MAYO 2018
«En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí» (Ga 5, 22-23).
El apóstol Pablo escribe a los cristianos de la región de Galacia, que
habían recibido de él el anuncio del Evangelio, pero ahora les recrimina que no
han comprendido el sentido de la libertad cristiana. Para el pueblo de Israel,
la libertad es un don de Dios: Él lo sacó de la esclavitud en Egipto, lo
condujo hacia una nueva tierra y estipuló con él un pacto de fidelidad
recíproca.
Del mismo modo, Pablo afirma con fuerza que la libertad cristiana es
un don de Jesús, pues Él nos da la posibilidad de
convertimos, en Él y como Él, en hijos de Dios, que es Amor. También nosotros,
imitando al Padre como Jesús nos enseñó y mostró con su vida, podemos aprender
la misma actitud de misericordia para con todos, poniéndonos al servicio de los
demás.
Para Pablo, este aparente sinsentido de
la «libertad de servir» se resuelve por el don del Espíritu que Jesús hizo a
la humanidad con su muerte en la cruz.
En efecto, el Espíritu es el que nos da la fuerza de salir de la prisión
de nuestro egoísmo --con su lastre de división, injusticia, traición y
violencia- y nos guía hacia la verdadera libertad.
«En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí».
La libertad cristiana, además de ser un regalo, es también un compromiso. En primer lugar, el compromiso de acoger al
Espíritu en nuestro corazón, haciéndole sitio y reconociendo su voz
en nosotros.
Escribía Chiara Lubich: «[...] Ante todo debemos ser cada vez más
conscientes de la presencia del Espíritu Santo en nosotros; llevamos en lo más
íntimo un tesoro inmenso, pero no nos damos cuenta de ello suficientemente.
[...] Además, a fin de poder oír y seguir su voz, hemos de decir no [...] a las
tentaciones, atajando de raíz sus insinuaciones; sí a las tareas que Dios nos
ha encomendado; sí al amor a todos los prójimos; sí a las pruebas y a las
dificultades que nos salen al paso... Si lo hacemos, el Espíritu Santo nos
guiará y dará a nuestra vida cristiana ese sabor, ese vigor, esa garra, esa
luminosidad que no puede tener si no es auténtica. De ese modo, también quienes
están cerca se darán cuenta de que no solo somos hijos de nuestra familia
humana, sino hijos de Dios».
Pues el Espíritu nos llama a apartar nuestro yo del centro de
nuestras preocupaciones, para acoger, escuchar y compartir los bienes materiales y espirituales,
perdonar o preocupamos de todo tipo de personas en las distintas situaciones
que vivimos cada día. Y esta actitud nos permite experimentar el fruto
característico del Espíritu: el progreso de nuestra humanidad hacia la
verdadera libertad, pues pone de manifiesto y hace que florezcan en nosotros
capacidades y recursos que quedarían para siempre sepultadas y desconocidas si
vivimos replegados en nosotros mismos.
Cada acción nuestra es, pues, una ocasión inexcusable para decir no a la
esclavitud del egoísmo y sí a la libertad del amor.
«En cambio el fruto del Espíritu es
amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio
de sí».
Quien acoge de corazón la acción del Espíritu contribuye además a
construir relaciones humanas positivas por medio de todas sus actividades
cotidianas, tanto familiares como sociales.
«En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, modestia, dominio de sí».
Carlo Colombino es empresario, marido y padre, y tiene una empresa en el
norte de Italia. Una cuarta parte de sus sesenta empleados no son italianos, y
algunos de ellos arrastran experiencias dramáticas. Al periodista que lo
entrevista, le cuenta: «También el puesto de trabajo puede y debe
favorecer la integración. Me dedico a actividades de extracción, de reciclado
de material de construcción, y tengo responsabilidades con el entorno, con el
territorio donde vivo. Hace unos años la crisis golpeó duramente: ¿salvamos la
empresa, o a las personas? Trasladamos a varias personas, hablamos con ellas,
buscamos la solución menos dolorosa, pero fue dramático, como para no dormir
por las noches. Este trabajo podía hacerlo mejor o peor, y procuré hacerlo lo
mejor posible. Aposté por el contagio positivo de ideas. Una empresa que solo
piensa en la facturación, en los números, tiene un futuro de cortas miras: en
el centro de toda actividad está el ser humano. Soy creyente y estoy convencido de que una
síntesis entre empresa y solidaridad no es una utopía».
Activemos, pues, con valentía nuestra llamada personal a la libertad en
el lugar donde vivimos y trabajamos. Así permitiremos que el Espíritu alcance y
renueve también la vida de muchas otras personas a nuestro alrededor, impulsando
la historia hacia horizontes de «alegría, paz, paciencia, afabilidad...»,
Leticia Magri
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