AGOSTO 2020
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?» (Rm 8, 35)
La carta que el apóstol Pablo
escribe a los cristianos de Roma es un texto extraordinariamente rico de
contenido. En ella expresa la potencia del Evangelio en la vida de cada persona
que lo acoge, la revolución que este anuncio acarrea: ¡el amor de Dios nos
libera!
Pablo lo ha
experimentado, y quiere ser testigo de ello con las palabras y con el ejemplo. Su fidelidad a
la llamada de Dios lo llevará precisamente a Roma, donde podrá dar la vida por
el Señor.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?»
Poco antes Pablo había afirmado:
«¡Dios está por nosotros!» (Rm 8, 31). Para él, el amor
de Dios por nosotros es el amor del Esposo fiel que nunca abandonaría
a su esposa, a la cual se ha unido libremente con un vínculo indisoluble al
precio de su propia sangre. De modo que Dios no es un juez, sino más bien Aquel
que se hace cargo de nuestra defensa. Por eso nada puede separarnos de Él a
través de nuestro encuentro con Jesús, el Hijo amado.
Ninguna
dificultad que
podamos encontrar en nosotros y fuera de nosotros, grande o pequeña, es insuperable
para el amor de Dios. Es más, dice Pablo que precisamente en estas situaciones, quien se fía de
Dios y se encomienda a Él sale «vencedor» (cf. Rm 8,
37).
En este tiempo nuestro de
superhéroes y superhombres que pretenden vencer a toda costa con la arrogancia
y el poder, la propuesta del Evangelio es la mansedumbre constructiva y el
abrirse a las razones del otro.
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?»
Para comprender y vivir mejor
esta Palabra puede ayudarnos lo que nos sugiere Chiara Lubich: «Sin duda
creemos, o por lo menos decimos que queremos creer en el amor de Dios. Sin embargo,
muchas veces […] nuestra fe no es tan valiente como debería ser […] en los
momentos de prueba, por ejemplo en las enfermedades o en las tentaciones. Es muy fácil que
nos asalte la duda: “Pero ¿de verdad Dios me ama?”. No puede ser; no debemos
dudar. Tenemos que abandonarnos con confianza y sin reservas al amor del Padre.
Tenemos que superar la oscuridad y el
vacío que podamos sentir y abrazar bien la cruz. Y luego lancémonos a amar a
Dios cumpliendo su voluntad, y a amar al prójimo. Si lo hacemos, sentiremos
junto a Jesús la fuerza y la alegría de la resurrección. Palparemos hasta qué punto es cierto que todo se transforma para quienes
creen y se abandonan a su amor: lo negativo se vuelve positivo; la muerte se convierte en fuente de vida
y las tinieblas darán paso a una luz maravillosa»[1].
«¿Quién nos separará del amor de Cristo?»
Incluso en medio de la lúgubre
tragedia de la guerra, quienes siguen creyendo en el amor de Dios abren
resquicios de humanidad: «Nuestro país se encuentra en una guerra absurda, aquí
en los Balcanes. A mi escuadrilla venían también soldados de primera línea del
frente, con muchos traumas porque veían a parientes y amigos morir ante sus
ojos. No podía hacer otra cosa que amarlos uno a uno en lo que podía. En los
poquísimos momentos de descanso, procuraba hablar con ellos de muchas cosas que
uno tiene dentro en esas circunstancias, pero también llegamos a hablar de
Dios, pues muchos de ellos no creían. En uno de estos momentos de escucha
propuse llamar a un sacerdote para celebrar la misa. Todos aceptaron y varios
de ellos se acercaron a la confesión después de 20 años. Puedo decir que Dios
estaba allí con nosotros».
LETIZIA MAGRI
[1] C. Lubich, Palabra de vida, agosto 1987, en Ead., Palabras de
Vida/1 (1943-1990) (ed. F. Ciardi).
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