TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

domingo, 31 de diciembre de 2017

DOMINGO 31 DE DICIEMBRE, FESTIVIDAD DE LA SAGRADA FAMILIA



«ÉSTE ESTÁ PUESTO PARA QUE MUCHOS EN ISRAEL CAIGAN Y SE LEVANTEN…»



     El Niño crecía y vivía el gozo de ser de una familia, un padre y una madre que le regalan toda la ternura que necesita el corazón humano para ser feliz.  La familia es el hogar donde a todos se nos quiere por lo que somos y no por lo que tenemos. Familia es Dios Trinidad y bajó del cielo el Verbo para vivir y habitar en medio de una familia.
     Nazaret se convierte en el cielo donde habita Dios. Una vida sencillamente celestial, porque abunda el amor, la comprensión, el compartir. Nos dicen con la vida que sólo la riqueza no llena nuestro corazón. Es la vida sencilla, tejida de cotidianidad, la que hace de nuestra vida una alegría inmensa, es la vida que viven José, María y Jesús en Nazaret, un cielo en la tierra. 
     ¿En qué crece Jesús? Sobre todo, en lo que le transmite su padre de conocimientos, de amor a la vida sencilla. Aprende porque sabe que es querido, acogido y valorado. Como nosotros, Jesús aprende y vive en su familia las mejores experiencias y vivencias de su vida humana.
     Segundo, crece en un conocimiento sencillo de su Padre Dios a través de la paternidad y maternidad de sus padres. Crece en el conocimiento que es abrirse al asombro de tanto amor derramado en la creación, en las fiestas litúrgicas, en el sentir del pueblo de Dios, en una familia que le ama.
     Por último, crece por dentro para servir por fuera a lo que el Señor pone en su corazón. No se aleja de nadie porque ama a todos.
     El descubrimiento y el potenciar la familia, que es el lugar donde todos hemos sido recibidos y acogidos desde la pobreza, con sus luces y sus sombras y que, sin embargo, la familia sigue siendo y seguirá siendo el lugar y el espacio de las grandes generosidades, alegrías y sufrimientos de un amor compartido y siempre abierto a la vida.

+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres


viernes, 29 de diciembre de 2017

AL HABLA CON TU OBISPO



"Feliz Navidad, gloria a Dios" 



Mi querido amigo:
  
     ¡Feliz Navidad! ¡Mis mejores deseos para cada uno de vosotros y vuestros hogares! La Navidad que celebramos abre nuestros corazones cada año y nos invita a desear lo mejor para cada uno y la paz del alma para nosotros mismos. “¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!”, cantaron los ángeles en Belén. Este sentimiento compartido de bien y de paz nos hace brindar con todos en esta fiesta, que hasta llega a procurar una tregua a los que están en guerra en el mundo, manifestando un deseo de felicidad y de bien que, no obstante, parece lejano en medio de los conflictos de la historia. Sin embargo, quienes conocemos a Jesús, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para entrar en nuestra vida, podemos repetir con el salmo: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (Salmo 125).
     La Navidad nos muestra un nuevo nacimiento, puesto que es la “Natividad”, y nos deja el recuerdo del amor de Dios que se hace Niño y entra así en la historia humana para eternizarla desde la sencillez y debilidad de lo humano.
La Encarnación, por la que Dios se hizo hombre, es, por tanto, lo mejor de la vida, la plenitud de la creación, y nos arrastra consigo para hacernos como Él, semejantes a Él, para que nazca desde nosotros un mundo nuevo, como una “nueva creación”. Dios desciende a nosotros para elevarnos a cada uno hasta llegar hasta Él y, amando como El, edificar un mundo nuevo. Por tanto no es una cuestión intrascendente la de acoger o no a este niño en cada uno de nuestros corazones. “Dios  con nosotros”, el “Emmanuel” (Mt 1, 23) y su amor viene a nuestra búsqueda, pues le necesitamos.
     La historia de la salvación, historia salutis, --como os dije en mi carta pastoral al comienzo del Jubileo Diocesano-- actúa en el presente, en el hoy en que vive cada creyente. Precisamente por ello, nos hace ser críticos ante el tiempo presente y frente a las ideologías y al mito del progreso. Si somos portadores del bien de la fe para el futuro, necesitamos renovarla y actualizarla en cada momento de nuestra vida. Somos portadores de futuro, pero nuestro futuro ha de estar anclado en el pasado, es decir, en la venida de Jesús al mundo, en el presente que cada uno vive hoy, y, sobre todo, en la eternidad. Nuestra esperanza, que es la virtud que va unida a la fe y al amor, es de Jesucristo, en quien se unen todas estas dimensiones, pues el Reino de Dios se identifica con su misma persona.
     Acojamos este Reino, abrazando al Niño que nace sembrando la plenitud de lo eterno entre nosotros, en la comunión de su Iglesia y, en concreto, en nuestra familia diocesana, en nuestra parroquia, nuestras familias, nuestros movimientos y asociaciones. Contemplemos como en Belén el Salvador desciende a nuestra propia pobreza y acojamos al prójimo con la misma solicitud. Acojamos así al otro, sobre todo al más pobre y al pecador, como un don de Dios. Que mirar el pesebre y cantar villancicos, o reunirnos en familia y con los amigos, nos haga dejar de lado rencillas, rencores y egoísmos que destruyen y mancillan la convivencia humana. Sólo con esta sencillez de hijos y hermanos brillaremos como lumbreras en la noche del mundo. Que resuenen, pues, con alegría los cánticos de nuestra tierra, como dice el villancico, y que “viva el Niño de Dios que nació en la Nochebuena”.
     Con mi afecto y gratitud os encomiendo al Rey del Cielo que se hace Niño, el Niño Dios.

 + Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta


sábado, 23 de diciembre de 2017

BENDICIÓN PARA LA CENA DE NOCHEBUENA


DOMINGO 24 DE DICIEMBRE, 4º DEL ADVIENTO



«AQUÍ ESTÁ LA ESCLAVA DEL SEÑOR; HÁGASE EN MÍ SEGÚN TU PALABRA»



     Ella, la Virgen Madre “le esperó con inefable amor” materno. No quiso, el Señor del universo y de la historia, renunciar al gozo de ser acunado en la noche de Belén y en Nazaret, por una Madre que dijo “SÏ” sin condiciones a Aquel, que enviado de parte de un Dios Padre enamorado de la doncella de Nazaret, le pedía permiso para ser puerta de entrada del Redentor en el mundo.
     En este domingo, María se convierte en aquella mujer que tiene en su seno la esperanza deseada y que nos invita a esperarlo en la noche de la fe, en la alegría de que es siempre puntual a la cita, aunque se haga esperar y que nos pide tres actitudes del corazón.
     La alegría de saber, ésta es la primera señal de autenticidad, de que estamos en la voluntad de Dios, porque ni el enemigo, ni el mundo saben proporcionarnos alegría de verdad. Como mucho la disfrazan, pero no saben darla en plenitud. La alegría es “la prueba del algodón” de que Dios está presente en nuestras vidas.
     Hay una segunda llamada a no tener miedo; “No temas, María” porque has hallado gracia delante de Dios. El miedo no debe ser nunca la tierra que pisamos los cristianos. Es la confianza en un Dios enamorado, el que nos lleva a vivir en la esperanza cierta de que el Señor cumple sus promesas. El miedo, aunque es humano, acaba haciéndose inhumano y tremendamente triste. Sólo la confianza nos hace recobrar la alegría de verdad. Podemos sentir miedo, el mismo Jesús lo experimentó, pero hay que atravesarlo, no quedarse en él, pues “sabemos de quien nos hemos fiado”.
     Por último se nos invita a creer en el Dios de lo imposible.  El único Dios que existe y puede existir, el Dios de lo imposible. En el que creyó María y la Iglesia que sabe que después de todas las noches viene galopando el Amor y que se alegra con que  Dios ame tanto nuestra pobreza y que se enamore de Aquella que dijo “El Señor ha mirado la humillación de su esclava”.
     Esperemos al Redentor, como María, “con amor materno” y no dejemos nunca de abrir nuestro corazón al que viene en la noche para iluminar todas nuestras oscuridades con la Luz de un amor asombroso.
     Ya tocamos la Navidad, ya se divisa el portal de Belén

+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres