TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 10 de septiembre de 2016

DOMINGO 11 DE SEPTIEMBRE, 24º DEL TIEMPO ORDINARIO



«ÉSE ACOGE PECADORES Y COME CON ELLOS.»



     Estamos ante una de las páginas evangélicas más sobrecogedoras, en las que como decía Charles Péguy, Dios parece que ha perdido la vergüenza. Ante la pregunta sobre la misericordia, Jesús describe una parábola, que simbólicamente representa a los dos tipos de personas que estarán en torno a su vida: los publicanos y pecadores por un lado, y los fariseos y letrados por otro. Pero el protagonismo no re­cae en los hijos ni en sus representados, sino en el padre y en su misericordia.
     Publicanos y pecadores (el hijo menor). Este hijo siempre ha­bía sido medidor de su destino: de­cidirá marcharse y re­gresar, haciendo para ambos momentos un discurso ante su padre. Sorprende la actitud del padre descrita con inten­sidad por una lista de verbos que de­sarman los discursos de su hijo, y que indican la ten­sión de su corazón entrañable: “cuando estaba lejos, su padre lo vio; y echando a correr, se le echó al cuello y se puso a besarlo” (Lc 15,20). Es el proceso-relato de la misericordia. Y el error de aquel hijo menor, que le condujo a la fuga hacia los espejismos de una falsa fe­licidad y de una esclavizante independencia, será transformado por el padre en gozo y encuentro, en alegría inesperada e inmerecida. La última palabra dicha por ese padre, que es la que queda sobre todas las penúltimas dichas por el hijo, es el triunfo de la misericordia y la gracia.
     Fariseos y letrados (el hijo mayor). Triste es la actitud de este otro hijo, apa­ren­temente cumplidor, sin escándalos... pero resentido y vacío. No pecó como su hermano, pero no fue por amor al padre, sino a sí mismo, a su imagen, a su fama. Cuando la fi­delidad no produce felicidad, es señal de que no se es fiel por amor sino por interés. El se había quedado con su padre, pero había puesto un precio a su gesto, que le impedía quedarse como hijo. Teniéndolo todo, se quejaba de la falta de un cabrito. Quien vive calcu­lando, no puede entender, ni siquiera ver, lo que se le ofrece gratui­tamente, en una cantidad y calidad infini­tamente mayor de cuanto se puede esperar.
     Acaso cada uno de nosotros seamos una variante de esta parábola, y tengamos parte de la actitud del hijo menor y parte de la del ma­yor. Lo im­por­tante es que en la andanza de nuestra vida podamos tener un en­cuentro con la mi­seri­cordia. Hay muchas maneras de vivir lejos del Padre Dios, y muchos mo­dos de des­preciar su amor estando junto a Él, porque podemos ser un hijo perdido o un hijo huérfano. La trama de esta parábola es la de nuestra posibilidad de ser perdona­dos. El sacramento de la Penitencia es siempre el abrazo de este Padre que viéndonos en to­das nuestras lejanías, se nos acerca, nos abraza, nos besa y nos invita a su fiesta. Esta es la revolución de Dios, que de modo desproporcionado y gratuito, con su propia medida, no quiere resignarse a que se pierda uno solo de sus hijos queridos.

+ Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo


No hay comentarios: