TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 1 de noviembre de 2008

Para entrar en contacto con Cristo, es necesario primeramente haber sido atraído por el Espíritu Santo.

El es quien nos precede y despierta en nosotros la fe, la Vida, que tiene su fuente en el Padre y se nos ofrece por el Hijo, se nos comunica íntima y personalmente por el Espíritu Santo en la Iglesia..." (Catecismo, N. 683)


Cuán importante es el Espíritu Santo. Es el Espíritu de la Verdad.
"Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio." (Jn 15, 26-27)
El Espíritu Santo es quien nos recuerda las cosas de Jesucristo.
"Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho." (Jn 14, 26)


Y quien nos permite conocer las cosas de Dios.
"En efecto, nadie nos conoce como nuestro espíritu, porque está en nosotros. De igual modo, sólo el Espíritu de Dios conoce las cosas de Dios." (1 Co 2, 11)


No podemos dejar a un lado al Espíritu Santo, el Verdadero Maestro de la Oración.
"Y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables" (Rm 8, 26)


¿Cómo reconocer la presencia del Espíritu? San Pablo es bien claro al respecto en su carta a los Gálatas:
"Por mi parte os digo: Si vivís según el Espíritu, no daréis satisfacción a las apetencias de la carne. Pues la carne tiene apetencias contrarias al espíritu, y el espíritu contrarias a la carne, como que son entre sí antagónicos, de forma que no hacéis lo que quisierais. Pero, si sois conducidos por el Espíritu, no estáis bajo la ley. Ahora bien, las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo, como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios. En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas no hay ley." (Ga 5, 23)


Examínate, ¿tienes los frutos del Espíritu Santo?
Pero eso sí. No te dejes confundir por quienes creen que su iglesia es mejor porque allí se manifiesta el Espíritu Santo, pues El da a quien quiere y como quiere (lee el artículo "
Las manifestaciones del Espíritu en otras iglesias" en este site, por favor), y por supuesto se da en abundancia en la Iglesia Católica.


Pidamos insistentemente el Espíritu Santo, para que nos ilumine y nos quíe y seamos verdaderos cristianos. Sin el Espíritu Santo, vana es nuestra búsqueda del Reino pues nuestras fuerzas son completamente inútiles para semejante labor. No permaneceremos en Cristo sin la ayuda del Espíritu Santo.
" El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo" (Rm 15, 13)


La Iglesia no ha dejado a un lado al Espíritu Santo, sino que muchos católicos lo han hecho. ¿Has leído, por ejemplo, todo el libro de los Hecho de los Apóstoles? Qué lamentable que los católicos no lo conozcan mejor, y no precisamente por falta de exhortación de la Iglesia. Fíjate en lo que pedía el papa León XIII en 1897:
"Acaso no falten en nuestros días algunos que, de ser interrogados como en otro tiempo lo fueron algunos por San Pablo «si habían recibido el Espíritu Santo», contestarían a su vez: «Nosotros, ni siquiera hemos oído si existe el Espíritu Santo». Que si a tanto no llega la ignorancia, en una gran parte de ellos es muy escaso su conocimiento sobre El; tal vez hasta con frecuencia tienen su nombre en los labios, mientras su fe está llena de crasas tinieblas. Recuerden, pues, los predicadores y párrocos que les pertenece enseñar con diligencia y claramente al pueblo la doctrina católica sobre el Espíritu Santo, mas evitando las cuestiones arduas y sutiles y huyendo de la necia curiosidad que presume indagar los secretos todos de Dios. Cuiden recordar y explicar claramente los muchos y grandes beneficios que del Divino Dador nos vienen constantemente, de forma que sobre cosas tan altas desaparezca el error y la ignorancia, impropios de los hijos de la luz. Insistimos en esto no sólo por tratarse de un misterio, que directamente nos prepara para la vida eterna y que, por ello, es necesario creer firme y expresamente, sino también porque, cuanto más clara y plenamente se conoce el bien, más intensamente se le quiere y se le ama. Esto es lo que ahora queremos recomendaros: Debemos amar al Espíritu Santo, porque es Dios: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fortaleza. Y ha de ser amado, porque es el Amor sustancial eterno y primero, y no hay cosa más amable que el amor; y luego tanto más le debemos amar cuanto que nos ha llenado de inmensos beneficios que, si atestiguan la benevolencia del donante, exigen la gratitud del alma que los recibe. Amor este que tiene una doble utilidad, ciertamente no pequeña. Primeramente nos obliga a tener en esta vida un conocimiento cada día más claro del Espíritu Santo: El que ama, dice Santo Tomás, no se contenta con un conocimiento superficial del amado, sino que se esfuerza por conocer cada una de las cosas que le pertenecen intrínsecamente, y así entra en su interior, como del Espíritu Santo, que es amor de Dios, se dice que examina hasta lo profundo de Dios. En segundo lugar, que será mayor aún la abundancia de sus celestiales dones, pues como la frialdad hace cerrarse la mano del donante, el agradecimiento la hace ensancharse. Y cuídese bien de que dicho amor no se limite a áridas disquisiciones o a externos actos religiosos; porque debe ser operante, huyendo del pecado, que es especial ofensa contra el Espíritu Santo. Cuanto somos y tenemos, todo es don de la divina bondad que corresponde como propia al Espíritu Santo; luego el pecador le ofende al mismo tiempo que recibe sus beneficios, y abusa de sus dones para ofenderle, al mismo tiempo que, porque es bueno, se alza contra El multiplicando incesantes sus culpas."(Carta Encíclica
"Divinum Illud Munus")


Lee el Catecismo, números 683 a 747.

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