«EL CIELO Y LA TIERRA PASARÁN, PERO
MIS PALABRAS NO PASARÁN»
“En
aquellos días... en aquel tiempo”. Así comienzan la primera y la tercera
lectura de la Misa de este domingo, refiriéndose a algo que está por suceder.
“Después de la gran tribulación, el sol se hará tinieblas, la luna no dará
resplandor, las estrellas caerán del cielo, los ejércitos celestes
temblarán...”. Esta descripción apocalíptica del Evangelio de Marcos, tremenda
en sí misma, sería más terrible aún si todo concluyese aquí.
Entonces
sí que podrían asustarnos y amedrentarnos los agoreros de calamidades. Pero la
palabra última no la tiene el cataclismo, la barbarie, toda suerte (mala en
este caso) de injusticias y desmanes que nos presenta la crónica diaria de cada
tramo de la historia, porque después de que todo esto suceda todavía quedará
una palabra que escuchar.
El
Evangelio de este domingo es un mensaje de esperanza, de invitación a preparar
ya ese final esperanzado.
Porque tras todas las tinieblas y tribulaciones, después de todos los horrores
y los errores de nuestra andadura humana, vendrá el Hijo del hombre para
decirnos su palabra eterna, la que hizo todo y la única que no pasará, para
devolvernos con fuerza y con ternura la verdad de nuestra vida.
No
se trata de temer ese día último como quien teme un final sin piedad, sino de
vivir ese final atreviéndonos a ir escuchando ya cada día esa palabra postrera
que escucharemos de los labios de Jesucristo. ¿No tiene nuestro mundo necesidad
de testigos que escuchen esa palabra, que la testimonien en cada situación y
circunstancia?
Somos llamados los cristianos a anticipar
esa hora última, cuando en nosotros se puede escuchar otra palabra capaz de
recrear todas las cosas, de hacerlas nuevas otra vez, y no fugazmente sino para
siempre ya, cada día. Este es el tiempo cristiano, es el tiempo de Dios.
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Fr. Jesús Sanz Montes, ofm – Arzobispo
de Oviedo
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