LA NECESIDAD DE LA EUCARISTÍA - PRESENCIA
Una
vez más estamos llegando al final del ciclo litúrgico con la festividad de Cristo
Rey. Pero este año es especial, pues se cumplen 100 años de la primera
celebración de esta fiesta de la Realeza de Cristo, instituida por el
papa Pío XI con la encíclica “Quas Primas” (11-12-1925); que en consonancia con
la encíclica “Annum Sacrum” (25-05-1899) del papa León XIII, pedía que se renovase
la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús, y disponiendo un nuevo texto de consagración.
El sumo pontífice se
muestra consternado por los conflictos que asolan el mundo y propone el Reino de Cristo como
modo de alcanzar la verdadera paz… "Si los fieles comprenden que es su deber militar
con infatigable esfuerzo bajo las banderas de Cristo Rey, entonces, inflamados
ya en el fuego del apostolado, se consagrarán a llevar a Dios de nuevo a los ignorantes”…(Quas Primas de SS. Pío
XI)
En consecuencia, parece oportuno que reflexionemos sobre la situación en la que se encuentra la Adoración Nocturna Española, proponiendo seguidamente algunas pautas que nos ayuden a una sana prosperidad de la Obra. Son muchas las voces que nos alertan de la preocupante situación que atraviesa nuestra Asociación en toda España y que se viene detectando desde hace algunos años: la falta del espíritu de sacrificio de los adoradores, lo que nos ha llevado a cierto acomodo, la suspensión de la nocturnidad de las vigilias, así como a la pérdida de calidad en su desarrollo o a la reducción del tiempo de oración contemplativa ante el Santísimo.
Con todo, parece que la pandemia COVID 19 agravó más aún la situación, haciéndonos más difícil la recuperación del espíritu fundacional que nos imprimió nuestro fundador, el Venerable don Luis de Trelles: “Enamorarnos del Santísimo Sacramento”... En los orígenes, don Luis tomó una fórmula espiritual de los Padres del Desierto que describía con tres palabras: «Fuge»: aprender a recoger la mente para abstraernos del mundo exterior e interior. «Tace»: buscar el silencio necesario para permanecer en oración personal con Dios. «Quiesce»: permanecer en quietud de espíritu (del alma) en oración contemplativa.
Los tiempos que vivió
nuestro Fundador fueron años marcados por el materialismo, la modernidad y la
tribulación social y familiar. Hoy podemos decir que el mundo que nos rodea está en
la misma situación, pues
vemos que las influencias externas nos imprimen una vida agitada que hay que
vivir con mucha prisa, estando además sometidos a una vasta información que nos
aportan los medios digitales.
Bien
sabemos que la pandemia nos enseñó a distinguir la diferencia que hay entre
participar en una celebración eucarística virtual (opción ofrecida en el
confinamiento) y la verdadera y presencial participación en nuestras vigilias
ya recuperadas. Nada tiene que ver una experiencia con otra. Pero a pesar de esta
recuperación, echamos de menos, como ocurre en casi todas las realidades eclesiales, un relevo generacional
que asegure la continuidad del espíritu fundacional y del carisma propio de la Adoración
Nocturna Española, esto es, dar continuidad a las vigilias nocturnas de los primeros
cristianos,
prestando una especial atención a la presencia de Jesús en el Santísimo
Sacramento, y atendiendo a la enseñanza recibida de Cristo: «velad y orad», al tiempo
que seguimos su ejemplo de retirarse durante la noche para orar al Padre.
Los primeros
cristianos
no solo procuraban rezar varias veces al día (costumbre que dio lugar a la
Liturgia de las Horas), sino que solían reunirse por la noche para celebrar vigilias
nocturnas
de oración (Lc 6, 12; Mt 26, 38-41). Terminadas las
vigilias, los primeros cristianos celebraban la Eucaristía, pues esta era el
centro y la fuente de todas las celebraciones de la cristiandad (Hch 20, 7-12).
Hoy
en día, hemos perdido la costumbre de llevar a los niños a la presencia de
Jesús Sacramentado, con lo que no nos debe extrañar que hayamos perdido el
relevo generacional. La cuestión, entonces, es: ¿Cómo recuperar la
participación de los jóvenes en nuestras vigilias?
La respuesta la
encontramos en la práctica de una oración insistente, a tiempo y a destiempo,
pues así nos lo enseña la Iglesia y también nuestra Madre, la Virgen María. Como Madre de la
Iglesia, permanece con nosotros y nos alienta a retornar a Dios por medio de la
oración. En el Santo Rosario contemplamos la vida de Jesús y Él nos bendice
abundantemente para que, con su ayuda, podamos perseverar en el camino de la
salvación que conduce al Padre.
Esto
es lo que tenemos que hacer en todo tiempo: perseverar en la oración
personal y fortalecer la oración comunitaria si la hemos abandonado,
frecuentando la Eucaristía y la adoración al Santísimo, pues la Eucaristía es
la fuente de la gracia, la fuente del amor de Dios. Cuando abandonamos estas
prácticas presenciales cristianas, nos debilitamos y perdemos el carisma de
adoradores.
Oremos
con recogimiento de la mente y en quietud de espíritu ante el Santísimo o en
privado, y
el Señor que ve en lo escondido nos recompensará con abundantes vocaciones de
jóvenes
para la Adoración Nocturna. Solo Dios puede tocar los corazones de los hombres
para que vuelvan su mirada al tabernáculo de su presencia.
Francisco Javier Cebrián del Pozo. Vocal de Formación del Consejo Nacional de la A. N. E.
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