Espiritualidad Católica como fuente testimonial. Tras el reconocimiento de nuestro carisma cristiano, buscamos ser consecuentes y por lo tanto expandir el Evangelio de Cristo en nuestra sociedad.
TIEMPOS LITURGICOS
domingo, 28 de diciembre de 2014
JORNADA POR LA FAMILIA Y POR LA VIDA
Nota de los Obispos de la Subcomisión para la Familia y
Defensa de la Vida con motivo de la Jornada de la Sagrada Familia
El papa Francisco ha regalado a la Iglesia
la exhortación apostólica Evangelii gaudium, donde nos ofrece preciosas
indicaciones para la tarea pastoral de la Iglesia en los años venideros. En
ella nos recuerda que «la familia
atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y
vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se
trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a
convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres
transmiten la fe a sus hijos»1.
A partir de esta afirmación del papa surge
una pregunta fundamental: siendo esto así, ¿cómo evangelizar y cómo anunciar el
evangelio de la familia donde reina una concepción antropológica que conforma
la cultura dominante y que transforman la concepción y el sentido del amor, de
la sexualidad y de la corporeidad? Frente
a esta concepción, el Evangelio anuncia la buena noticia de que es posible
conocer el amor verdadero, un amor que se muestra como vocación, como
camino hacia una plenitud, que colma el corazón humano y lo hace libre y feliz.
1. VOCACIÓN AL AMOR, CENTRO DEL
EVANGELIO DE LA FAMILIA.2
Para vivir el amor verdadero debemos
preguntarnos acerca del origen de este amor. De esta cuestión se desprenden
otras como dónde descubrir la verdad del amor o de qué amor se ha servido Dios
para mostrar su amor y quién es el origen del amor y de la vocación al amor de
todo hombre. La respuesta solo la podemos encontrar en el misterio de Dios.
Descubrir un amor que nos precede, un amor que es más grande que nuestros
deseos, un amor mayor que nosotros mismos, lleva a comprender que necesitamos
aprender a amar. Este aprender a amar consiste, en primer lugar, en recibir el
amor, en acogerlo, en experimentarlo y hacerlo propio. Esto permite eliminar
toda concepción emotivista o voluntarista del amor: «Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en
él» (Jn 4, 16).
La
verdad del amor se descubre en la unión del hombre y la mujer. Con la
creación del ser humano se descubre cómo el amor de Dios se hace realidad en la
vida humana, y cómo la diferencia sexual es una realidad originaria que nos
muestra la dimensión comunional del amor. Esta unidad dual es fecunda en la
unidad de los cónyuges y en la generación de los hijos.
Dios
se ha servido del amor esponsal para revelar su amor. La transformación
del amor humano en el amor de Dios no es algo circunstancial. Es tan permanente
y exclusivo como la unión de Cristo con
la Iglesia. Cristo, «por medio del sacramento del matrimonio (…) permanece
con ellos (los esposos), para que (…), con su mutua entrega, se amen con
perpetua fidelidad, como Él mismo ha amado a su Iglesia y se entregó por ella»3.
Por
tanto, «la vocación al amor es la que nos ha señalado el camino por el que Dios
revela al hombre su plan de salvación. Es en la conjunción original de los
distintos amores en la familia —amor conyugal, paterno filial, fraternal, de
abuelos y nietos, etc.— como la vocación al amor encuentra el cauce humano de
manifestarse y desarrollarse conformando la auténtica identidad del hombre,
hijo o hija, esposo o esposa, padre o madre, hermano o hermana»4
.
2. LA ALEGRÍA DEL EVANGELIO DE LA
FAMILIA.
La verdad del Evangelio sobre el amor
humano y la bondad y belleza de toda vida humana se convierte, de este modo, en
fuente de alegría permanente. El mismo «Cristo
necesita familias para recordar al mundo la dignidad del amor humano y la
belleza de la vida familiar» 5.
Así,
la misión de los padres es insustituible y, como no cabe opción a delegar la transmisión de la vida ni de la fe,
tampoco cabe la posibilidad de que la
verdad del bien que es la familia para un hijo se les pueda comunicar de otra
forma que no sea viviendo en un hogar como comunión de amor; de ahí la
enorme responsabilidad de los padres, en primer lugar, de procurar que eso sea
así y, en segundo lugar, de las instituciones públicas de favorecer las
condiciones mínimas para poder llevar a cabo esa tarea dotando de la tutela,
ayuda y protección necesarias para la estabilidad y seguridad de las familias.
Esa alegría de la vida en familia forma parte de la naturaleza misma del ser
humano, debido a su inherente vocación al amor y a la felicidad.
Con respecto a la transmisión de la fe es
esencial que esta sea una fe viva, testimonial y alegre, traspasada por la
esperanza y la caridad. Sin esos elementos, la persona en general, y el niño en
particular, difícilmente podrá experimentar y hacer suyo que el mensaje que le
comunican en su hogar y en la vivencia de la parroquia encierra una verdad
auténtica; a lo sumo podrá llevarle a repetir frases vacías, comportamientos
miméticos que acepta sin comprender y sin hacerlos vida; no le llevará a vivir
con alegría, sobre todo cuando otros mensajes, en distinto sentido, lleguen a
sus oídos, a sus corazones, que terminarán por anular la experiencia de la
causa profunda y vital de dicha alegría.
Nadie en la comunidad eclesial
puede desentenderse de esta misión. Todos hemos recibido una vocación al
amor. Todos estamos llamados a ser testigos de un amor nuevo, de una gran
alegría, que será el fermento de una cultura renovada, que pasa por la defensa
del amor y de la vida como bienes básicos y comunes a la humanidad.
En esta fiesta de la Sagrada
Familia pidamos la gracia de experimentar la alegría del evangelio de la
familia y ser testigos de esta alegría en los hogares, en la Iglesia y en
el conjunto de la sociedad, de modo particular allí donde las diversas pobrezas
materiales, sociales o espirituales precisan de un anuncio convincente de
esperanza y salvación.
miércoles, 24 de diciembre de 2014
Navidad: “¡Dios está con
nosotros, todavía se fía de nosotros!”
Nos
encontramos en clima espiritual de Adviento, ya cercanos a la Navidad. Hoy
quisiera reflexionar con vosotros sobre la Navidad de Jesús, fiesta de la confianza y de la esperanza, que supera
las inseguridades y el pesimismo. Y la razón de nuestra esperanza es esta:
¡Dios está con nosotros, se fía todavía de nosotros! Pensad bien esto: ¡Dios
está con nosotros y aún se fía de nosotros! Es generoso este Padre Dios,
¿verdad?
Decía el
Papa Francisco: “Dios viene a habitar con los hombres, elige la tierra como su morada para estar junto al
hombre y dejarse encontrar allí donde el hombre vive sus días en la alegría y
el dolor. Por tanto, la tierra no es solo un “valle de lágrimas”, sino el lugar
donde Dios ha puesto su tienda, el lugar del encuentro de Dios con el hombre,
de la solidaridad de Dios con los hombres”.
Vamos a celebrar el nacimiento de la
alegría, que es el nacimiento del Enmanuel, del
“Dios-con-nosotros”. No permitas
que la tristeza, la desilusión y la indiferencia habiten en tu corazón. Que
nuestra ley sea tener un corazón sin puertas y las manos siempre abiertas. Que
la acogida, la entrega, la disponibilidad, la comprensión sin límites, dentro
de un corazón festivo, sea nuestro distintivo. Rechacemos las actitudes que no
dejan a Jesús nacer en nuestros corazones: la intolerancia, la incomprensión,
la imposición, la apatía, la evasión y la mediocridad.
Respondamos a la ternura del Padre que nos da a su
Hijo. Pasemos largos ratos con ese Belén
viviente que es Jesús Sacramentado, ternura de Dios Padre, en adoración,
alabanza y acción de gracias por tanto amor derramado.
¡Os deseo una
Feliz y Santa Navidad y os bendigo de corazón!
sábado, 20 de diciembre de 2014
DOMINGO 21 DE DICIEMBRE, 4º DE ADVIENTO
… HÁGASE EN MÍ COMO
DICES
Queridos
hermanos y hermanas:
El evangelio de este cuarto domingo de
Adviento nos vuelve a proponer el relato de la Anunciación (Lc 1, 26-38),
el misterio al que volvemos cada día al rezar el Ángelus. Esta oración nos hace
revivir el momento
decisivo en el que Dios llamó al corazón de María y, al recibir su "sí", comenzó
a tomar carne en ella y de ella.
La oración "Colecta" de la misa de
hoy es la misma que se reza al final del Ángelus: "Derrama, Señor, tu
gracia sobre nosotros, que por el anuncio del ángel hemos conocido la
encarnación de tu Hijo, para que lleguemos por su pasión y su cruz a la gloria
de la resurrección". A
pocos días ya de la fiesta de Navidad, se nos invita a dirigir la mirada al
misterio inefable que María llevó durante nueve meses
en su seno virginal: el misterio de Dios que se hace hombre. Este es el primer
eje de la redención. El segundo es la muerte y resurrección de Jesús, y estos
dos ejes inseparables manifiestan un único plan divino: salvar a la humanidad y
su historia asumiéndolas hasta el fondo al hacerse plenamente cargo de todo el
mal que las oprime. Este misterio de salvación, además de su dimensión histórica,
tiene también una dimensión cósmica: Cristo es el sol de gracia que, con su
luz, "transfigura y enciende el universo en espera" (Liturgia).
La misma colocación de la fiesta de Navidad está vinculada al solsticio de
invierno, cuando las jornadas, en el hemisferio boreal, comienzan a alargarse.
A este respecto, tal vez no todos saben que la plaza de San Pedro es también
una meridiana; en efecto, el gran obelisco arroja su sombra a lo largo de una
línea que recorre el empedrado hacia la fuente que está bajo esta ventana, y en
estos días la sombra es la más larga del año. Esto nos recuerda la función de
la astronomía para marcar los tiempos de la oración. El Ángelus, por ejemplo,
se recita por la mañana, a mediodía y por la tarde, y con la meridiana, que en
otros tiempos servía precisamente para conocer el "mediodía verdadero",
se regulaban los relojes….
Si
los cielos, según las bellas palabras del salmista, "narran la gloria de
Dios" (Sal
19, 2), también las leyes de la naturaleza, que en el
transcurso de los siglos tantos hombres y mujeres de ciencia nos han ayudado a
entender cada vez mejor, son un gran estímulo para contemplar con gratitud las
obras del Señor.
Volvamos ahora nuestra mirada a María y José, que esperan el nacimiento
de Jesús, y aprendamos de ellos el secreto del recogimiento
para gustar la alegría de la Navidad. Preparémonos para acoger con fe al
Redentor que viene a estar con nosotros, Palabra de amor de Dios para la
humanidad de todos los tiempos.
Benedicto XVI, pp
emérito
DECÁLOGO PARA UNA CRISTIANA Y SANTA NAVIDAD
1.- Vive con ENTUSIASMO estos días de Navidad: ¡Dios ha bajado a la tierra!
Envía un SMS y pon: “Dios ha nacido: feliz
Navidad”. Remite por tu correo electrónico felicitaciones pero con escenas
religiosas.
2.- Exterioriza PUBLICAMENTE lo que crees y sientes: ¡Cristo ha nacido! Cuelga en el exterior de tu
casa un símbolo cristiano. Al mirar hacia tu casa, algunos dirán, “ahí se nota
que vive un cristiano”.
Para recuperar la salud de la Navidad hemos de
posibilitar también la espiritual de cada uno.
3.- Tú, como Jesús, también te puedes hacer pequeño en estos días
y ser la alegría de alguien.
Visita algún enfermo, ejerce la caridad, ayuda en
alguna residencia de ancianos.
4.- Demuestra la ALEGRIA cristiana de estos días.
No olvides cantar
villancicos en la sobremesa de la nochebuena o siempre que tu familia esté
reunida.
5.- Ilumina, además de tu interior, el exterior de tu domicilio.
Dios, que está en ti, también habla a través de
lo que tú haces o enmudece cuando no te atreves a hablar en su nombre.
6.- Que no falte el belén, o por lo menos la figura del Niño Jesús, en tu hogar. La imagen del
Niño, en Navidad, es tan imprescindible como un balón en un partido de futbol.
¡Cuántos hay que juegan a la Navidad “sin el
esférico de Jesús de Nazaret”!
7.- Participa en las celebraciones de tu parroquia. Ofrécete para los distintos
ministerios.
Tú, como los pastores,
también puedes entregar algo de tu pan, leche o miel. Recuerda que, una fe sin obras, es una fe muerta.
8.- ADORA al Señor. Visita diferentes belenes instalados en parroquias, plazas o lugares
públicos. Explica a tus pequeños, si los tienes, el sentido de la Navidad.
Reza y bendice la mesa. No olvides que, el amor de Dios, también se manifiesta en aquellos
bienes que pone a nuestra disposición.
9.- REZA con emoción contenida, ante la llegada de un Dios tan divino y humano. ¿Sirve algo
una mesa en la que no se coma? ¿Sirven de algo unas navidades en las que no se
rece?
La oración es el fuego que mantiene cálido el Misterio de la Navidad. Sin oración, un pesebre,
un belén…quedan huérfanos. Les falta el valor divino.
10.- FELICITA, con lenguaje y símbolos cristianos, el acontecimiento que es la
razón y el ser de estos días: ¡Dios ha
nacido! ¡Aleluya!
Evita expresiones como “Felices Fiestas” o
“Felices días”. Como cristianos, nuestro mensaje, ha de ser el siguiente: “Dios
ha nacido; feliz Navidad” “Feliz Navidad y que Dios te bendiga.” ¿O no
te atreves?
Javier
Lehoz.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)