TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

domingo, 4 de septiembre de 2016

Una luz tiene el Sagrario que alumbra la soledad...


«…Y ADORANDO QUEDÓ POSTRADO.»
DE LA LEYENDA EUCARÍSTICA DEL PANGE LINGUA




DOS FINES DE UN OFICIO

      A todas luces son la «honra» y el «provecho». No hay quien se mueva a servir a nadie, sino es por estos dos fines, juntos o separados.
     Todos esos «afectísimos», «incondicionales» y «seguros servidores», que se ofrecen mutuamente en la convivencia social, lo son... «en tanto, en cuanto....», como diría San Ignacio de Loyola ; velando entre celajes de saludos y sonrisas, sus personales egoísmos.
     Justo es decir que estos dos fines no presiden, ni aun determinan, el Oficio nuestro de adorar. La Obra, de la que somos Oficiales, no tiene más que un solo y exclusivo fin: «adorar al Señor de noche en los Tabernáculos de su Divina Eucaristía» (1),
     Pero ese único fin, limpio de afanes egoístas, se resuelve a la postre en dos, convergentes ambos en las almas fieles de los que adoran. Son la «honra» y el «provecho», que resultan del 'Oficio de adorar, y que ni buscan, ni pretenden los que adoran, por aquello de «no me tienes que dar, porque te quiera...» (2), que pudiera ser lema excelso de nuestras adoraciones; pero que, ni desestiman, ni rehúyen los que adoran. Y hacen bien.
     Porque esos dos fines, que no cuentan en el Oficio de adorar, ni han de entrar jamás en el cálculo humano de los Adoradores, ajenos por vocación a cualquier sombra de egoísmo, esos dos fines, que son más bien consecuencias del fin único, se los señala Dios a ellos, y son a modo de retribución superabundante, con la que Él se digna remunerar desde lo alto a quienes, en el silencio y soledad, llevan a los reclinatorios la consigna de «adorar por los que no adoran; bendecir, por los que blasfeman y maldicen ; expiar los propios pecados... y desagraviar por todos los que en el mundo se cometen...»
     En Dios está, que quienes a esto vienen, no se vayan de vacío. Y, por cierto, que no se van. Porque ya, de madrugada, cuando les despide con la mejor dádiva, que es la de Sí mismo, «y excede todo deleite», en la Bendición final con que los abraza su Cruz, deja El prendida firmemente a la vida de sus Oficiales la doble condecoración, con la que los distingue, que tiene visos de recompensa, que les hace... Son la «honra» de haberlos admitido a Su audiencia nocturna confidencial, que es todo un privilegio... y el «provecho» del haber intimado con Él, que les da libre acceso al arcano de sus infinitas Misericordias. ¿Queréis mayor honra, ni mejor provecho? 

CRUZ DE LA CRUZ,  Adorador Nocturno Español  (Madrid 1961)


(1) Artículo 1.0 del Reglamento de la Obra.
(2) Del precioso soneto del agustino Fray Antonio da Guevara.

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