LOS SIGNOS EXTERNOS DE
DEVOCIÓN POR PARTE DE LOS FIELES
Si abrimos el Catecismo de la iglesia católica leemos:
“En la Liturgia de la Nueva Alianza, toda acción
litúrgica, especialmente la celebración de la Eucaristía y de los Sacramentos
es un encuentro entre Cristo y la Iglesia”1. La Liturgia
es pues el “lugar” privilegiado del encuentro de los cristianos con Dios y con
quien Él envió, Jesucristo (cf. Jn 17,3)2.
En este encuentro la iniciativa, como siempre, es del
Señor que se sitúa en el centro de la ecclesia, ahora resucitado y glorioso. De hecho, “si
en la liturgia no destacase la figura de Cristo, que es su principio y está
realmente presente para hacerla válida, ya no tendríamos la liturgia cristiana,
totalmente dependiente del Señor y sostenida por su presencia creadora”3.
Cristo precede a la asamblea que celebra. Él –que actúa
inseparablemente unido al Espíritu Santo- la convoca, la reúne y la instruye. Por eso, la
comunidad, y cada fiel que la forma, “debe prepararse para encontrar a su Señor, debe ser un
pueblo bien dispuesto”4. A través de las
palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la trama de cada celebración, el Espíritu Santo pone
a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e imagen
del Padre, a fin de que puedan incorporar a su vida el sentido de lo que oyen,
contemplan y realizan5. De ahí que “toda celebración sacramental es un
encuentro de los hijos de Dios con su Padre, en Cristo, y en el Espíritu Santo,
y este encuentro se expresa como un diálogo a través de acciones y de palabras”6.
En este
encuentro el aspecto humano, como señala san Josemaría Escrivá, es importante:
“Yo no cuento con un corazón para amar a Dios, y con otro para amar a las
personas de la tierra. Con el mismo corazón con el que he querido a mis padres
y quiero a mis amigos, con ese mismo corazón amo yo a Cristo, y al Padre, y el
Espíritu Santo y a Santa María. No me cansaré de repetirlo: tenemos que ser muy
humanos; porque, de otro modo, tampoco podremos ser divinos”7. Así pues, la
confianza filial debe caracterizar nuestro encuentro con Cristo. Sin olvidar
que “esta familiaridad encierra también un peligro: el de que lo sagrado con el
que tenemos contacto continuo se convierta para nosotros en costumbre. Así se
apaga el temor reverencial. Condicionados por todas las costumbres, ya no
percibimos la grande, nueva y sorprendente realidad: él mismo está presente,
nos habla y se entrega a nosotros”8.
La liturgia
y de modo especial la Eucaristía, “es un encuentro y una unificación de
personas, pero la persona que viene a nuestro encuentro y desea unirse a
nosotros es el Hijo de Dios”9. El hombre y la comunidad han de ser conscientes de
encontrarse ante Aquel que es tres veces santo. De ahí, la necesaria actitud, impregnada de reverencia
y sentido de estupor, que brota del saberse en la presencia de la majestad de
Dios. ¿No era esto, acaso, lo que Dios quería expresar cuando ordenó a Moisés
que se quitase las sandalias delante de la zarza ardiente? ¿No nacía de esta
conciencia, la actitud de Moisés y de Elías, que no osaron mirar a Dios cara
a cara?10. Y ¿no nos muestran esta misma actitud los Magos que
“postrándose le adoraron”? Los diferentes personajes del Evangelio, al
encontrarse con Jesús que pasa, que perdona... ¿no nos da también una ejemplar
pauta de conducta ante nuestros actuales encuentros con el Hijo de Dios vivo?...
Notas
[3] Benedicto XVI, Discurso a los Obispos de
la región Norte 2 de Brasil en visita ad limina, 15-IV-2010.
[10] Cfr. Juan Pablo II, Mensaje
a la Asamblea plenaria de la Congregación para el Culto Divino y la
Disciplina de los Sacramentos (21.IX.2001).
OFICINA PARA LAS CELEBRACIONES LITÚRGICAS DEL SUMO PONTÍFICE
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