TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

martes, 28 de febrero de 2017

Ejercicios de Cuaresma: limosna, oración, ayuno



     Hermanos míos: hoy empezamos el gran viaje de la Cuaresma. Nuestro ayuno tiene hambre y tiene sed si no se nutre de bondad, si no se sacia de misericordia. Nuestro ayuno tiene frío, nuestro ayuno falla, si la cabellera de la limosna no lo cubre, si el vestido de la compasión no lo envuelve. Hermanos, lo que la primavera es para la tierra, la misericordia lo es para el ayuno: el viento suave de la primavera hace florecer todos los brotes de las llanuras; la misericordia del ayuno siembra nuestras semillas hasta la floración, éstas dan fruto hasta la recolecta celestial.
     Lo que el aceite es para la lámpara, la bondad lo es para el ayuno. Como la grasa del aceite mantiene encendida la luz de la lámpara y la hace brillar para consuelo de todos en la noche, así también la bondad hace resplandecer el ayuno: desprende rayos hasta que alcanza el esplendor pleno de la continencia. Lo que el sol es para el día, la limosna lo es para el ayuno: el esplendor del sol aumenta la plenitud del día, disipa la oscuridad de la noche; la limosna acompaña al ayuno santificando la santidad y, gracias a la luz de la bondad, purifica nuestros deseos de todo lo que podría ser mortífero. En una palabra: lo que el cuerpo es para el alma, la generosidad lo es para el ayuno: cuando el alma se retira del cuerpo, le ocasiona la muerte; si la generosidad se aleja del ayuno, es su muerte.


San Pedro crisólogo
Obispo de Rávena; con su vida santa y la elocuencia de su palabra ganó numerosas conversiones (Ca. 380-Ca. 450)





Queridos hermanos y hermanas:
      La Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado a volver a Dios «de todo corazón» (Jl 2,12), a no contentarse con una vida mediocre, sino a crecer en la amistad con el Señor.
     Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar (cf. Homilía, 8 enero 2016).
     La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar la vida del espíritu a través de los medios santos que la Iglesia nos ofrece: el ayuno, la oración y la limosna. En la base de todo está la Palabra de Dios, que en este tiempo se nos invita a escuchar y a meditar con mayor frecuencia. En concreto, quisiera centrarme aquí en la parábola del hombre rico y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19- 31).
     Dejémonos guiar por este relato tan significativo, que nos da la clave para entender cómo hemos de comportarnos para alcanzar la verdadera felicidad y la vida eterna, exhortándonos a una sincera conversión.

1. El otro es un don

     La parábola comienza presentando a los dos personajes principales, pero el pobre es el que viene descrito con más detalle: él se encuentra en una situación desesperada y no tiene fuerza ni para levantarse, está echado a la puerta del rico y come las migajas que caen de su mesa, tiene llagas por todo el cuerpo y los perros vienen a lamérselas (cf. vv. 20-21). El cuadro es sombrío, y el hombre degradado y humillado.
     La escena resulta aún más dramática si consideramos que el pobre se llama Lázaro: un nombre repleto de promesas, que significa literalmente «Dios ayuda». Este no es un personaje anónimo, tiene rasgos precisos y se presenta como alguien con una historia personal.
     Mientras que para el rico es como si fuera invisible, para nosotros es alguien conocido y casi familiar, tiene un rostro; y, como tal, es un don, un tesoro de valor incalculable, un ser querido, amado, recordado por Dios, aunque su condición concreta sea la de un desecho humano (cf. Homilía, 8 enero 2016).
     Lázaro nos enseña que el otro es un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud su valor. Incluso el pobre en la puerta del rico, no es una carga molesta, sino una llamada a convertirse y a cambiar de vida.
     La primera invitación que nos hace esta parábola es la de abrir la puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino nuestro o un pobre desconocido. La Cuaresma es un tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y reconocer en él o en ella el rostro de Cristo.
     Cada uno de nosotros los encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece acogida, respeto y amor. La Palabra de Dios nos ayuda a abrir los ojos para acoger la vida y amarla, sobre todo cuando es débil. Pero para hacer esto hay que tomar en serio también lo que el Evangelio nos revela acerca del hombre rico.

2.   El pecado nos ciega

     La parábola es despiadada al mostrar las contradicciones en las que se encuentra el rico (cf. v. 19). Este personaje, al contrario que el pobre Lázaro, no tiene un nombre, se le califica sólo como «rico». Su opulencia se manifiesta en la ropa que viste, de un lujo exagerado. La púrpura, en efecto, era muy valiosa, más que la plata y el oro, y por eso estaba reservada a las divinidades (cf. Jr 10,9) y a los reyes (cf. Jc 8,26). La tela era de un lino especial que contribuía a dar al aspecto un carácter casi sagrado.
     Por tanto, la riqueza de este hombre es excesiva, también porque la exhibía de manera habitual todos los días: «Banqueteaba espléndidamente cada día» (v. 19). En él se vislumbra de forma patente la corrupción del pecado, que se realiza en tres momentos sucesivos: el amor al dinero, la vanidad y la soberbia (cf. Homilía, 20 septiembre 2013).
     El apóstol Pablo dice que «la codicia es la raíz de todos los males» (1 Tm 6,10). Esta es la causa principal de la corrupción y fuente de envidias, pleitos y recelos. El dinero puede llegar a dominarnos hasta convertirse en un ídolo tiránico (cf. Exh. ap. Evangelii gaudium, 55). En lugar de ser un instrumento a nuestro servicio para hacer el bien y ejercer la solidaridad con los demás, el dinero puede someternos, a nosotros y a todo el mundo, a una lógica egoísta que no deja lugar al amor e impide la paz.
     La parábola nos muestra cómo la codicia del rico lo hace vanidoso. Su personalidad se desarrolla en la apariencia, en hacer ver a los demás lo que él se puede permitir. Pero la apariencia esconde un vacío interior. Su vida está prisionera de la exterioridad, de la dimensión más superficial y efímera de la existencia (cf. ibíd., 62). El peldaño más bajo de esta decadencia moral es la soberbia. El hombre rico se viste como si fuera un rey, simula las maneras de un dios, olvidando que es simplemente un mortal.
     Para el hombre corrompido por el amor a las riquezas, no existe otra cosa que el propio yo, y por eso las personas que están a su alrededor no merecen su atención. El fruto del apego al dinero es una especie de ceguera: el rico no ve al pobre hambriento, llagado y postrado en su humillación
    Cuando miramos a este personaje, se entiende por qué el Evangelio condena con tanta claridad el amor al dinero: «Nadie puede estar al servicio de dos amos. Porque despreciará a uno y querrá al otro; o, al contrario, se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero» (Mt 6,24).

3.   La Palabra es un don

     El Evangelio del rico y el pobre Lázaro nos ayuda a prepararnos bien para la Pascua que se acerca. La liturgia del Miércoles de Ceniza nos invita a vivir una experiencia semejante a la que el rico ha vivido de manera muy dramática.
     El sacerdote, mientras impone la ceniza en la cabeza, dice las siguientes palabras: «Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás». El rico y el pobre, en efecto, mueren, y la parte principal de la parábola se desarrolla en el más allá. Los dos personajes descubren de repente que «sin nada vinimos al mundo, y sin nada nos iremos de él» (1 Tm 6,7).
     También nuestra mirada se dirige al más allá, donde el rico mantiene un diálogo con Abraham, al que llama «padre» (Lc 16,24.27), demostrando que pertenece al pueblo de Dios.
     Este aspecto hace que su vida sea todavía más contradictoria, ya que hasta ahora no se había dicho nada de su relación con Dios. En efecto, en su vida no había lugar para Dios, siendo él mismo su único dios. El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua.
     Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.
     La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).
     De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo.  La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.

     Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor "que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del Tentador" nos muestra el camino a seguir.
     Que el Espíritu Santo nos guie a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados.
     Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana.
     Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua.

Francisco, pp


sábado, 25 de febrero de 2017

DOMINGO 26DE FEBRERO DEL 2017, 8º DEL TIEMPO ORDINARIO


« BUSCAD SOBRE TODO EL REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA »



     La condición humana siempre sale a relucir moviéndose entre la desconfianza y la esperanza, entre quejas y lamentos, pero necesita ir adelante. Esta misma experiencia se manifiesta en la primera lectura de este domingo. ¿Tanto nos cuesta a los hombres fiarnos de Dios a pesar de tantos signos de su presencia y de su cuidado? En el contexto de donde está tomado este texto de Isaías hay muchas razones para confiar, para ver cómo Dios lleva de su mano a su pueblo y le protege, pero no se resiste a criticar a Dios, la ingratitud de este pueblo es grande, se queja como si lo hubiera abandonado, como si se hubiera olvidado de él. ¡Qué gran paciencia y serenidad demuestra Dios siempre, pero más en estos casos! Y ahí le tienes consolando de nuevo a su pueblo con una ternura fuera de lo común: Su amor por su pueblo es más grande, más tierno, más cuidadoso y más constante que el amor de una madre por su hijo. Dios recurre al amor materno, porque este es el lenguaje que entiende su pueblo sufriente. En el versículo anterior al del texto de hoy aparece una exaltación de la grandeza del cuidado de Dios: “Exulta, cielo; alégrate, tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se compadece de los desamparados(v. 13). Pero Dios es fiel y está cerca de los suyos. Esto es lo que canta el salmista, es la oración hecha alabanza del que se sentía abatido y ahora descansa por la feliz idea de haberse refugiado en Dios: “Sólo Dios es mi roca y mi salvación, mi alcázar: no vacilaré”. Al mismo San Pablo le han criticado en la comunidad de Corinto, pero él se defiende remitiéndose a Cristo, donde él está asentado, el que da sentido a toda su labor evangelizadora.
     En el evangelio de San Mateo se nos pide la plena confianza en Dios: no andéis preocupados, confiad, que Dios no abandona a los suyos, que Él es fiel y está volcado con nosotros, ved que no se muestra riguroso o inicuo, sino que es un Padre bueno, es nuestro Padre fiel, justo y compasivo.
     Estar cerca de Jesucristo nos da seguridad, aunque estemos pasando por la tormenta en el mar de la vida, pero sabemos que ahí está el Señor, que no nos tenga que decir: ¡hombres de poca fe! Esta situación por la que pasaron los discípulos en el mar de Galilea nos está diciendo que cuando nuestra fe está apagada, comienzan los miedos y temores, porque nuestra mirada está pendiente de otras cosas que no pueden salvar y te sientes inseguro, pero si sabes que Cristo está contigo y le sientes, entonces estás seguro, porque calmará la tormenta con su sola palabra. En el texto de hoy se resalta la necesidad de confiar con sencillez en la Palabra de Dios, del que cuida de las criaturas que a nadie les importa, de las que pasan de largo, de los gorriones y de las flores, pero Dios es fiel. ¿No va a cuidar de nosotros que nos hizo a su imagen y semejanza, que nos ha hecho hijos suyos?
     Ten confianza, que Dios sabe dónde vives y qué necesitas y sale a tu encuentro mucho antes de que le llames. Por eso es comprensible que en la predicación de Jesús deje entrever que no tengas miedo, que tengas la serenidad necesaria para mirar a Jesús, que va en la misma barca, y basta. Él sabe lo que tiene que hacer, por una razón, porque nos quiere. Vosotros preocuparos sólo de buscar el reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura.
+ José Manuel Lorca Planes - Obispo de Cartagena