ADORACIÓN Y EVANGELIZACIÓN
La singularidad de la adoración eucarística con respecto a
todas las otras formas de oración y de devoción, es que por la presencia sacramental de
Jesús-Hostia, Dios toma la iniciativa de encontrarse con nosotros. Cristo me
precede en la respuesta que el Padre espera.
“La Eucaristía significa: Dios ha
respondido. La Eucaristía es Dios como respuesta, como presencia que responde” (J. Ratzinger – Dios está cerca- Palabras y silencio 2003)
Adoración, la palabra proviene de un vocablo latino
cuya etimología está en “ios” (la boca). Comprende una postración que apunta al objeto de veneración y lo besa. Significa inclinarse profundamente en señal de
extremo respeto.
No faltan ejemplos evangélicos
al respecto: la hemorroisa que se echa por tierra para tocar el borde del manto
de Jesús (Lc 8,44); María Magdalena que se arroja a los
pies de Jesús y los abraza. Esta actitud de adoración es bien natural al hombre
cuando se encuentra ante algo o alguien que lo sobrepasa.
La adoración debe expresarse con todo nuestro ser y entonces igualmente comprometer nuestro cuerpo. El hombre ha sido
creado para adorar, para inclinarse profundamente ante Aquel que nos hizo y que
nos sobrepasa.
Todas las posibilidades
espirituales de nuestro cuerpo forman necesariamente parte de nuestra manera de
celebrar la eucaristía y de rezar. La escucha atenta de la Palabra de Dios
requiere la posición de sentado o el movimiento de la Resurrección reclama la
posición de parados. La grandeza de Dios y de su Nombre se expresan de rodillas. Jesucristo
mismo rezaba arrodillado durante las últimas horas de su Pasión en el Huerto de
los Olivos (Lc 22,41). Esteban cae de rodillas antes de su
martirio, al ver los cielos abiertos y el Cristo de pie (Hch 7,60). Pedro ruega arrodillado pidiendo a Dios la resurrección de Tabita (Hch 9,40). Después de su discurso de despedida ante los ancianos de Éfeso, Pablo
reza con ellos de rodillas (Hch 20,36). El himno de Flp 2, 6-11 aplica a
Jesús la promesa de Isaías anunciando que toda rodilla se dobla ante el Dios de
Israel, ante el nombre de Jesús…
Nuestro cuerpo manifiesta visiblemente
aquello que nuestro corazón cree. La filósofa Simone Veil, de origen judío y no
creyente, descubre a Cristo en Asís en 1936 y escribe: “Algo más fuerte que yo me obligó, por primera
vez en mi vida, a ponerme de rodillas”.
El testimonio de los
santos es elocuente: Santo Domingo se prosternaba sin cesar, boca abajo y todo a
lo largo cuan era, en presencia del Santísimo Sacramento. La actitud exterior traduce la devoción
interior. Decía san Pierre-Julien Eymard que el primer
movimiento de la adoración consiste justamente en prosternarse a tierra, la
frente inclinada. Es una actitud que nos permite proclamar sin palabras la majestad
infinita de Dios que se oculta tras el velo de la Eucaristía.
Para evangelizar el mundo
se necesita apóstoles “expertos” en celebración, en adoración y en
contemplación de la Eucaristía. JP II (Mensaje para
la Jornada mundial de los Misiones 2004).
+Mons.
Dominique Rey, Obispo de Toulon,
Francia, en “Adoración y Evangelización”.
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