TIEMPOS LITURGICOS

TIEMPOS LITURGICOS

sábado, 17 de marzo de 2012

   Los días 18 y 19 de marzo, domingo IV de Cuaresma y solemnidad de San José respectivamente, celebraremos en nuestra Iglesia la Jornada anual de oración y de colecta en favor del seminario. Aun respetando el contenido litúrgico propio de cada uno de estos días, uno y otro quedan marcados por el signo de la fiesta de las vocaciones al sacerdocio ministerial.
   El lema pensado para la jornada de este año es Pasión por el Evangelio, una expresión que pone inmediatamente de manifiesto la centralidad del Evangelio en la vocación y en la vida del sacerdote. Pero ¿qué tiene el Evangelio? ¿Qué maravilla oculta? ¿Qué tesoro esconde en sus espesas frondas para que un joven se vea de pronto atraído hacia él, sienta la pasión de poseerlo y sea capaz de dejar padre y madre, novia y carrera, hermanos, amigos y hacienda con tal de lograrlo?
   El término “evangelio” alude a realidades diversas estrechamente relacionadas entre sí. En primer lugar, “evangelio” es el nombre que se da a los relatos sobre la vida y el mensaje de Jesús contenidos en los así llamados evangelios canónicos.
   Pero el significado del término “evangelio” no se agota en esta acepción. El Nuevo Testamento entiende por dicho término principal y fundamentalmente a Jesucristo mismo, el Hijo de Dios venido al mundo por voluntad expresa del Padre para redimirnos del pecado y de la muerte y otorgarnos la vida divina. Por tanto, “evangelio” no designa sólo unos relatos, sino una persona, y ésta divina, la cual, con su actuar salvífico en el mundo, transforma y regenera el interior del hombre y salva a éste del extravío y de la desesperación. Se comprende, pues que, entendido este término en su segundo acepción, pueda el hombre amar el Evangelio, sentir pasión por él y alcanzar la felicidad con su posesión y disfrute.
   Pues bien, el sacerdote comienza por ser aquel hombre que un día conoció los relatos de los evangelios acerca de Jesús y, desde éstos, con la ayuda del Espíritu Santo, descubrió en Jesús a Jesucristo, el Hijo de Dios vivo. Y el sacerdote es aquel que, una vez descubierta la verdadera identidad de Jesús, se percibió llamado por él para ser como él, esto es, dicho con palabras de Benedicto XVI, “para ser prolongador de la misma misión que Cristo había recibido del Padre”. El sacerdote es también aquel que, tras haber verificado su vocación mediante el sí de la Iglesia y haber recibido a su debido tiempo el orden sacerdotal, se entrega totalmente a la doble tarea de configurarse existencialmente con el ser sacerdotal de Cristo, del que ya participa ontológicamente por el sacramento, y de trabajar sin descanso por la salvación de los hombres. Finalmente, el sacerdote es aquel que, configurado ontológicamente con Cristo pastor y viviendo en plenitud su ministerio sacerdotal, imita ininterrumpidamente a Cristo, cuya muerte en Cruz conmemora cada día en la celebración de la Eucaristía.
   Ahora bien, esa configuración diaria con el Señor es vivida por el sacerdote con verdadero gozo, con un amor desbordante, con auténtica pasión. Y, en este sentido, tiene razón la prestigiosa revista norteamericana Forbes cuando afirma que los sacerdotes desarrollan una “profesión” que les hace sentirse los más felices del mundo. Y es que el ejercicio del sacerdocio ministerial otorga a la vida un sentido tan grande que hace de la propia existencia algo digno de ser vivido.
   Mi mirada de obispo y pastor se dirige hoy al seminario, descrito por el Papa Benedicto XVI como ese “cenáculo en donde el Señor celebra con deseo ardiente su Pascua con quienes un día anheláis presidir en su nombre los misterios de la salvación”.
   Queridos seminaristas, vosotros no sois todavía sacerdotes, pero os estáis preparando para serlo. ¿Cómo vivir estos años de preparación? “Ante todo, deben ser años – dice el Papa – de silencio interior, de permanente oración, de constante estudio y de inserción paulatina en las acciones y estructuras pastorales de la Iglesia”. Viviendo así, imitaréis a Jesús durante el tiempo de su vida oculta en Nazareth, iréis creciendo en santidad y justicia, y dispondréis vuestro espíritu a recibir un día el don del sacerdocio.
   Aspirad a la santidad y trabajad para ser agraciados por ella. Esto es lo que más importa en la vida. Lo demás se nos dará por añadidura. Sed santos. En primer lugar, porque la santidad es la perfección del ser humano. Y, en segundo lugar, para no ser hipócritas y motivo de escándalo, para no incurrir, como viene a decir el Papa, en esa terrible contradicción que a veces se produce entre aquello de lo que somos signo y la realidad empírica de nuestro comportamiento.
     Y a vosotros, mis muy queridos fieles consagrados y seglares, os pido que ayudéis al seminario con la oración y con la limosna.

                  +Manuel Ureña Pastor
                 Arzobispo de Zaragoza
Consiliario Nacional de la Adoración Nocturna

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