TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

martes, 18 de noviembre de 2008

Tránsito de ida y vuelta


1. El fugaz recuerdo de su inicio


Había utilizado aquella misma vía de acceso, en infinidad de ocasiones a lo largo de no sé cuantos años. Aún conociendo su peligrosidad, pues los escalones, además de empinados, estaban muy desgastados, jamás había tenido el más leve percance. En definitiva que por desatención, por confianza, o por la acostumbrada mala suerte de estos casos, me deslicé escalera abajo y fui golpeándome en la espalda, escalón tras escalón, hasta completar el tramo de la escalera, unos 24 escalones. Los cuatro primeros percutieron fuertemente en mis músculos y costillas. Como consecuencia de esto mi respiración se hizo dificultosa, instantes después me sobrevino una sensación de sopor, estado previo a la inmediata e irremediable pérdida de la conciencia. La reiteración de los golpes en mi cuerpo al multiplicarse, dejó secuelas internas en mi organismo de consideración.

2. El recuerdo del primer y breve despertar. Una persona, una voz hacia la esperanza.

No puedo precisar con exactitud cuanto tiempo permanecí inconsciente. Al recobrar la conciencia, intenté levantarme, fue un acto inútil, tan solo pude incorporar mi cabeza y de manera difusa me contemplé allí tirado sobre el rellano de la escalera. Insospechadamente una voz cálida me susurraba palabras de ánimo y me aportaba tranquilidad. Mi mirada buscó con afán la procedencia de aquella reconfortante voz. Unas pequeñas manos sujetaban mi confusa cabeza y me la hacían reposar, de nuevo en el frío suelo. Adivinaba su silueta, pero mi visión borrosa no me dejaba perfilar la imagen con nitidez. Intenté articular algún sonido, mezcla de dolor y de acción de gracias. Sin embargo, fue en vano porque tan sólo pude musitar un ronquido sordo. Una sensación de asfixia me embargaba y esto me hacía caer en una excitación nerviosa, de tal envergadura, que me hacía jadear en exceso. Como consecuencia de esta frenética actividad, de nuevo, perdí el conocimiento.


3. El recuerdo del segundo despertar. La dudas de la cruda realidad.

Una luminosidad hiriente me hacía encoger mis párpados para proteger mis ojos. Un fuerte olor a cloro inundaba la estancia. Todo alrededor mío despedía un color blanco inmaculado. En mis antebrazos, notaba unos fuertes pinchazos, traté de levantarlos y me fue imposible. Levemente incorporé mi cabeza y comprobé como mis miembros inferiores y superiores estaban asidos con vendajes a los laterales de la cama. Asimismo, la sensación de presión y punción iba creciendo. Pude comprobar como existían varios tubos que se infiltraban, a través de la piel de mis antebrazos, por lo que justifiqué esta sensación desagradable y dolorosa, producida por las respectivas agujas o vías de suministro de toda suerte de sustancias y alimentos intravenosos.
Una vez reconocido el medio en el que me encontraba, porque había logrado habituar mi visión a la intensidad lumínica imperante, me sobrevino unos deseos irrefrenables por conocer, urgentemente, noticias sobre mi estado de salud y cuánto tiempo llevaba hospitalizado.
Mis pensamientos estaban demasiados confusos. Mi cerebro muy torpe, aún, no podía discurrir con normalidad. Así con la mirada perdida en la ventana de aquella habitación, pasé largos espacios de tiempo. No sé cuantificarlos, porque para mí el tiempo había perdido cualquier referencia objetiva. Minutos, horas, es difícil de precisar. Se sucedían los tiempos muertos y nadie aparecía para visitar a este torpe y convaleciente paciente. ¿Por qué no acudían las enfermeras, el personal médico a cargo?
A través de aquella gran ventana, se colaba la luz solar. Pero, por mucho que transcurriera el tiempo, el sol no caía. La luz mantenía su intensidad invariablemente.
¿Qué pasaba aquí, no había sucesión de días y noches, no había vigilancia médica, nadie me informaba de mi estado? ¿Estaba, en verdad, en un hospital?
Estas preguntas y otras muchas de parecidos planteamientos me agitaron en la cama sobremanera. Una fuerte presión en mis sienes dio paso a una necesidad de desconectar de esta tensión obsesiva por lo que de nuevo, tras no sé cuanto tiempo de vigilia, de manera gradual sucumbí al estado del descanso.

4. El recuerdo de tercer despertar. El proceso de reconocimiento de mi entorno.

Iba recuperando la actividad en mis sentidos de percepción de la realidad circundante. Aturdido todavía, quizás por el prolongado periodo de sueño al que había estado sometido, me incorporé sobre el lecho y comprobé como en la actualidad permanecía libre de ataduras y entubamientos. Con cierta cautela, me aventuré en bajar de la cama y después de soportar algunos vaivenes logré corregir mi sentido del equilibrio. Totalmente desnudo y descalzo comencé a caminar lentamente. En primer lugar me acerqué a aquella gran ventana, fuente de atención de anteriores despertares. Al llegar a ella, comprobé fielmente que la luz que provenía de ella era totalmente artificial. Una vez reconfortado con el acierto de la apreciación que había podido intuir desde mi anterior posición yacente, me encaminé hacia la puerta de la habitación. Abrí la puerta y una vez más, desde aquella posición, giré el cuello para ratificar el contenido de la que había sido hasta entonces mi lugar de confinamiento. Un cierto grado de alivio liberador recorrió mi espíritu. Posicionado en el gran pasillo tenuemente iluminado, caminaba con cautela. Miraba mis pies descalzos avanzar por aquella superficie de mármol blanco. Suelo, paredes, puertas, todo de color blanco. Era un pasillo amplio y larguísimo. A ambos lados del mismo se repartían sucesivas puertas de acceso a otras tantas habitaciones. En este amplio espacio no existían sillas, ni mesas, ni elementos decorativos, estaba iluminada con una luz indirecta distribuida con precisión matemática.
Silencio absoluto. Aquel entorno frío, despersonalizado, dotaba a la experiencia que estaba viviendo de un carácter no sólo extraño, sino también huérfano de sentimientos. Mis sensaciones no eran desagradables, pero ni mucho menos me sentía cómodo con esta situación. Allí me encontraba en un pasillo descomunal, de no sé que institución, completamente desnudo y descalzo, llevaba andando con cierta seguridad desde hacía algunos minutos y aquel pasillo no se le veía fin. Todo era nuevo para mí, pero sin embargo mi persona aceptaba aquella situación sin fuertes contrastes en mi estado de ánimo. Sí, reconocía que la situación por la que estaba pasando no era regular, no tenía información contrastada de cual era mi verdadera situación, no había contactos con ninguna otra persona desde hacía mucho. Intuía que aquellas paredes deberían ser, no podía ser otra cosa que una residencia hospitalaria, en la que me reponía de las consecuencias de la desafortunada caída. Sin embargo, esto era una sospecha que poco a poco se iba diluyendo, porque, ¿Qué centro sanitario está tan desierto de personal, de mobiliario? De personalidad intranquila, a veces nerviosa, en mi pasado inmediato, mi actual respuesta, tan solo se quedaba en un planteamiento de búsqueda de mi actual destino. Con lo que me estaba aconteciendo, para cualquier mortal, hubiera sido más que suficiente para dejarse llevar por el descontrol emocional cercano a la histeria. Sin embargo, allí estaba yo, a la expectativa, es decir levemente preocupado por mi devenir. Tan solo una inercia instintiva me hacía avanzar, de manera mecánica, dejando tras mía a izquierda y a derecha, puerta tras puerta, así, ni siquiera nacía en mi interior el más mínimo gesto de curiosidad por conocer sus interiores.
Me había convertido en un caminante errante. Un ser artificial y profundamente desmotivado, con carencias de sentimientos, sí, era como si me hubiera contagiado de la frialdad reinante entre aquellas paredes. Mi capacidad de reacción, la improvisación creativa que intenta resolver problemas, mi inteligencia como vehículo de adaptarse a las circunstancias, se había paralizado y quizás atrofiado.

5. El reconocimiento de mi incapacidad e indefensión como punto de partida.

No podría cuantificar cuantos metros de este pasadizo amplio o galería había recorrido. Decenas de puertas, a ambos lados de mi discurrir, las había dejado atrás. De manera autómata continuaba mi peregrinaje sin destino definido. Desde hacía bastante, comenzaba a estar hastiado de caminar de manera rutinaria. Sin embargo, esta sensación no daba paso a la anulación voluntaria de aquel comportamiento incesante de proseguir mi marcha. Me encontraba como manipulado y vinculado hacia una actuación que por supuesto estaba lejos de mis apetencias. No obstante, ni un momento de reflexión, ni una duda, ni un solo momento de parada. En mi faz, no había gestos de contrariedad, no transmitía lo que en mi interior trataba de aflorar. Sí, sin duda, desde lo más hondo de íntima persona, lentamente, se estaban generando algunas impresiones o elementos liberadores que podrían proyectar sobre mi futuro inmediato un cambio radical a la hora de razonar.
En efecto, mi actual disposición con respecto a mí, hasta ahora, forma de proceder había tocado fondo. Mi intelecto había estado dormido, pero una vez asumido este proceso degenerativo de inactividad, despertó y desencadenó un grado de rabia e inconformismo tales que acumuló energías suficientes para romper con la dinámica pasiva que hasta ahora había imperado. El primer fruto de esta autonomía de acción fue el cambio de actividad de manera fulminante. Repentinamente, giré hacia la derecha y penetré al interior de la estancia contigua. Sí, era un pequeñísimo hito de raciocinio, más bien producto de un impulso evasor de la rutina impuesta. Sin embargo, este sencillo ejercicio de elección, fue el principio orientador de aquel enigma en el que estaba envuelto.


6. El renacer a las fuentes del conocimiento.


Por primera vez desde hacía mucho tiempo, me embargó una tremenda sensación de miedo, era un sentimiento que se me hacía tan evidente que podía notar como los escalofríos recorrían mi cuerpo. Tomé conciencia térmica de mi desnudez, de la hinchazón de mis pies, del dolor en mis brazos por las numerosas huellas de los diversos pinchazos. Acuciado y desbordado por el mar de renovadas sensaciones y como si de un recién nacido se tratara me agaché y en posición fetal me parapeté contra la blanca pared de la habitación, escuchaba algunos sonidos de fondo y tímidamente fui elevando mi mirada hacia el origen de la información acústica que desde hacía mucho no percibía. El grado de mi admiración fue creciendo por momentos, si me vierais, podíais comprobar como la apertura de mis ojos e incluso de mi boca, retrataban a una persona perpleja y ávida de saber todo lo que allí se estaba representando. El espacio descrito era el tan recordado dormitorio de mis padres, mi padre y una señora vestida de blanco manipulaban hacia el interior del lecho. Continuaba impresionado con esta saturación de imágenes. Mis sentidos, como si estuvieran estrenándose, percibían con una agudeza y sensibilidad insospechadas para mí. Continuaba sentado y apoyado en la pared y como deseaba conocer más detalles de aquella visión, tan solo el pensar en desplazarme hacia allí provocó que mi percepción se desplazara al lugar del suceso y con una visión panorámica, lateral, de acercamiento, de vista cenital, el detalle descriptivo fue completo. Era como si mi cerebro tuviera la capacidad de atraer y adaptar el mejor plano para contemplar lo que me era necesario. Sí, era increíble, allí estaba mi madre, tendida en la cama, estaba siendo auxiliada por una enfermera y por mi padre a ambos lados. Escuchaba perfectamente la conversación de todos, mi madre gemía de dolor y la matrona con voz grave, le aconsejaba que respirase profundamente y que aprovechara los pujos. Sin, era tan real, como si estuviera ocurriendo allí mismo, era una visión tridimensional con una perfección de imagen tal que tan solo faltaba el que pudiera integrarme con ellos y participara de aquel acontecimiento. Era el nacimiento de su primer y único hijo, claro está ése era yo. Me sobrecogía de emoción, mi madre sudorosa y cansada por fin había terminado los esfuerzos propios del parto. La matrona terminaba de cortar el cordón umbilical. A continuación los pujos últimos del llamado parto chiquito, de expulsión de la placenta y todo había sido consumado. Entre paños de algodón mi primer llanto se hizo patente, y los comentarios jocosos de todos se hacían patentes. Sí, os lo aseguro, mi estado de estupefacción no tenía enmienda, había presenciado mi propio nacimiento y había sido maravilloso. Nunca, me había podido imaginar que este hecho fuera tan emotivo y conmovedor. Gracias a esta visión había vivido intensamente mi propio nacimiento y este fenómeno, más allá de su propia observación, no se había supeditado a una mera contemplación de su película, no, aquel realismo en imagen, en olor, en sonido, había otorgado unos perfiles de conocimiento inimaginables para cualquier mortal que se precie.

7. Más allá de los límites de lo razonable.


¡Ah, lo que hubiera dado por haber podido comentar con alguien este acontecimiento¡
Sí, por qué no, me gustaría departir, sobre todo con ellos acerca de esta buena experiencia. Con avidez inusitada segundos más tardes mis ojos buscaron la mirada de mis padres. Una inmensa seguridad de que aquella locura, una más, iba a tener una consecución positiva me inundaba. Así fue, nuestras miradas se encontraron y de una manera natural y directa se cruzaron afectivamente. Tras esta mirada de complicidad entre padres e hijo que destilaba esencias tan profundas, tan cálidas, tan afectivas, tan generosas de mutuos agradecimientos, hicieron que desde nuestros respectivos lagrimales brotaran lágrimas de amor incontenible por una felicidad sublime. Totalmente desbordado por este último acontecimiento mi mente quiso, aún, adentrarse en el límite de lo imposible, así, me acerqué tanto a mis progenitores que incluso pude tocarlos, abrazarlos, sentir su textura, su temperatura corporal. Extasiado, pues había encontrado a mis seres más queridos, aquellos que había perdido hacía ya más de una década, todo eran palabras entrañables, ambiente íntimo que me hacían regocijarme sin parar. Allí entre su regazo estaba el retoño, era la imagen viva de mi propia identidad en tiempos de recién nacido, era un bebé rollizo y aún enrojecido por los rigores del parto, tal cual aparecía en las fotos de familia que habitualmente había contemplado en innumerables ocasiones. Por consiguiente, allí, delante de mí, se estaba dando una duplicidad de identidad en lo que se podía denominar como dislocación o desdoblamiento temporal, el futuro observaba con deleite su propio pasado y ambos cohabitaban en un fenómeno único, increíble y casi imposible, pero la realidad de la evidencia inmediata dictaba una contradicción más, una más que añadir a esta arrebatadora aventura en la que estaba envuelto. No me resistía a seguir disfrutando de este maravilloso encuentro, pues presentía que sería muy efímero y que además todavía me quedaba mucho que recorrer y probablemente algunos hechos venideros no serían tan placenteros como el presente.
Como gesto de cariño, extendí mi mano hacia el precioso niño, que se encontraba recostado en posición fetal, llegué a palpar su abdomen sonrosado y abultado. El pequeño ajeno a mis caricias seguía libándose su pulgar derecho, en unos segundos mi cuerpo sintió una desconocida conmoción, era como una invasión masiva por cada parte de mi cuerpo de una energía potencial que al mismo tiempo que renovaba mis órganos, mis músculos, mi piel, me iba mutando en otra entidad diferenciada.
Súbitamente la estancia volvió a su normal estado. Tan solo una cama ocupaba parcialmente la vacía estancia. De nuevo había sido devuelto a la fría y cruda realidad de un ambiente, que ahora sí, estimaba desagradable y gélido. No obstante, desde mi interior algo había cambiado profundamente. Además de conservar en mi memoria las esencias positivas de la reciente experiencia vivida, como alimento estimulante en ulteriores momentos de depresión. Tenía una vitalidad extraordinaria y unos deseos de continuar sin desfallecer en mi particular éxodo por este sorpresivo mundo de lo inesperado.

8. Un guía llamado Krol.


Me dispuse a abandonar la estancia porque intuía que mis vivencias en la misma habían finalizado. Así, que me adentré, otra vez, en aquel inacabable y amplio pasillo de reiterativa presentación. Llevaba caminando bastante tiempo, aún continuaba totalmente desnudo, sin embargo, desde la renovación energética a la que me había sido sometido, no sentía ningún tipo de molestias externas. Cayendo en la rutina de andar sin destino prefijado, cerré los ojos recreando la imagen de mis padres y fue tan motivadora que permanecí así durante algunos segundos, esta pérdida de la visión exterior fue suficiente como para que de forma inesperada un obstáculo me impidiera avanzar. Abrí los ojos y allí estaba él, un hombre de cabellera rubia y vestido totalmente de blanco, su edad era aproximadamente la mía, de unos 40 años.
- Hola, me llamo Krol, soy tu guía. Me alegra comprobar que mi presencia ni tan siquiera te ha inquietado. Eso demuestra que la conversión energética ha sido un auténtico éxito. No siempre es así de efectiva, reconozco en ti a un aventajado introducido porque has sabido canalizar perfectamente tu primera gran prueba.
- Gracias, no sabes qué feliz me siento al poder contar con alguien que me pueda orientar. Aunque gracias a Dios, ahora me encuentro mucho mejor, quizás tengas razón es como si me hubiera robustecido.
- No lo dudes José, así ha sido, antes de la gran primera prueba, has pasado por el período conflictivo de la acomodación a una nueva dimensión. Tras, muchos días de debatirte entre la vida y la muerte tu etapa terrenal se transformó. Sin embargo, nuestros espíritus, cuando se disponen a transitar a otra esfera superior, si lo hacen de manera traumática, no asumen con prontitud esa faceta de ascenso. Tu opción de cambio producido por una caída brutal e inesperada, tu edad, tus asuntos pendientes en la tierra, te habían aferrado a lo terrenal, por eso dentro de ti se organizó una verdadera contienda entre lo que tendía a otro plano superior y lo que aún se aferraba al inmediato inferior.
- Te estoy muy agradecido, ahora empiezo a comprender episodios recientes. Por lo que me dices, es inequívoco el aceptar el que estoy irremediablemente muerto.
- Bueno, José, entiende, que aún tienes muy reciente tu proceso de tránsito, es lógico que el concepto de vida y muerte sea contemporáneo a tu percepción desde la esfera de lo terrenal. Sin embargo, es hora de que asumas, que el concepto de la vida es infinitamente más amplio, estamos en un plano de vida más evolucionada. Por lo tanto, la vida tal cual la has desarrollado, hasta hace poco, estaba condicionada en exceso por una estructura corpórea débil y limitada. Así tus potencialidades para poder saborear y adentrarte en las mieles del conocimiento sin barreras, estaban mediatizadas y se veían determinadas por factores de herencia y ambiente, aquí esto no sucede. En definitiva, tu vida se ha transformado y ha evolucionado más allá de lo que puedas imaginar, incluso procesos como avances y retrocesos en el Tiempo son viables.
- Comprendo ahora el porqué de estas nuevas formas de sentir. Estas nuevas experiencias que me posibilitan acceder a regresiones en el tiempo y llegar a hacerlas presentes en mi actual dimensión de percepción.
- Bien, compañero, mi trabajo no sólo es ilustrarte acerca los pormenores de esta nueva existencia, fundamentalmente es guiarte hacia tu destino. Como verás aquí, ya ha terminado este vehículo de conexión en el que has habitado durante el período de adaptación. Mira antes de que puedas tomar posesión de tu destino, deberás cumplir al menos una prueba más. La primera ha correspondido al pasado, intuitivamente tu espíritu seleccionó tu nacimiento a la vida terrena. Fue un encuentro fructífero con tus ancestros en el cual además de percibir su aceptación y apoyo te beneficiaste de la plena e intachable energía del recién nacido. Con esto, has cargado en tú haber unas energías que te vendrán muy bien para acudir a las próximas citas. A continuación desde esta otra sala en la que entramos a continuación, podrás introducirte en lo que en estos momentos sucede en el presente de tu anterior existencia. No te perturbes, estaré contigo al final de la sesión, ahora es menester que acudas solo a esta nueva cita.


9. La segunda y definitiva prueba.


Sin mediar otro comentario me dispuse, una vez más, a vivir una experiencia, que al igual que anteriores ocasiones estaba cargada de lo más imprevisible. Analizando lo que el guía me había relatado, era yo mismo quien provocaba las consiguientes imágenes que se producirían. Así, estas mismas estarían relacionadas con el estado de inquietudes y motivaciones que dentro de mis más hondos sentimientos aflorasen. Era cierto, que desde el punto de partida anterior, el que se produce después de presenciar la llamada primera prueba de mi nacimiento, los elementos que mis facultades barajaban eran además de más diversificadas, de mayor profundidad. Por consiguiente, mi expectativa en cuanto a una posible especulación de lo que me iba a encontrar a continuación era totalmente desconocida por mí. Me relajé y esperé tranquilamente. En pocos minutos las imágenes tridimensionales se sucedían de manera vertiginosa. Una gran cantidad de seres indefensos, niños, ancianos, hombres y mujeres, vagaban como almas en pena. Su estado muy precario, sus gestos de abatimiento, sus expresiones transmitían sentimientos de humillación, desesperación. A través del arcén de una estrecha carretera de arena polvorienta, al rigor de un sol de justicia, una columna irregular de personas se desplaza cansina sin un destino apreciable. Desde mi posición de espectador sobrecogido, van pasando mujeres con sus pequeños a cuestas. Algunas dirigen su mirada hacia mí, ni siquiera llegan a abrir sus labios, porque quizás ya lo hayan hecho tantas veces de manera improductiva que sus escasas fuerzas las reservan para el camino. Hombres apoyados en sus muletas, la mayoría con piernas amputadas por las contiendas bélicas. Niños mutilados de pies y manos por culpa de las minas antipersonales. Son imágenes impresionantes, conmovedoras. Es una llamada a la Solidaridad Humana, esa que aún en nuestros tiempos es tan escasa en cantidad y calidad. Muy preocupado me adentro en esa interminable columna humana, estoy sufriendo durante apenas segundos el combate insoportable de un calor seco que todo lo arrasa. Me acerco a una mujer que transita a mi lado y le hago ver que su bebé ha fallecido. Ella, no me contesta, ni siquiera se para en su lento discurrir, tan solo coge a su niño en brazos y se lo acerca a su desnudo y escuálido pecho. Giro mi cabeza hacia atrás y veo entre la escasa vegetación de este mísero camino, a infinidad de ancianos, excombatientes, mujeres y niños, que sentados y acostados, van quemando sus últimas fuerzas y esperan su fatal destino. Desolado y superado por el horror de esta experiencia, me arrodillo en tierra y exclamo un grito de impotencia. Jamás me había podido imaginar tanta miseria, tanta necesidad, tanto lamento, sí, nos habían acostumbrado a ponernos por televisión, en horas de las comidas, imágenes parecidas a las que estaba comprobando. Sin embargo, a fuerza de verlas o de cambiar de canal cuando las exponían, nos hacíamos insensibles a sus efectos. Además otra cosa muy distinta es compartir, a su lado, allí mismo, sufriendo sus carencias. Esto sí que es una forma inexcusable de hacer flaquear a mentes egoístas, personas carentes de querer compartir con quién no posee nada. Todavía permanecía arrodillado, como muestra de mi incapacidad de hacer algo por remediar aquel sufrimiento. Levanté mi mirada al cielo y supliqué compasión al Creador, para que por su intervención y por supuesto por la de todas aquellas personas e instituciones que participan en la ayuda urgente a los más necesitados, socorriesen tanta agonía. Una mano, me rozó el hombro, un niño de no más de 5 años, muy delgado, esbozaba una tenue sonrisa. A continuación me extendió, con su pequeña mano, una onza de un chocolate casi derretido y polvoriento. Este detalle me estremeció de tal manera, que después de agradecérselo, tan solo pude aupar en mis hombros a mi pequeño y gran benefactor y continuar caminando al lado de sus padres. Ya no pensaba en nada más que caminar hacia un posible auxilio, no me importaba otra cosa que aportar lo que en mi mano estuviera. Fuera de auto justificaciones, sí, aquellos interesado argumentos que nos proponemos cuando decimos que podemos hacer muy poco por quienes pasan necesidades. Ya que lo pudiéramos hacer es una insignificante aportación inútil para paliar tanta hambruna. Pues sí, ahora, había comprendido lo equivocado que estaba, cada peseta, cada gota de agua, cada medicamento, cada alimento, cada esfuerzo que hagamos por sensibilizarnos, cada persona que venga a ayudar, cada mano que se ofrezca para regalar un poco de esperanza; es un ejercicio de valor incalculable. Sí, porque los que no tienen nada, aunque que sea, tan solo, con un pequeño aliento, con un gesto de misericordia, de acercamiento, de empatía, es testimonialmente suficiente para aliviar tanto y tanto sufrimiento.
En definitiva, que mi nueva estructura de pensamiento, más idealista, más altruista, operaba en mí unas ganas irrefrenables de actuar consecuentemente. Así, decidí, incondicionalmente, atender a mis próximos. Con mis propias energías, quizás no era una gran aportación en cantidad y tal vez tampoco en calidad, pero sí tenía a mi favor un factor decisivo; cual es la convicción de que actuaba por dignificar a quienes más lo necesitaban.
Sudoroso y cubierto de polvo, llevaba a hombros a mi pequeño amigo. Sus padres, siempre cerca de mí, no perdían ni un minuto la atención sobre mí. Yo les sonreía y trataba de aliviar sus penas, dándoles ánimos a través de los gestos que más familiares me iban surgiendo de mi improvisada creación. Tras unos minutos de avanzar por aquel camino arenoso y difícil, todos sentimos una gran conmoción porque a unos kilómetros de distancia se veían ondear las banderas de asistencia de la Cruz Roja. Así, las escasas fuerzas de la mayoría se vieron renovadas y entre todos comenzaron a entonar un cántico tribal, que imagino que sería de acción de gracias. Una vez llegado al centro de asistencia, entregué a sus padres su pequeño. Estos esbozaron una leve sonrisa y se dispusieron a guardar las largas colas de atención y aprovisionamiento.
Así terminó mi segunda prueba, allí de pie en la estancia aséptica mi guía Krol, me preguntó:
- Que tal José, ¿Contento?
- Sí, me encuentro muy bien. Mira, no necesito llegar a la tercera prueba, aquí me gustaría continuar siendo útil a los demás.
- A partir de estos momentos, tú dispones de tu inmediato destino. Yo he cumplido mi misión de introductor. Creo que has cargado tu espíritu interior de gran energía. Además esa energía la vas a canalizar hacia los más desfavorecidos y eso me halaga no sólo a mí, un mero cumplidor de la misión encomendada, sino al Creador. Volverás a la esfera de lo terreno con las fuerzas intactas de un ser neonato y de una persona con vocación solidaria. Enhorabuena. José. Siempre te recordaré.

10. Un tránsito de ida para comprender y otro de vuelta para compartir.


Desperté en la cama de aquel hospital de la Seguridad Social, allí a mi lado, escuchaba la encantadora voz, sí, aquella que al precipitarme por las escaleras cogió mi cabeza y la depositó en el suelo, aquella que me consolaba. No podía olvidarla, nunca podría olvidarla.
Han pasado más de 2 años desde aquella experiencia inolvidable. Sin embargo sigo teniendo presente y actual aquel proceso de Tránsito hacia la Vida después de la Vida. Un fenómeno que ha marcado totalmente mi existencia presente. Dejé todas mis ocupaciones, me casé con la enfermera que me atendió en el hospital, durante casi 6 meses en coma profundo. Sí, es la misma que afortunadamente me encontró maltrecho en el rellano de la escalera. Hoy ambos, participamos activamente en la misión seglar de un campamento de refugiados, aquí dentro del territorio árido y esquilmado del estado africano de Etiopía. Diariamente atendemos a muchos emigrantes que huyen de la pobreza y de la guerra, cuando les atendemos, calmando su sed, curando sus heridas, entregándoles pan y arroz, ellos siempre dejan entrever una leve sonrisa de agradecimiento. Es la misma que recuerdo e identifico en aquel mi pequeño amigo, el que me dio lo que tenía, tan solo una pequeña onza de chocolate.

17/11/2008
Autor: José Manuel Relinque Quevedo

1 comentario:

Domingo dijo...

No hay duda es un buen relato. Con intriga lo he leído, y me ha hecho pensar. Que es bastante.