«Y YO PEDIRÉ AL
PADRE QUE OS DÉ OTRO DEFENSOR»
Me impresiona, en este texto de Juan, que Jesús hable
de otro defensor, de otro abogado que nos defenderá. El primer
defensor que tenemos es Jesús, que nos defiende siempre ante el Acusador, el diablo, y ante nuestros
acusadores que siembran nuestra vida de pecado y muerte. El Señor siempre actúa
a nuestro favor.
Jesús nos ofrece el seguir con nosotros
hasta el final de los tiempos. No nos quiere dejar solos. En el fondo, este discurso tiene sabor de despedida
y, por otra parte, a la Ternura de quien nos quiere acoger como una gallina a
sus polluelos. (Mt. 23)
Por otra parte, el Señor quiere que lo
guardemos en la memoria para que así le conozcamos, le vivamos. El conocimiento
es la sabiduría, la experiencia vivida que transforma nuestro
corazón y que nos recuerda el Amor incondicional del Señor que nos
ama hasta el extremo de dar la vida.
La promesa de Jesús de no dejarnos huérfanos, de
cuidarnos, nos hace llenar nuestras almas de
la Ternura de un Amor incondicional y total. Siempre somos defendidos por el
Amor de Dios.
Cuando vivimos en el Amor del Corazón del
Señor nuestra vida se vive con la paz y la alegría que son frutos del Espíritu
Santo y es la “prueba del algodón” de la presencia de la Trinidad en el corazón
humano. Somos inhabitados por el Dios Uno y Trino que nos lanza a vivir en la
caridad con los pequeños. Es un Amor que nos envuelve en Su Ternura y nos saca
de la tentación de la autorreferencialidad de estar mirándonos el ombligo
constantemente.
Este discurso que suena, más que a despedida, a un “hasta luego”, “hasta
siempre”, “hasta pronto” porque no se va, se queda en la Eucaristía, en la
Iglesia. No puede vivir sin nosotros. Él
quiere, también, que nosotros vivamos para Él, sembrando los caminos del
Evangelio por el tortuoso camino donde tantas personas no encuentran sentido ni
a la vida ni a la muerte ni a nada.
+Francisco
Cerro Chaves - Obispo de
Coria-Cáceres
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