUTO ABUNDANTE»



     La santidad es el fruto de estar unidos a Cristo Resucitado, como la vid al sarmiento. No existe fruto alguno donde no se da la unión con Cristo que nos lleva a vivir “con los sentimientos de su Corazón que vive y Resucitado se entrega por amor.
     Seguimos  viviendo la Pascua, la nueva vida con Cristo Resucitado, esta nueva vida que es la santidad, exigencia amorosa de nuestro Bautismo. Nos podemos preguntar una y otra vez cuando va avanzando la cincuentena pascual ¿Cuáles son los signos de que estamos viviendo la nueva vida resucitada?
  
     1.  EL FRUTO DE LA SANTIDAD. Cuando el Señor toma posesión de nuestra vida, de nuestro corazón, de nuestros afectos nos lleva a una vida nueva que se va transformando para dar frutos de caridad siempre sabiendo que si no estamos unidos al Señor como la vid al sarmiento los frutos son escasos y sin presente y futuro. 
     2.  PERMANECER EN SU AMOR. Es otro gran signo de la nueva vida resucitada con Cristo. No consiste sólo en instantes, en momentos, es permanecer en un amor que da frutos abundantes. Es preciso una y otra vez recordar el Amor de Dios que nos lleva a entregar la vida por amor. ¿Qué es permanecer en su Amor? Es vivir la vida de la gracia, el cumplimiento de los mandamientos y sobre todo el abrirse al asombro de un amor que es siempre nuevo y nos desborda. 
     3.  CENTRALIDAD DE CRISTO. Mientras no se dé en nosotros el poder a Cristo en el centro de nuestro corazón y afectos y esto lleva consigo “el olvido de sí”, no será claro que se viva la nueva vida resucitada, la unión con Dios. La santidad es siempre a lo que el Señor nos llama para vivir entregando la vida por amor a los más necesitados y a los que viven en todas las periferias y en todas las encrucijadas de la v ida. Este es el fruto abundante de vivir unidos al Amor de Cristo

+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres 



PARA VIVIR CON FE LA EUCARISTÍA (I)



Silencio
  •   El silencio es un poder. Sin él es muy difícil escuchar. Nuestras eucaristías son deficitarias en silencio. Parece como si nos violentásemos por el simple hecho de estar unos segundos sin decir nada.
  • El silencio es el ruido de la oración.
  • El silencio, después de la homilía, es interpelación.
  • El silencio, después de la comunión, es gratitud al Dios por tanto que nos ha dado.
  • En el silencio se llena todo de nuestras intenciones personales, peticiones o deseos.
  • La música o el canto, los símbolos y otras cosas secundarias, nunca pueden ser una especie de tapagujeros que hagan más “digerible” la eucaristía. El silencio no es ausencia de…., es cultivar un lugar para que Dios nazca o hable.
Contemplación

     La Eucaristía se hace más sabrosa cuando se la contempla. En el horizonte inmenso todo parece igual, pero cuando los ojos quedan fijos en él, surgen detalles que a simple vista parecían no existir.
     Con la Eucaristía ocurre lo mismo. Es un paisaje que puede parecer todos los días igual. Sentarse, relajarse, olvidarse de lo que rodea lleva al alma contemplativa, a la persona contemplativa a vivir una serie de sensaciones que es la presencia escondida de Dios.

     Yendo ellos de camino, entró en un pueblo; y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Tenía ella una hermana llamada María, que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su Palabra, mientras Marta estaba atareada en muchos quehaceres. Acercándose dijo: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en el trabajo? Dile que me ayude”. Le respondió el Señor: “Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la parte buena, que no le será quitada”. (Lucas 10, 38-42).

Oración

     La oración y la eucaristía van de la mano como la cerradura se acciona con la llave. La eucaristía, el diálogo con Jesús se hace más fecundo después de haber escuchado la Palabra de Dios. Para que la Eucaristía resulte vibrante, no es cuestión de recurrir a la ayuda puntual del ritmo maraquero o guitarrero. En el diálogo de las personas está el crecimiento personal y comunitario. En la oración reside uno de los potenciales más grandes para entender, comprender y vivir intensamente la Eucaristía.

     Cuando oréis, no seáis como los hipócritas que son amigos de rezar de pie en las sinagogas y en las esquinas, para exhibirse ante la gente. Ya han cobrado su paga, os lo aseguro. Tú, en cambio, cuando quieras rezar, echa la llave y rézale a tu Padre que está ahí en lo escondido; Tu Padre que ve lo escondido te recompensará” (Mt. 6, 5-6).




                                   Javier Leoz

(Jn 6,47).



ABRIL 2018

«En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna» (Jn 6,47).


     Esta frase de Jesús forma parte de un largo diálogo con el gentío que vio el signo de la multiplicación de los panes y que lo sigue, aunque solo sea para seguir recibiendo de Él alguna ayuda material. Jesús, a partir de su necesidad inmediata, poco a poco va llevando el discurso hacia su misión: ha sido enviado por el Padre para dar a los hombres la verdadera vida, la eterna, es decir, la misma vida de Dios, que es Amor.
     Él se acerca a todos los que se le cruzan por los caminos de Palestina sin eludir las peticiones de comida, de agua, de curación ni de perdón; es más, comparte cualquier necesidad y devuelve la esperanza a cada uno. Por eso puede pedir luego un paso más, puede invitar a quienes lo escuchan a acoger la vida que nos ofrece, a entrar en relación con Él, a darle confianza, a tener fe en Él.
     Comentando precisamente esta frase del Evangelio, Chiara Lubich escribió: «Jesús aquí responde a la aspiración más profunda del hombre. El hombre ha sido creado para la vida; la busca con todas sus fuerzas. Pero su gran error es buscarla en las criaturas o en las cosas creadas, las cuales, siendo limitadas y pasajeras, no pueden dar una verdadera respuesta a la aspiración del hombre. ... Solo Jesús puede saciar el hambre del ser humano. Solo Él puede darnos la vida que no muere, porque Él es la Vida».

«En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna».
      
     La fe cristiana es ante todo fruto de un encuentro personal con Dios, con Jesús, que no desea otra cosa que hacernos partícipes de su misma vida.
     La fe en Jesús es seguir su ejemplo y no vivir replegados en nosotros mismos, en nuestros miedos, en nuestros programas limitados, sino más bien dirigir nuestra atención a las necesidades de los demás: necesidades concretas a causa de la pobreza, la enfermedad o la marginación, pero sobre todo la necesidad de escucha, de comunión y de acogida.
     De este modo podremos comunicar a los demás, con nuestra vida, el mismo amor que hemos recibido como don de Dios. Y para fortalecer nuestro camino, Él nos ha dejado también el gran don de la Eucaristía, signo de un amor que se da a sí mismo para dar vida al otro.

«En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna».
      
     Cuántas veces al día damos confianza a las personas que nos rodean: al profesor que enseña a nuestros hijos, al taxista que nos lleva a nuestro destino, al médico que debe tratarnos... No se puede vivir sin confianza, y esta se consolida con trato, la amistad, la relación que se afianza con el tiempo.
     Entonces, ¿cómo vivir la Palabra de vida de este mes? Siguiendo con su comentario, Chiara Lubich nos invita a reavivar nuestra elección y adhesión total a Jesús: «... Y ya sabemos cuál es el camino para llegar allí: ... poner en práctica con especial ahínco esas palabras suyas que nos recuerdan las distintas circunstancias de la vida. Por ejemplo: ¿nos encontramos con un prójimo? «Ama a tu prójimo como a ti mismo» (cf. Mt 22, 39). ¿Tenemos un sufrimiento? «Quien quiera venir en pos de mí... tome su cruz» (cf. Mt 16, 24), etc. Entonces las palabras de Jesús se iluminarán y Jesús entrará en nosotros con su verdad, su fuerza y su amor. Nuestra vida será cada vez más un vivir con Él, un hacer todo junto con Él. Y ni siquiera la muerte física que nos espera podrá asustarnos, porque con Jesús ya ha dado inicio en nosotros la vida verdadera, la vida que no muere»...

Leticia Magri