TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

viernes, 22 de agosto de 2014

DOMINGO 24 DE AGOSTO, 21º DEL TIEMPO ORDINARIO



…Y SOBRE ESTA PIEDRA EDIFICARÉ MI IGLESIA


 Queridos hermanos y hermanas:

el texto de san Mateo, recogido en la liturgia de hoy. Según algunos estudiosos, la fórmula que aparece en él presupone el contexto post-pascual e incluso estaría vinculada a una aparición personal de Jesús resucitado a san Pedro; una aparición análoga a la que tuvo san Pablo en el camino de Damasco.
     En realidad, el encargo conferido por el Señor a san Pedro está arraigado en la relación personal que el Jesús histórico tuvo con el pescador Simón, desde el primer encuentro con él, cuando le dijo: "Tú eres Simón, (…) te llamarás Cefas (que quiere decir Piedra)" (Jn 1, 42). Lo subraya el evangelista san Juan, también él pescador y socio, con su hermano Santiago, de los dos hermanos Simón y Andrés. El Jesús que después de la resurrección llamó a Saulo es el mismo que —aún inmerso en la historia— se acercó, después del bautismo en el Jordán, a los cuatro hermanos pescadores, entonces discípulos del Bautista (cf. Jn 1, 35-42). Fue a buscarlos a la orilla del lago de Galilea y los invitó a seguirlo para ser "pescadores de hombres" (cf. Mc 1, 16-20).
     Además, a Pedro le encomendó una tarea particular, reconociendo así en él un don especial de fe concedido por el Padre celestial. Evidentemente, todo esto fue iluminado después por la experiencia pascual, pero permaneció siempre firmemente anclado en los acontecimientos históricos precedentes a la Pascua…
     En los evangelios sinópticos, a la confesión de san Pedro sigue siempre el anuncio por parte de Jesús de su próxima pasión. Un anuncio ante el cual Pedro reacciona, porque aún no logra comprender. Sin embargo, se trata de un elemento fundamental; por eso Jesús insiste con fuerza. En efecto, los títulos que le atribuye san Pedro —tú eres "el Cristo", "el Cristo de Dios", "el Hijo de Dios vivo"— sólo se comprenden auténticamente a la luz del misterio de su muerte y resurrección. Y es verdad también lo contrario: el acontecimiento de la cruz sólo revela su sentido pleno si "este hombre", que sufrió y murió en la cruz, "era verdaderamente Hijo de Dios", por usar las palabras pronunciadas por el centurión ante el Crucificado (cf. Mc 15, 39)
     Estos textos dicen claramente que la integridad de la fe cristiana se da en la confesión de san Pedro, iluminada por la enseñanza de Jesús sobre su "camino" hacia la gloria, es decir, sobre su modo absolutamente singular de ser el Mesías y el Hijo de Dios. Un "camino" estrecho, un "modo" escandaloso para los discípulos de todos los tiempos, que inevitablemente se inclinan a pensar según los hombres y no según Dios (cf. Mt 16, 23). También hoy, como en tiempos de Jesús, no basta poseer la correcta confesión de fe: es necesario aprender siempre de nuevo del Señor el modo propio como él es el Salvador y el camino por el que debemos seguirlo. En efecto, debemos reconocer que, también para el creyente, la cruz es siempre difícil de aceptar. El instinto impulsa a evitarla, y el tentador induce a pensar que es más sabio tratar de salvarse a sí mismos, más bien que perder la propia vida por fidelidad al amor, por fidelidad al Hijo de Dios que se hizo hombre.
     ¿Qué era difícil de aceptar para la gente a la que Jesús hablaba? ¿Qué sigue siéndolo también para mucha gente hoy en día? Es difícil de aceptar el hecho de que pretende ser no sólo uno de los profetas, sino el Hijo de Dios, y reivindica la autoridad misma de Dios. Escuchándolo predicar, viéndolo sanar a los enfermos, evangelizar a los pequeños y a los pobres, y reconciliar a los pecadores, los discípulos llegaron poco a poco a comprender que era el Mesías en el sentido más alto del término, es decir, no sólo un hombre enviado por Dios, sino Dios mismo hecho hombre.
      Claramente, todo esto era más grande que ellos, superaba su capacidad de comprender. Podían expresar su fe con los títulos de la tradición judía: "Cristo", "Hijo de Dios", "Señor". Pero para aceptar verdaderamente la realidad, en cierto modo debían redescubrir esos títulos en su verdad más profunda: Jesús mismo con su vida nos reveló su sentido pleno, siempre sorprendente, incluso paradójico con respecto a las concepciones corrientes. Y la fe de los discípulos debió adecuarse progresivamente. Esta fe se nos presenta como una peregrinación que tiene su origen en la experiencia del Jesús histórico y encuentra su fundamento en el misterio pascual, pero después debe seguir avanzando gracias a la acción del Espíritu Santo.  
     Esta ha sido también la fe de la Iglesia a lo largo de la historia; y esta es también nuestra fe, la fe de los cristianos de hoy. Sólidamente fundada en la "roca" de Pedro, es una peregrinación hacia la plenitud de  la  verdad  que el pescador de Galilea profesó con convicción apasionada: "Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16, 16). En la profesión de fe de Pedro, queridos hermanos y hermanas, podemos sentir que todos somos uno, a pesar de las divisiones que a lo largo de los siglos han lacerado la unidad de la Iglesia, con consecuencias que perduran todavía…
     Que nos guíe y acompañe siempre con su intercesión la santísima Madre de Dios: su fe indefectible, que sostuvo la fe de Pedro y de los demás Apóstoles, siga sosteniendo la de las generaciones cristianas, nuestra misma fe: Reina de los Apóstoles, ruega por nosotros. Amén.
Benedicto XVI, pp emérito

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