TIEMPOS LITURGICOS

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viernes, 29 de diciembre de 2017

AL HABLA CON TU OBISPO



"Feliz Navidad, gloria a Dios" 



Mi querido amigo:
  
     ¡Feliz Navidad! ¡Mis mejores deseos para cada uno de vosotros y vuestros hogares! La Navidad que celebramos abre nuestros corazones cada año y nos invita a desear lo mejor para cada uno y la paz del alma para nosotros mismos. “¡Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad!”, cantaron los ángeles en Belén. Este sentimiento compartido de bien y de paz nos hace brindar con todos en esta fiesta, que hasta llega a procurar una tregua a los que están en guerra en el mundo, manifestando un deseo de felicidad y de bien que, no obstante, parece lejano en medio de los conflictos de la historia. Sin embargo, quienes conocemos a Jesús, el Hijo de Dios que se ha hecho hombre para entrar en nuestra vida, podemos repetir con el salmo: “El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres” (Salmo 125).
     La Navidad nos muestra un nuevo nacimiento, puesto que es la “Natividad”, y nos deja el recuerdo del amor de Dios que se hace Niño y entra así en la historia humana para eternizarla desde la sencillez y debilidad de lo humano.
La Encarnación, por la que Dios se hizo hombre, es, por tanto, lo mejor de la vida, la plenitud de la creación, y nos arrastra consigo para hacernos como Él, semejantes a Él, para que nazca desde nosotros un mundo nuevo, como una “nueva creación”. Dios desciende a nosotros para elevarnos a cada uno hasta llegar hasta Él y, amando como El, edificar un mundo nuevo. Por tanto no es una cuestión intrascendente la de acoger o no a este niño en cada uno de nuestros corazones. “Dios  con nosotros”, el “Emmanuel” (Mt 1, 23) y su amor viene a nuestra búsqueda, pues le necesitamos.
     La historia de la salvación, historia salutis, --como os dije en mi carta pastoral al comienzo del Jubileo Diocesano-- actúa en el presente, en el hoy en que vive cada creyente. Precisamente por ello, nos hace ser críticos ante el tiempo presente y frente a las ideologías y al mito del progreso. Si somos portadores del bien de la fe para el futuro, necesitamos renovarla y actualizarla en cada momento de nuestra vida. Somos portadores de futuro, pero nuestro futuro ha de estar anclado en el pasado, es decir, en la venida de Jesús al mundo, en el presente que cada uno vive hoy, y, sobre todo, en la eternidad. Nuestra esperanza, que es la virtud que va unida a la fe y al amor, es de Jesucristo, en quien se unen todas estas dimensiones, pues el Reino de Dios se identifica con su misma persona.
     Acojamos este Reino, abrazando al Niño que nace sembrando la plenitud de lo eterno entre nosotros, en la comunión de su Iglesia y, en concreto, en nuestra familia diocesana, en nuestra parroquia, nuestras familias, nuestros movimientos y asociaciones. Contemplemos como en Belén el Salvador desciende a nuestra propia pobreza y acojamos al prójimo con la misma solicitud. Acojamos así al otro, sobre todo al más pobre y al pecador, como un don de Dios. Que mirar el pesebre y cantar villancicos, o reunirnos en familia y con los amigos, nos haga dejar de lado rencillas, rencores y egoísmos que destruyen y mancillan la convivencia humana. Sólo con esta sencillez de hijos y hermanos brillaremos como lumbreras en la noche del mundo. Que resuenen, pues, con alegría los cánticos de nuestra tierra, como dice el villancico, y que “viva el Niño de Dios que nació en la Nochebuena”.
     Con mi afecto y gratitud os encomiendo al Rey del Cielo que se hace Niño, el Niño Dios.

 + Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta


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