TIEMPOS LITURGICOS

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sábado, 15 de marzo de 2014

DOMINGO 2º DE CUARESMA





Queridos hermanos y hermanas:

     Este domingo, segundo de Cuaresma, se suele denominar de la  Transfiguración, porque el Evangelio narra este misterio de la vida de Cristo. Él,  tras anunciar a sus discípulos su pasión, «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su  hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto. Se transfiguró delante de  ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como  la luz» (Mt 17, 1-2). Según los sentidos, la luz del sol es la más intensa que se  conoce en la naturaleza, pero, según el espíritu, los discípulos vieron, por un breve  tiempo, un esplendor aún más intenso, el de la gloria divina de Jesús, que ilumina  toda la historia de la salvación. San Máximo el Confesor afirma que «los vestidos  que se habían vuelto blancos llevaban el símbolo de las palabras de la Sagrada
Escritura, que se volvían claras, transparentes y luminosas» (Ambiguum 10: pg 91, 1128 b).
     Dice el Evangelio que, junto a Jesús transfigurado, «aparecieron Moisés y Elías  conversando con él» (Mt 17, 3); Moisés y Elías, figura de la Ley y de los Profetas.  Fue entonces cuando Pedro, extasiado, exclamó: «Señor, ¡qué bueno es que  estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra  para Elías» (Mt 17, 4). Pero san Agustín comenta diciendo que nosotros tenemos  sólo una morada: Cristo; él «es la Palabra de Dios, Palabra de Dios en la Ley,  Palabra de Dios en los Profetas» (Sermo De Verbis Ev. 78, 3: pl 38, 491). De   hecho, el Padre mismo proclama: «Este es mi Hijo, el amado, en quien me  complazco. Escuchadlo» (Mt 17, 5).
     La Transfiguración no es un cambio de Jesús,  sino que es la revelación de su divinidad, «la íntima compenetración de su ser con  Dios, que se convierte en luz pura. En su ser uno con el Padre, Jesús mismo es Luz  de Luz» (Jesús de Nazaret, Madrid 2007, p. 361). Pedro, Santiago y Juan,  contemplando la divinidad del Señor, se preparan para afrontar el escándalo de la  cruz, como se canta en un antiguo himno: «En el monte te transfiguraste y tus  discípulos, en la medida de su capacidad, contemplaron tu gloria, para que,  viéndote crucificado, comprendieran que tu pasión era voluntaria y anunciaran al  mundo que tú eres verdaderamente el esplendor del Padre» (Kontákion eis ten metamórphosin, en: Menaia, t. 6, Roma 1901, 341).
     Queridos amigos, participemos también nosotros de esta visión y de este don sobrenatural, dando espacio a la oración y a la escucha de la Palabra de Dios. Además, especialmente en este tiempo de Cuaresma, os exhorto, como escribe el siervo de Dios Pablo VI, «a responder al precepto divino de la penitencia con algún acto voluntario, además de las renuncias impuestas por el peso de la vida diaria» (const. ap. Pænitemini, 17 de febrero de 1966, iii, c: aas 58 [1966] 182).
     Invoquemos a la Virgen María, para que nos ayude a escuchar y seguir siempre al  Señor Jesús, hasta la pasión y la cruz, para participar también en su gloria.
Benedicto xvI, pp emérito


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