JULIO : ADORAR Y AGRADECER
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS
¡GRACIAS A DIOS!
Es una de las primeras palabras
que enseñamos a los niños: GRACIAS.
Porque de pequeños todo lo recibimos gratis, por amor, sin méritos previos.
Pues no lo olvidemos, ante Dios nunca dejamos de ser niños, todo lo
que nos concede lo recibimos gratis, por eso
tenemos que darle gracias. Una y otra vez. La gente agradecida es muy
agradable, porque sabes que cualquier servicio que le hagas va a ser apreciado
y valorado ¡Seamos también nosotros agradecidos con Dios! En
nuestras velas nocturnas, hemos de dedicar un tiempo oportuno para la acción de
gracias a través de la Eucaristía. Así nos lo explicaba
nuestro fundador: “La Creación es un beneficio inexplicable a no ser por el
amor: la Conservación, la Redención, la Gracia Divina, los
Sacramentos, son otros tantos beneficios derivados de
la bondad de Dios. ¿Cómo recompensarlos?
Imposible. ¿Cómo agradecerlos? Imposible también;
porque todos aquellos dones supremos tienen un valor infinito que no admite, en
lo humano, equivalencia ni precio. Pues bien, el Señor, que
es rico en misericordia, nos otorgó este favor también de darnos
un medio sobre excelente de agradecer, ofreciéndonos en la sagrada Hostia una
acción de gracias, no sólo adecuada, sino perfectamente digna
de aquellas mercedes, así como del generoso Autor de ellas y de infinito
aprovechamiento además para los mismos que han recibido los beneficios”. (L.S.
T. V, 1874, págs.121-123)
El que es agradecido
ensancha su corazón y se hace capaz de recibir nuevos dones.
Nosotros hemos recibido inmensos beneficios de la generosidad de Dios: la vida,
la fe, el bautismo, la presencia eucarística… Nuestro corazón no llega a
abarcar la inmensidad de tanto bien…, por eso necesitamos el Corazón de Cristo
en la Eucaristía para agradecer, como se merece, tanto don. Por
eso nos unimos a Jesús que más de una vez dijo “Te doy gracias, Padre”.
Los miembros del cuerpo místico de Cristo nos
unimos a la oración de Jesús en la noche. Dar gracias es lo propio de la
oración de la Iglesia y lo hace siempre en cada Eucaristía. Y
cuanto más lo hace, más se manifiesta lo que somos, es decir, obra de la gracia
de Dios. Gracias a Él hemos sido liberados, gracias a Él somos renovados.
¡Gracias por tus gracias, Gracia Eterna! (Cf. CEC 2637)
Cualquier momento es bueno
para dar gracias, porque estamos continuamente recibiendo.
Todo lo cotidiano, todo lo que acontece, todo lo que tenemos, incluso lo que no
tenemos o nos hiere… Todo es susceptible de formar parte de nuestra acción de
gracias. Así nos lo enseña San Pablo: “En
todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de
vosotros” (1 Ts 5, 18). En
nuestra vigilia mensual hemos de recoger, por tanto, todo lo ocurrido y
recibido durante el mes anterior y presentarlo ante el Señor. Jesús quiere que
le agradezcamos; así nos lo enseña en el Evangelio: “De camino a Jerusalén, Jesús pasaba por los
confines entre Samaría y Galilea, y al entrar en un pueblo, le salieron al
encuentro diez leprosos. Se detuvieron a cierta distancia y gritaban: «Jesús,
Maestro, ten compasión de nosotros.» Jesús les dijo: «Id y presentaos a los
sacerdotes.» Mientras iban quedaron sanos. Uno de ellos, al verse sano, volvió
de inmediato alabando a Dios en alta voz, y se echó a los pies de Jesús con el
rostro en tierra, dándole las gracias. Era un samaritano. Jesús entonces
preguntó: «¿No han sido sanados los diez? ¿Dónde están los
otros nueve? ¿Así que ninguno volvió a glorificar a Dios fuera de este
extranjero?» Y Jesús le dijo: «Levántate
y vete; tu fe te ha salvado» (Lc, 17, 11-19).
Danos Señor un corazón agradecido, que,
como el leproso, sepamos volver a ti después de tu don. Que
no te ofendamos por el desagradecimiento. Que en esta noche caigamos a tus pies
alabándote y dando gracias por tantas lepras como nos has quitado.
Velar
en oración, en adoración y en acción de gracias. Es uno de los consejos que nos
da San Pablo: “Sed perseverantes en la oración, velando en ella con
acción de gracias” (Col 4, 2).
En nuestro mundo, muchas veces
desagradecido para con nuestro Dios, tenemos la misión de dar gracias, en lo
que hemos recibido personalmente, pero también en dar gracias por lo que
reciben otros. En algún idioma, gracias se dice reconocer. Porque hay que caer
en la cuenta, del bien recibido y del amor con el que se da el don. Pero
que este espíritu agradecido no se quede sólo entre las paredes de la Iglesia,
sino que lo convirtamos en jaculatoria cotidiana, en condimento de nuestra
conversación interior, que se nos agudice la mirada para saber ver la mano de
Dios en todas las cosas, como nos enseña San Josemaría: “Acostúmbrate
a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. Porque
te da esto y lo otro. Porque te han despreciado. Porque no tienes lo que
necesitas o porque lo tienes. Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es
también Madre tuya. Porque creó el Sol y la Luna y aquel animal y aquella otra
planta. Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso… Dale
gracias por todo, porque todo es bueno”.
E incluso en las cosas no
tan buenas que han ocurrido en nuestra vida, que Dios ha
permitido porque sabe sacar de los pozos más oscuros el agua viva de su gracia.
Es impresionante el testamento de Santa Bernardita en este sentido: Por
la pobreza en la que vivieron papá y mamá, por los fracasos que tuvimos, porque
se arruinó el molino, por haber tenido que cuidar niños, vigilar huertos
frutales y ovejas; y por mi constante cansancio... te
doy gracias, Jesús. Te doy las gracias, Dios
mío, por el fiscal y por el comisario, por los gendarmes y por las duras
palabras del padre Peyremale... No sabré cómo agradecerte,
si no es en el paraíso, por los días en que viniste,
María, y también por aquellos en los que no viniste. Por la bofetada recibida,
y por las burlas y ofensas sufridas; por aquellos que me tenían por loca, y por
aquellos que veían en mí a una impostora; por alguien que trataba de hacer un
negocio..., te doy las gracias, Madre. Por
la ortografía que jamás aprendí, por la mala memoria que siempre tuve, por mi
ignorancia y por mi estupidez, te doy las gracias. Te doy las gracias porque,
si hubiese existido en la tierra un niño más ignorante y estúpido, tú lo
hubieses elegido (...) Y por el alma que me diste, por el
desierto de mi sequedad interior, por tus noches y por tus
relámpagos, por tus rayos... por todo. Por ti mismo, cuando
estuviste presente y cuando faltaste... te doy las gracias, Jesús.
Para el diálogo y la
meditación.
■ ¿Cuántas
veces usas esta bella expresión ¡gracias a Dios!?
■ ¿Te gusta que te reconozcan y agradezcan los favores que haces?
■ ¿Cómo mostrarnos más agradecidos para con Dios?
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