TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 31 de agosto de 2019

DOMINGO 1º DE SEPTIEMBRE DE 2019, 22º DEL TIEMPO ORDINARIO

«EL QUE SE ENALTECE SERÁ HUMILLADO, Y EL QUE SE HUMILLA SERÁ ENALTECIDO»


     Este evangelio con la cita que Jesús siempre buscó, el último puesto, el último lugar, a Él nadie se lo podrá arrebatar. Cambió la vida de Carlos de Foucauld.
     Solo creo en la santidad de los humildes. Es el corazón humilde el que se abre totalmente para dejar pasar la misericordia del Señor. Lucas el evangelista de los pobres y humildes, destaca las tres claves de la profunda espiritualidad del Evangelio.
     Primero, el corazón manso y humilde de Jesús es nuestro modelo. Es la predilección del Señor por los últimos, lo que le lleva a elegir el último puesto para poder acompañarlos y estar a su lado. El Señor siempre se dejó robar el corazón y conmover por los últimos, por los que no cuentan, ni para nada, ni para nadie.
     Segundo, los que se enaltecen no viven en la verdad. Quien dice que no ha pecado repite San Pablo que es un mentiroso. El que se cree superior a todos y siempre humilla a los de su alrededor no puede amar; como mucho se ama a sí mismo. La clave de la santidad es el cimiento de la humildad. Los humildes no son acomplejados, ni tienen un tono vital bajo; pero como María cantan una y otra vez la grandeza del Señor que ha mirado la humillación de su esclava, y que derriba del trono a los poderosos, a los que buscan los puestos de honor en todas las realidades de la vida.
     Por último, el humilde ha bajado a los sótanos para ser transparente delante de quien ha recibido tanto. Ante nuestra historia mal hecha por nuestro pecado, Dios ha hecho y escrito la historia más bella de amor por su parte. Somos preciosos para Dios. Nuestra vida es preciosa para su Corazón. Él siempre está cerca y le conmueve el pobre y el abatido. Alza de la basura al pobre, y el que es humilde de verdad, lleva su nombre tatuado en el corazón de Dios.



+ Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres

viernes, 23 de agosto de 2019

DOMINGO 25 DE AGOSTO DE 2019, 21º DEL TIEMPO ORDINARIO

«"SEÑOR, ¿SERÁN POCOS LOS QUE SE SALVEN?" »


     El tema de la salvación es siempre tratado por Jesús desde la convicción de vivir con esperanza, y el realismo de esforzarnos por entrar por la puerta estrecha.
     Muchas veces me he preguntado cual podría ser esa puerta estrecha de la que habla el Señor, y no encuentro más respuesta que su corazón misericordioso. Una puerta que siempre está abierta desde el primer viernes de la historia, y que solo pueden transitar y entrar, los que cimientan su vida sobre la humildad del corazón. No se cimienta la santidad más que en el corazón manso y humilde que se agacha a los pies de los pecadores, y entrega su vida desde su pobreza y su nada, que son las alas que hacen crecer el amor.
     La anchura es la mundanidad de quien no se toma en serio el evangelio, y como dice el papa Francisco, no es coherente con la fe. Como decía San Francisco de Asís, no podemos contemplar al Señor y querer vivir otra vida distinta a la que Él nos propone. No se trata de rigorismo que matan, porque estrechan el corazón hasta dejarlo sin vida. Se trata de vivir lo que dice el salmo, el Señor en el aprieto, en la estrechez, nos distes anchura grandeza y humildad de corazón.
     Existe un camino que lleva a la perdición, al llanto y rechinar de dientes, y que nos pierde, y que es elegir el camino donde el centro soy yo, y todo lo demás queremos que gire en torno a nosotros.
     La clave siempre es la fidelidad y el saber que el Señor nos reconoce cuando nos identificamos con los sentimientos y proyectos de su Corazón. Esos proyectos de amor es elegir el camino del olvido de sí que es una senda estrecha y que sin embargo conduce a la plenitud del amor a la salvación. Cuando se elige el camino aparentemente ancho de la perdición el Señor no reconoce que ese corazón viva con sus sentimientos. Puede decir, Señor, Señor, pero son palabras huecas, palabras sin corazón.
     Al final el evangelio de Lucas nos da la clave de que muchos primeros, serán últimos, y muchos últimos, serán primeros. Elegir el último puesto que es el que ha elegido Jesús y a El nadie se lo puede arrebatar; es la senda estrecha de un amor que solo puede amar desde la profunda humildad del olvido de sí. Esta es la puerta estrecha que conduce a la vida nueva con un corazón nuevo. La puerta ancha de la perdición se busca uno a si mismo e instalado en su soberbia no puede amar porque los soberbios no aman, se aman e instrumentalizan a los otros, pues para amar habría que amar eligiendo el último puesto, el olvido de si, la puerta estrecha de su corazón siempre abierto.


+ Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres

sábado, 17 de agosto de 2019

ADORADORES DE NOCHE Y APÓSTOLES DE DÍA.


     Esta es la realidad de la Adoración Nocturna, que debería estar presente en todas las parroquias, por ser algo medular, necesario y fácil en la vida cristiana. Nada resta a que se milite en cualquier Asociación o Movimiento, al contrario favorece e impulsa esta militancia por su aporte espiritual e impulso apostólico.

   1. La eucaristía es la clave de la vida cristiana.

     Jesucristo es el principio y fin de nuestra fe. Por eso nos enseña la Sagrada Escritura que debemos tener “fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús” (Heb 12, 2). Él es el enviado del Padre para ser nuestro Salvador, maestro y Modelo. En Él se encierran todos los tesoros de la sabiduría, de la ciencia, de la gracia, de la vida y del amor. En Él habita la plenitud de la divinidad, Él sostiene el universo entero y es la fuente de todo bien. Por eso nos dice San Pablo: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os de espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos” (Ef 1,17-18). Algo grandioso que Jesús ha realizado para estar más cerca de nosotros “hasta el fin de los tiempos”, incluso, ser nuestro propio alimento, es la Eucaristía, que es el mayor de todos los milagros, porque puso toda su omnipotencia al servicio del Amor.
     Es importantísimo ser conscientes de esta realidad, adorar, contemplar y vivir de la Eucaristía, por ser algo prioritario, porque Dios está ahí. Si en todas las parroquias existiese, al menos, un turno de Adoración Nocturna, os aseguro que haríamos mucho bien, tendríamos más entusiasmo y con más vida y coraje el apostolado seglar, que es imprescindible, y que se encuentra tan débil.

   2. Raíces y frutos de la Adoración Nocturna.

     La Adoración Nocturna hunde sus raíces en la necesidad que, desde el inicio del cristianismo, tenemos todos los cristianos de vivir unidos a Jesucristo. Ya desde el siglo primero se reunían los cristianos en vigilias eucarísticas de oración y formación, que en muchos casos duraban toda la noche.
     Es en 1264 cuando, por una serie de hechos prodigiosos, se instituye la solemnidad del Corpus Christi y se impulsa la adoración a Jesús en el Santísimo Sacramento. En el siglo XVI la gran seglar, corresponsable en la Iglesia, esposa, madre de familia y mujer noble, doña Teresa Enríquez, la “loca del Sacramento”, es la gran apóstol de la Eucaristía. Ella extiende esta singular devoción, funda las cofradías sacramentales y promueve el culto eucarístico.
     La Adoración Nocturna nace en Roma en 1810, con ocasión del cautiverio de Pío VII. Tal como la conocemos hoy surge en Francia, con el seglar Hermann Cohen y 18 hombres más, el 6 de diciembre de 1848. En España se inicia el 3 de noviembre de 1877, con el seglar Luis Trelles Noguerol, hoy en avanzado proceso de canonización. La Adoración Nocturna Femenina Española es mucho más reciente, nace en Valencia en1925.
   Los fines de adorar, reparar, ofrecerse, expiar, desagraviar a Jesucristo en la Eucaristía dimanan, principalmente, de estas cuatro fuentes: la Bula “Transiturus”, de Urbano IV, el Papa que instituye el Corpus Christi en 1264; la doctrina del Concilio de Trento; la Encíclica “Mediator Dei”, de Pío XII, en 1947; y la Exhortación postsinodal del Vaticano II “Eucaristicum misterium”, de Juan Pablo II.

   3. ¿Qué nos exige?

     Primero, que valoremos y extendamos la Adoración Nocturna como medio de intimidad con Cristo, de adoración, expiación, desagravio y para dar impulso espiritual y apostólico a nuestra vida. Además, merece la pena y es necesario que, al menos, una vez al mes, más las tres Vigilias extraordinarias y las especiales, las pasemos junto al Señor, para incrementar nuestra vida espiritual, adorarle, desagraviarle y ofrecernos.
     Finalmente, propagar esta sencilla y hermosa fórmula eucarística, para que tengamos Vida y ésta en abundancia, como nos pide Jesús, y podamos hacer el mayor bien posible a todos los hombres, en todas las parroquias y en la Iglesia universal, mereciendo y pidiendo por todos, y dando testimonio público de fe.


D. José Díaz Rincón - Adorador nocturno
 (LS. Nº 17; 1 de junio de 2019)

domingo, 11 de agosto de 2019

DOMINGO 11 DE AGOSTO DE 2019, 19º DEL TIEMPO ORDINARIO

«DONDE ESTÁ VUESTRO TESORO ALLÍ ESTARÁ TAMBIÉN VUESTRO CORAZÓN»


     La confianza en Dios es la llave de la puerta de la entrada en la santidad. No llegamos y muchas veces nos quedamos anclados en la orilla y no nos adentramos mar adentro hacia horizontes infinitos.
     Jesús conoce el corazón humano. Sabe de sus dudas y fracasos. De sus búsquedas. De tesoros perdidos y malogrados. De noches sin sentido. No llegamos porque no confiamos en el Señor y no confiamos porque no tratamos de amistad con quien sabemos que nos ama.
     Confiar no significa querer que te toque la lotería sin comprar el décimo, pero si significa que el día que conocimos el Amor de su Corazón abierto nos tocó la lotería. Es necesario leer la Palabra de Dios y saborearla para descubrir al final que al que mucho se le confió, mucho se le exigirá… sobre todo saber que siempre tenemos por parte del Señor, todos los ingredientes para la “paella”, solo se nos pide la confianza de saber de su Amor más que de nuestras pobrezas y hundimientos.
     Mirarle a Él en la vida de oración y en la vida sacramental es volver al amor primero, el amor de la confianza que nos lleva a saber de quién me he fiado con la persuasión de que llevará a buen término la obra que empezó en mí.


+ Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres


viernes, 9 de agosto de 2019

20 ACIERTOS EN LA ORACIÓN. 


     Ahora ofrezco la contrapartida. A ver con cuántos de los siguientes aciertos te sientes identificado.
 

Acudo a Dios porque es Dios, porque es mi Creador y Padre, porque es infinitamente bueno y misericordioso. Y a mí, como hijo y criatura suya, me corresponde bendecirlo y alabarlo.

Cuando oro, lo que me interesa es estar con Dios. No importa qué tema le trate ni cómo lo haga.

Al estar con Dios busco sobre todo escucharle, conocerle, saber cuál es su voluntad.

Lo busco a Él, no a mí mismo. Por eso, no me importa si siento especialmente o no, me basta creer que está presente.

Mi oración ordinaria consiste en dialogar con Él a partir de Su Palabra, de mi situación personal y los acontecimientos de la vida.

Busco el contacto personal de amor con Dios, el saberme libre buscando a quien libremente me busca.

Para mí, el mejor lugar para el encuentro con Dios es la Eucaristía.

La Sagrada Escritura es mi libro preferido para la meditación.

Me conforta saber que Dios me amó primero, que quiere establecer una relación íntima de amor conmigo y que sale a mi encuentro en todo momento y circunstancia. Este interés de Dios por mí me llena de confianza.

Procuro cultivar el hábito de la presencia de Dios, saber que me mira, que estoy en su presencia, tenerlo siempre a mi lado, haga lo que haga, esté donde esté.

Más que pensar ideas en la meditación, procuro bajar las ideas al corazón profundo, amar mucho.

Me gusta conocer la vida de los santos y leer maestros de vida espiritual: me sirven de inspiración para llegar más alto y más lejos en mi relación de amor con Cristo.

Mi tiempo le pertenece a Dios, trato de estar siempre en su presencia y dedicarle tiempos de calidad para estar a solas con Él, sin hacer otra cosa que estar juntos. Procuro no limitarme a las oraciones que ya tengo incorporadas en mi rutina diaria, sino cultivar la gratuidad en mi relación con Él.

Cada vez que escucho hablar de Dios y la oración, me siento pequeño, limitado, miserable, un aprendiz. Suplico al Espíritu Santo que sea mi maestro y mentor, que Él me levante y me muestre el rostro de Cristo.

Me gusta la misa y otros momentos de oración con mi familia, mis amigos y la comunidad. Recuerdo que Jesús nos dijo que “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).

Para orar me busco un espacio silencioso, procuro recoger mis sentidos, centrarme sólo en Él, actuar mi fe, establecer contacto con Él.

Creo que Dios me creó para vivir en comunión de amor con Él, en el tiempo y en la eternidad. Por eso todos los días le suplico me conceda la gracia de realizar Sus planes sobre mí.

El alimento de la oración es la Eucaristía, por eso procuro recibirla con frecuencia. Trato de confesarme con frecuencia, tengo un director espiritual y trato de vivir las virtudes cristianas, siguiendo el ejemplo de Jesucristo.

Rezo siempre, sé que lo necesito, me sienta digno o indigno, con ganas o sin ganas. Sé que Dios escucha siempre mi oración y que aunque sea tan miserable y lo haga tan pobremente, a Él le complace que me acerque como el más pequeño de sus hijos.

Más allá de obligaciones y compromisos asumidos, quiero rezar porque amo a Dios. Cumplo mis deberes religiosos con amor y por amor, no sólo por cumplir.

    
Orar es cuestión de amor, es un modo de acoger y corresponder al Amor. Elige un renglón en el que quieras mejorar, de uno en uno.

P. Guillermo Serra, L.C.

sábado, 3 de agosto de 2019

DOMINGO 4 DE AGOSTO DE 2019, 18º DEL TIEMPO ORDINARIO

«GUARDAOS DE TODA CODICIA, PUES TU VIDA NO DEPENDE DE TUS BIENES»



     Nuestro corazón es un corazón de deseo. Anhelamos ser felices sin faltarnos de nada. Así, ponemos la felicidad en tener salud, dinero y amor. Ser feliz para el corazón humano es tener, poseer y triunfar. La felicidad, con Jesús, es otra cosa, es otra realidad. No es lo mismo. Para el Señor, la clave de su felicidad evangélica consiste en tenerle a Él como tesoro de nuestro corazón, y por Él estemos dispuestos a venderlo todo con tal de tenerle como Amor y fuente de amor.
     En este evangelio, Lucas nos presenta un Jesús con los pies en el suelo. Tanto acumular riquezas y después para quién serán. Como dice el papa Francisco, jamás he visto camiones de mudanza llevando los bienes con los que son
enterrados los fallecidos. Todo lo dejamos aquí. Al final de la vida seremos examinados en el amor.
     Sabemos que todo es vanidad de vanidades. Los ricos se mueren como los pobres, pero con la amargura de que no han podido disfrutar ni una pizca de lo que pensaban. Cuando habían construido graneros de seguridad, no habían descubierto que estamos de paso y que todas las fiestas acaban apagando sus luces porque se acaban y tienen fecha de caducidad. Es necesario volver a la sensatez de vivir colgados no de nuestra riqueza, sino de la infinita misericordia y ternura de Dios.
     En la medida en que busquemos los bienes de allá arriba, nuestra vida se convierte en una verdadera fiesta de alegría y santidad. No nos quedemos en lo que es muy al uso actualmente, es decir, instalarse en la queja y en la crítica, que dicho sea de paso, es la mejor vacuna para no ser nunca felices. San Agustín, en un comentario luminoso, sostiene que la vida resucitada con Cristo es el cielo y que se inicia cuando alabamos y agradecemos todos los dones recibidos de su Amor. Entonces vivimos en la auténtica alegría y felicidad de los pobres evangélicos.


+ Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres

20 ERRORES COMUNES EN LAS ORACIONES.


     Hoy te ofrezco un elenco de errores frecuentes en la vida de oración, tal vez te sientas identificado con algunos de ellos. Posteriormente ofreceré la contrapartida.


 Acudo a Dios sólo para pedirle que me resuelva problemas y necesidades que me interesan: salud, trabajo, familia, tranquilidad, etc.

Cuando voy con mis preocupaciones, mi oración termina siendo una reflexión personal acerca de cómo resolverlas. Ya no hablo con Dios sino sólo conmigo.

Hablo, hablo y hablo, sin escuchar a Dios. Más aún, no sé qué significa escuchar a Dios, ni cómo habla Él.

Creo que oro bien si los sentimientos son bonitos. Si no, pienso que algo estoy haciendo mal, que no sé orar.

Mi oración se reduce a fórmulas memorizadas que la mayoría de las veces repito sin atención.

Cuando rezo hago cosas, pero no entro en contacto personal de corazón con Dios. Mi “oración” es una especie de acto intimista en solitario.

Trato poco a Cristo Eucaristía.

Uso muy poco la Biblia en mis meditaciones.

Concibo la oración sólo como iniciativa humana: soy yo quien tiene la iniciativa de establecer comunicación con Dios y me esfuerzo por alcanzarlo.

Mi relación con Dios va en paralelo de mi vida ordinaria, es un apartado en la rutina diaria o semanal, como una actividad más junto al resto de mis quehaceres.

No medito o mi meditación se limita a pensar, a desarrollar reflexiones teológicas.

Rezo como me enseñaron de niño y allí me quedé.

Mido y cuento el tiempo que le dedico a Dios. Soy tacaño con Dios, mi tiempo con Él no es tiempo de calidad, con frecuencia le dejo las migajas del día.

Creo que ya me las sé todas en materia de oración, que no tengo más que aprender. Cuando otros hablan del tema, pienso que yo sé más…

Evito las oraciones comunitarias.

Voy a rezar tan distraído que al final sé que entré y salí de la iglesia o capilla sin haber entablado un mínimo contacto personal con Dios.

Estoy tan acostumbrado y me he resignado ya a cómo es mi oración, que ya no deseo ni suplico a Dios que me conceda una mayor intimidad con Él, ni creo en el fondo que Él me la desee conceder.

Considero que tengo hilo directo con Dios y descuido sin embargo mi vida sacramental (misa, comunión, confesión) y espiritual (vida interior, virtudes, recurso a medios de perseverancia como la dirección espiritual, etc.)

Rezo sólo cuando me siento digno de rezar. Cuando me siento indigno, porque he pecado, o me he enojado, o no estoy bien conmigo mismo o con los demás, me excuso diciendo que sería hipócrita si rezara, y dejo de hacerlo.

Mi objetivo es cumplir con aquello a lo que me comprometí. Muchas veces no sé ni lo que hago, sólo rezo con tal de cumplir (misa dominical, liturgia de las horas, rosario…)


     Si quieren completar la lista, adelante


P. Guillermo Serra, L.C.