TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

domingo, 1 de enero de 2017

DOMINGO 1º DE ENERO DEL 2017, SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS

DICHOSOS LOS QUE TRABAJAN POR LA PAZ
El día 1 de enero, 50ª Jornada Mundial de la Paz 


     La Iglesia celebra el domingo 1 de enero, solemnidad de Santa María Madre de Dios, la 50ª Jornada Mundial de la Paz. Para la celebración de esta Jornada, el papa Francisco ha hecho público un mensaje con el título, “La no violencia: un estilo de política para la paz“.
… Al comienzo de este nuevo año formulo mis más sinceros deseos de paz para los pueblos y para las naciones del mundo, para los Jefes de Estado y de Gobierno, así como para los responsables de las comunidades religiosas y de los diversos sectores de la sociedad civil. Deseo la paz a cada hombre, mujer, niño y niña, a la vez que rezo para que la imagen y semejanza de Dios en cada persona nos permita reconocernos unos a otros como dones sagrados dotados de una inmensa dignidad. Especialmente en las situaciones de conflicto, respetemos su «dignidad más profunda»[1] y hagamos de la no violencia activa nuestro estilo de vida...
 [1] Exhort. ap. Evangelii gaudium, 228.


LA MATERNIDAD DIVINA DE MARÍA


     Al misterio de la maternidad divina de María, la Theotokos, hace referencia el apóstol san Pablo en la carta a los Gálatas. «Al llegar la plenitud de los tiempos -escribe- envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley» (Ga 4,4). En pocas palabras se encuentran sintetizados el misterio de la encarnación del Verbo eterno y la maternidad divina de María: el gran privilegio de la Virgen consiste precisamente en ser Madre del Hijo, que es Dios.
     El título de Madre de Dios es, juntamente con el de Virgen santa, el más antiguo y constituye el fundamento de todos los demás títulos con los que María ha sido venerada y sigue siendo invocada de generación en generación, tanto en Oriente como en Occidente. Al misterio de su maternidad divina hacen referencia muchos himnos y numerosas oraciones de la tradición cristiana, como por ejemplo una antífona mariana del tiempo navideño, el Alma Redemptoris Mater, con la que oramos así: «Tú, ante el asombro de toda la creación, engendraste a tu Creador, Madre siempre virgen». 
     Queridos hermanos y hermanas, contemplemos hoy a María, Madre siempre virgen del Hijo unigénito del Padre. Aprendamos de ella a acoger al Niño que por nosotros nació en Belén. Si en el Niño nacido de ella reconocemos al Hijo eterno de Dios y lo acogemos como nuestro único Salvador, podemos ser llamados, y seremos realmente, hijos de Dios: hijos en el Hijo. El Apóstol escribe: «Envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva» (Ga 4,4-5).
     El evangelista san Lucas repite varias veces que la Virgen meditaba silenciosamente esos acontecimientos extra-ordinarios en los que Dios la había implicado. Lo hemos escuchado también en el breve pasaje evangélico que la liturgia nos vuelve a proponer hoy. «María conservaba todas estas cosas meditándolas en su corazón» (Lc 2,19). El verbo griego usado, sumbállousa, en su sentido literal significa «poner juntamente», y hace pensar en un gran misterio que es preciso descubrir poco a poco.
     El Niño que emite vagidos en el pesebre, aun siendo en apariencia semejante a todos los niños del mundo, al mismo tiempo es totalmente diferente: es el Hijo de Dios, es Dios, verdadero Dios y verdadero hombre. Este misterio -la encarnación del Verbo y la maternidad divina de María- es grande y ciertamente no es fácil de comprender con la sola inteligencia humana.
     Sin embargo, en la escuela de María podemos captar con el corazón lo que los ojos y la mente por sí solos no logran percibir ni pueden contener. En efecto, se trata de un don tan grande que sólo con la fe podemos acoger, aun sin comprenderlo todo. Y es precisamente en este camino de fe donde María nos sale al encuentro, nos ayuda y nos guía. Ella es madre porque engendró en la carne a Jesús; y lo es porque se adhirió totalmente a la voluntad del Padre. San Agustín escribe: «Ningún valor hubiera tenido para ella la misma maternidad divina, si no hubiera llevado a Cristo en su corazón, con una suerte mayor que cuando lo concibió en la carne». Y en su corazón María siguió conservando, «poniendo juntamente», los acontecimientos sucesivos de los que fue testigo y protagonista, hasta la muerte en la cruz y la resurrección de su Hijo Jesús.                
 Benedicto XVI, pp emérito

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