TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

viernes, 13 de junio de 2014

JORNADA PRO ORANTIBUS 2014



EVANGELIZAMOS ORANDO

    El domingo, 15 de junio, celebramos la «Solemnidad de la Santísima e indivisa Trinidad, en la que confesamos y veneramos al único Dios en la Trinidad de personas, y la Trinidad de personas en la unidad de Dios» (elog. del Martirologio Romano). En esa solemnidad celebramos también la Jornada Pro Orantibus. Es una Jornada dedicada a orar por las personas consagradas contemplativas y, a la vez, una ocasión para dar gracias a Dios por esta forma de consagración, para expresar nues­tra estima y para dar a conocer esta vocación específicamente contem­plativa tan necesaria y hermosa en la Iglesia y para la vida del mundo.
    El lema de este año 2014 es: «Evangelizamos orando». Está en sinto­nía con el impulso evangelizador del papa Francisco en la exhortación apostólica Evangelii gaudium y remite a lo esencial de la vida contem­plativa que es la oración. Este lema nos sirve también de preparación para el V Centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, monja contemplativa y mujer renovadora y misionera.
    Los monjes y monjas contemplativos evangelizan con lo que “son”, más que con lo que “hacen”. Su propia vocación y consagración son de manera especial testimonio de fe e instrumento de evangelización. Lo más esencial de la evangelización de los contemplativos es mostrar a los demás la belleza de la oración. Las personas consagradas contem­plativas nos ayudan a experimentar el misterio insondable de Dios, que es amor. Lo hacen consagrando sus vidas a Dios Padre, unidas a la acción de gracias del Hijo Jesucristo y colaborando en la acción santi­ficadora del Espíritu Santo.
La Iglesia insiste hoy en la evangelización en esta nueva etapa de la historia y la vida monástica contemplativa es evangelizadora desde su esencia y misión. He aquí algunas razones.
1.- La vida contemplativa es una existencia profética. Si un monasterio es fiel al Espíritu Santo plantea constantemente a los hombres interrogantes profundos sobre el sentido de la vida, la esperan­za, el amor, el sufrimiento y la alegría, el tiempo y la eternidad. La vida ordinaria y alegre de una comunidad monástica provoca preguntas y ofrece respuestas a las necesidades más profundas del corazón humano.
  2.- El anuncio del Evangelio exige profundidad contemplativa. No hay anuncio eficaz del Evangelio que no nazca de la fecundidad del desierto de la oración. Desierto, en hebreo (Mit-Bar), es el lugar de la Palabra. Tenemos hoy más que nunca necesidad de la Pala­bra de Dios. El silencio es vacío si adentro no resuena la Palabra de Dios. La soledad es estéril y nociva, si es pura evasión o en­cuentro con nosotros mismos. Es necesario encontrarse a solas con Dios, que nos ilumina y transforma para convertirnos en discípulos misioneros. Hace falta encontrarse con el Señor en el silencio de la oración lejos de los “espejismos” de la ciudad, que nos llena de ruido y de prisas. Lo exige la urgencia de nuestra re­novación interior y de la conversión pastoral, a la que nos llama el papa Francisco.
    El papa Benedicto XVI, en el encuentro organizado por el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, Nuevos Evangelizadores para la Nueva Evangelización, dirigiéndose a los participantes, les decía que «el mundo de hoy necesita personas que hablen a Dios para poder hablar de Dios […]. Solo a través de hombres y mujeres modelados por la pre­sencia de Dios, la Palabra de Dios continuará su camino en el mundo dando sus frutos» (16.X.2011).
3.-  La vida consagrada contemplativa sirve a la causa del Evangelio. San Juan Pablo II en su exhortación apostólica Vita consecrata escribe sobre la aportación específica de la vida consagrada a la evangelización. Lo que afirma de la vida consagrada en general sirve también para la vida consagrada contemplativa en particu­lar: «La aportación específica que los consagrados y consagradas ofrecen a la evangelización está, ante todo, en el testimonio de una vida totalmente entregada a Dios y a los hermanos, a imita­ción del Salvador que, por amor del hombre, se hizo siervo. En la obra de la salvación, en efecto, todo proviene de la participación en el ágape divino. Las personas consagradas hacen visible, en su consagración y total entrega, la presencia amorosa y salvado­ra de Cristo, el consagrado del Padre, enviado en misión. Ellas, dejándose conquistar por Él (cf. Flp 3, 12), se disponen para con­vertirse, en cierto modo, en una prolongación de su humanidad. La vida consagrada es una prueba elocuente de que, cuanto más se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta las avanzadillas de la misión y aceptando los ma­yores riesgos» (Vita consecrata, n. 76).
    En la Jornada Pro Orantibus damos gracias Dios por el don de la vida consagrada contemplativa, que tanto embellece el rostro de Cristo, que resplandece en su Iglesia, y pedimos por las vocaciones a esta for­ma de vida consagrada.

Vicente Jiménez Zamora, Obispo de Santander
Presidente de la Comisión Episcopal para la Vida Consagrada

TEXTOS DEL MAGISTERIO
Jornada Pro Orantibus 2014
«Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una es­piritualidad que transforme el corazón. Esas propuestas parciales y desintegradoras solo llegan a grupos reducidos y no tienen fuerza de amplia penetración, porque mutilan el Evangelio. Siempre hace falta cultivar un espacio interior que otorgue sentido cristiano al compro­miso y a la actividad. Sin momentos detenidos de adoración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincero con el Se­ñor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración, y me alegra enormemen­te que se multipliquen en todas las instituciones eclesiales los grupos de oración, de intercesión, de lectura orante de la Palabra, las adora­ciones perpetuas de la eucaristía. Al mismo tiempo, se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación. Existe el riesgo de que algunos momentos de oración se conviertan en excusa para no entregar la vida en la misión, porque la privatización del estilo de vida puede llevar a los cristianos a refugiarse en alguna falsa espi­ritualidad».
Francisco, Evangelii gaudium, 262
«La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que he­mos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la nece­sidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial. Puestos ante Él con el corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada de amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo: «Cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1, 48). ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es que, en definitiva, «lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos» (1 Jn 1, 3). La me­jor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contem­plarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cauti­varnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contempla­tivo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás».
Francisco, Evangelii gaudium, n. 264
«Pero esa convicción se sostiene con la propia experiencia, constan­temente renovada, de gustar su amistad y su mensaje. No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue conven­cido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo solo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encon­trarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos. El verdadero mi­sionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie».
Francisco, Evangelii gaudium, n. 266
«Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva, lo que buscamos es la gloria del Padre; vivimos y actua­mos «para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1, 6). Si queremos entregarnos a fondo y con constancia, tenemos que ir más allá de cual­quier otra motivación. Este es el móvil definitivo, el más profundo, el más grande, la razón y el sentido final de todo lo demás. Se trata de la gloria del Padre que Jesús buscó durante toda su existencia. Él es el Hijo eternamente feliz con todo su ser «hacia el seno del Padre» (Jn 1, 18). Si somos misioneros, es ante todo porque Jesús nos ha dicho: «La gloria de mi Padre consiste en que deis fruto abundante» (Jn 15, 8). Más allá de que nos convenga o no, nos interese o no, nos sirva o no, más allá de los límites pequeños de nuestros deseos, nuestra compren­sión y nuestras motivaciones, evangelizamos para la mayor gloria del Padre que nos ama».
Francisco, Evangelii gaudium, n. 267
«Hay una forma de oración que nos estimula particularmente a la entrega evangelizadora y nos motiva a buscar el bien de los demás: es la intercesión. Miremos por un momento el interior de un gran evan­gelizador como san Pablo, para percibir cómo era su oración. Esa ora­ción estaba llena de seres humanos: «En todas mis oraciones siempre pido con alegría por todos vosotros [...] porque os llevo dentro de mi corazón» (Flp 1, 4.7). Así descubrimos que interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño».
Francisco, Evangelii gaudium, n. 281


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