TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

viernes, 22 de julio de 2016

Una luz tiene el Sagrario que alumbra la soledad...



«…Y ADORANDO QUEDÓ POSTRADO.»
DE LA LEYENDA EUCARÍSTICA DEL PANGE LINGUA



UN OFICIO QUE OBLIGA

     Nos referimos, precisamente, al Oficio de Adorador Nocturno, del que nos gozamos, por la gracia de Dios, los que le ejercemos. Y decimos, que es Oficio que obliga. Pero no del modo que obligan todos los demás oficios de la vida social. Los otros oficios de cualquier linaje que sean, obligan a los que los ejercen por la retribución temporal, que suelen tener señalada y perciben sus oficiales. Este de Adorador Nocturno, no tiene retribución alguna, pero obliga más que ningún otro. Tanto no la tiene, que el mismo Adorador Nocturno, que lo ejerce, contribuye con su cuota mensual a sostenerse en él. En ningún otro oficio temporal y humano acontece lo que en éste, que le sostiene a su costa, y, como que le paga, el mismo que le ejerce. Y esto, con espontaneidad y alegría, como si temiera perderle, o que alguien se le quitara.
     Porque se echa de ver que el Oficio de Adorador Nocturno no obliga a quienes de voluntad libérrima le tienen, por el provecho terreno que de tenerle a ellos les resulte. Es Oficio que obliga, por su nobleza.
     Pocas veces se podrá apelar, como aquí, a eso de que «nobleza obliga». Nunca mejor dicho que en este caso. Porque no hay otro oficio en el que se sirva de más alto modo, ni con más exquisita condición de soberano Servicio. Nuestra gloriosa Obra, que no tiene par entre las más piadosas del culto católico secular, une en sus fórmulas reglamentarias al nombre sustantivo «servicio» al adjetivo «eucarístico». Con lo que el Servicio queda encumbrado hasta no más, y el oficial, que le sirve, constituido en la más depurada nobleza.
     Y es esta nobleza la que obliga al Adorador a serle fiel a su Oficio nocturno de servir a la Divina Eucaristía en sus deliciosas Vigilias, atento al homenaje que le rinden sus propias rodillas, hincadas al píe del Tabernáculo abierto, y sus manos, hechas atril del Ritual que sostienen, y sus ojos, iluminados por los destellos de la Custodia, y su corazón, rebosante de Amor divino, asomado al rezo de sus labios, y su alma en la plenitud de la Fe, que da la ocasión propicia y deleitable para ponerse a tono con la Virgen María, y cantar con Ella, en embelesado delirio, «Magníficat anima mea Domino... et exultavit spiritus meus in Deo salutari mea...» (San Lucas, I, 46-47.)
     Por todo esto, y por más, que aquí no cabe, decimos que «Adorar es Oficio que obliga».
 
CRUZ DE LA CRUZ,  Adorador Nocturno Español  (Madrid 1961)


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