TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

viernes, 9 de agosto de 2019

20 ACIERTOS EN LA ORACIÓN. 


     Ahora ofrezco la contrapartida. A ver con cuántos de los siguientes aciertos te sientes identificado.
 

Acudo a Dios porque es Dios, porque es mi Creador y Padre, porque es infinitamente bueno y misericordioso. Y a mí, como hijo y criatura suya, me corresponde bendecirlo y alabarlo.

Cuando oro, lo que me interesa es estar con Dios. No importa qué tema le trate ni cómo lo haga.

Al estar con Dios busco sobre todo escucharle, conocerle, saber cuál es su voluntad.

Lo busco a Él, no a mí mismo. Por eso, no me importa si siento especialmente o no, me basta creer que está presente.

Mi oración ordinaria consiste en dialogar con Él a partir de Su Palabra, de mi situación personal y los acontecimientos de la vida.

Busco el contacto personal de amor con Dios, el saberme libre buscando a quien libremente me busca.

Para mí, el mejor lugar para el encuentro con Dios es la Eucaristía.

La Sagrada Escritura es mi libro preferido para la meditación.

Me conforta saber que Dios me amó primero, que quiere establecer una relación íntima de amor conmigo y que sale a mi encuentro en todo momento y circunstancia. Este interés de Dios por mí me llena de confianza.

Procuro cultivar el hábito de la presencia de Dios, saber que me mira, que estoy en su presencia, tenerlo siempre a mi lado, haga lo que haga, esté donde esté.

Más que pensar ideas en la meditación, procuro bajar las ideas al corazón profundo, amar mucho.

Me gusta conocer la vida de los santos y leer maestros de vida espiritual: me sirven de inspiración para llegar más alto y más lejos en mi relación de amor con Cristo.

Mi tiempo le pertenece a Dios, trato de estar siempre en su presencia y dedicarle tiempos de calidad para estar a solas con Él, sin hacer otra cosa que estar juntos. Procuro no limitarme a las oraciones que ya tengo incorporadas en mi rutina diaria, sino cultivar la gratuidad en mi relación con Él.

Cada vez que escucho hablar de Dios y la oración, me siento pequeño, limitado, miserable, un aprendiz. Suplico al Espíritu Santo que sea mi maestro y mentor, que Él me levante y me muestre el rostro de Cristo.

Me gusta la misa y otros momentos de oración con mi familia, mis amigos y la comunidad. Recuerdo que Jesús nos dijo que “donde están dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20).

Para orar me busco un espacio silencioso, procuro recoger mis sentidos, centrarme sólo en Él, actuar mi fe, establecer contacto con Él.

Creo que Dios me creó para vivir en comunión de amor con Él, en el tiempo y en la eternidad. Por eso todos los días le suplico me conceda la gracia de realizar Sus planes sobre mí.

El alimento de la oración es la Eucaristía, por eso procuro recibirla con frecuencia. Trato de confesarme con frecuencia, tengo un director espiritual y trato de vivir las virtudes cristianas, siguiendo el ejemplo de Jesucristo.

Rezo siempre, sé que lo necesito, me sienta digno o indigno, con ganas o sin ganas. Sé que Dios escucha siempre mi oración y que aunque sea tan miserable y lo haga tan pobremente, a Él le complace que me acerque como el más pequeño de sus hijos.

Más allá de obligaciones y compromisos asumidos, quiero rezar porque amo a Dios. Cumplo mis deberes religiosos con amor y por amor, no sólo por cumplir.

    
Orar es cuestión de amor, es un modo de acoger y corresponder al Amor. Elige un renglón en el que quieras mejorar, de uno en uno.

P. Guillermo Serra, L.C.

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