Adoración Nocturna de Cádiz
Espiritualidad Católica como fuente testimonial. Tras el reconocimiento de nuestro carisma cristiano, buscamos ser consecuentes y por lo tanto expandir el Evangelio de Cristo en nuestra sociedad.
TIEMPOS LITURGICOS
domingo, 22 de septiembre de 2024
SEPTIEMBRE : ADORAR A CRISTO
PRESO
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS
DIVINO PRISIONERO
“Vuestro encierro voluntario.... es un portento de caridad que asombra al que advierte y considera vuestra voluntaria clausura en el tabernáculo, que es la última forma de humildad de un Dios hecho hombre, que no contento con reducirse a la última expresión de la materia, cumple su promesa infalible de estar con nosotros hasta la consumación de los siglos. Todo lo pasa el Señor amantísimo, por afecto a sus hermanos en la carne, y porque ha querido renunciar a su libertad de acción, declarándose doblemente preso: por su promesa y por su amor inefable.” (Artículo escrito por don Luis estando preso y publicado en la revista La Lámpara del Santuario, tomo 3, (1872) págs. 168-171)
Trelles nos invita a
contemplar a Cristo en la Eucaristía, medito en el Sagrario, como a un cautivo
medito en una prisión. No puede salir de ahí si no le abren la
puerta, pasa las horas y los días sin compañía, agradece las
visitas de todo corazón… Pero hay
algunas diferencias: Cristo está ahí ¡voluntariamente! y ¡es inocente! Los
presos normalmente acaban en la cárcel por sus propias culpas, Cristo está en
el sagrario para purificar las nuestras. Los presos normalmente van al
cautiverio contra su propia voluntad, Cristo está en el sagrario
por iniciativa propia… por una iniciativa de amor. Para poder
estar cerca de nosotros y para suscitar nuestra misericordia. Cristo se hizo
mendigo, se hizo hambriento y se hizo… preso, para tocar nuestro corazón.
El Magisterio de la Iglesia siempre nos
ha recordado que visitar a los presos es una de las obras corporales de
misericordia. Nada tan hermoso como ofrecer nuestra
compañía y consuelo a quien sufre la soledad de su encierro y el peso de su
culpa. Los Papas, dando ejemplo, han acudido en muchas ocasiones a cárceles y
prisiones para practicar así la misericordia. En una de estas ocasiones
Benedicto XVI les decía a los presos: «Estuve en la cárcel y
vinisteis a verme» (Mt
25, 36). Estas son las palabras del juicio final, contado por el
evangelista san Mateo, y estas palabras del Señor, en las que él se identifica
con los detenidos, expresan en plenitud el sentido de mi visita de hoy entre
vosotros. Dondequiera que haya un hambriento, un extranjero, un enfermo, un
preso, allí está Cristo mismo que espera nuestra visita y nuestra ayuda. Esta
es la razón principal por la que me siento feliz de estar aquí, para rezar,
dialogar y escuchar. La Iglesia siempre ha incluido entre las obras de
misericordia corporal la visita a los presos.”
En los presos, los
cristianos hemos de ver a Cristo, pero también hemos de recordar que Cristo
quiso permanecer preso en el Sagrario. En la Hostia, adoremos a
Cristo Preso. Sintámonos también nosotros felices de estar ante la Custodia
para rezar, dialogar y escuchar. Cristo a la espera de
nuestra visita. La Escritura nos recuerda en efecto cómo
Cristo estuvo preso: “Los hombres que le tenían preso se burlaban de él y le
golpeaban; y cubriéndole con un velo le preguntaban: «¡Adivina! ¿Quién es el
que te ha pegado?» Y le insultaban diciéndole otras muchas cosas. En cuanto se
hizo de día, se reunió el Consejo de Ancianos del pueblo, sumos sacerdotes y
escribas, le hicieron venir a su Sanedrín y le dijeron: «Si tú eres el Cristo,
dínoslo.» El respondió: «Si os lo digo, no me creeréis. Si os pregunto, no me
responderéis. De ahora en adelante, el Hijo del hombre estará sentado a la
diestra del poder de Dios.» (Lc 22, 63-69)
Cristo estuvo preso durante
su pasión, quiso sufrir esa humillante condición de
no poder moverse con libertad, de someterse su cuerpo a la decisión de otros,
de sufrir vejaciones e insultos de sus carceleros, para solidarizarse con todos
los presos de la historia. Pero con el agravante, en su caso, de la suma
injusticia. De alguna manera en el sagrario continua esta
pasión, en la medida en que no tratamos con el
cuerpo de Jesús como a un ilustre huésped sino como a algo despreciable. ¡Qué
soledad la de Jesús en aquella noche de prisión!
¡Cuántas penas las de Jesús en el Sagrario!
Pero como contrapunto a
ese rosario de insultos, hubo sin duda otras almas durante esas largas horas
que quisieron ofrecer a Jesús un rosario de consuelos. Sin duda María, en
aquella noche, no pudo pegar ojo, y se postró en adoración del cuerpo de Cristo
prisionero por amor. María permaneció velando, consolando con su
oración, en su presencia espiritual, no por silenciosa menos real.
María fue consuelo y misericordia para Jesús en aquella noche de su cautiverio.
Nosotros en nuestras noches
de Adoración también debemos practicar la Misericordia, es decir, visitar a
Cristo Preso en la Eucaristía. Limitado y cautivo por las
especies eucarísticas, pero todo poderoso por su divinidad. Cristo nos da
ejemplo de suma humildad, pues al abajarse hasta el grado material más ínfimo
se priva de su misma libertad, pero eso mismo, por la intención con la que está
realizado, es modelo de una gran caridad.
Misteriosa paradoja, el
preso debería ser yo y Jesús el inocente el que pudiera consolarme, pero Jesús
quiso cambiar los papeles, todo lo puso patas arriba, y me
encuentro que soy yo, el culpable, quien viene a visitarte a ti, el cautivo.
Gracias Jesús.
Más de un santo ha tenido
que pasar por una análoga experiencia de la prisión, y a
muchos aquello les ha marcado, los pastorcitos de Fátima son un ejemplo:
Cuando, pasado algún tiempo estuvimos
presos, a Jacinta lo que más le costaba era el abandono de los padres; y decía
corriéndole las lágrimas por las mejillas: – Ni tus padres ni los míos vienen a
vernos; ¡no les importamos nada! - No llores –le dice
Francisco–; ofrezcámoslo a Jesús por los pecadores. Y
levantando los ojos y las manos al cielo hizo él el ofrecimiento. – ¡Oh mi
Jesús, es por tu amor y por la conversión de los pecadores! Jacinta añadió: – Y
también por el Santo Padre y en reparación del Inmaculado Corazón de María.
Determinamos entonces rezar nuestro Rosario. Jacinta sacó una medalla que
llevaba al cuello, y pidió a un preso que la colgara de un clavo que había en
la pared y, de rodillas delante de la medalla, comenzamos a rezar. Los presos
rezaban con nosotros, si es que sabían rezar; al menos, se pusieron de
rodillas. (Memorias de Lucía de Fátima, 12-13)
Pero quizá el mayor ejemplo
es el de nuestro mismo fundador “A primera vista, parece
que no se halla relación alguna entre la santa Eucaristía y la situación de un
preso, y entre las circunstancias en que se hallan respectivamente el Santísimo
Sacramento y el encarcelado. Pero penetrando con la consideración, hay una
afinidad entre uno y otro que no puede ocultarse. […] Sí,
Dios mío, vos estáis también preso por amor en la Hostia Consagrada… Preso por
amor y por voluntad… sois el consuelo de los que están encerrados
por orden de los tribunales…” La lámpara del Santuario”
(1.05.1872)
En dos de sus grandes apostolados Trelles supo mirar a Cristo Preso, en la Eucaristía y en los prisioneros. Para consolarlo en el Sacramento fundó la Adoración Nocturna, para aliviarlo en los prisioneros fue comisionado para los canjes durante la Primera Guerra Carlista consiguiendo canjear más de 40.000 prisioneros, verdadero precursor del derecho humanitario, por amor de Jesús. Él siempre tuvo la convicción de que sirviendo a los presos se consolaba a Jesús Preso de Amor.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Conoces la pastoral
penitenciaria de tu diócesis?
■ ¿Alguna vez había pensado a
Cristo Eucaristía como un prisionero de amor?
■ ¿Qué semejanzas y
diferencias hay entre el sagrario y una cárcel?
martes, 10 de septiembre de 2024
La cruz es la gloria y exaltación de Cristo
Por la cruz,
fueron expulsadas las tinieblas y devuelta la luz. junto con
el Crucificado, nos elevamos hacia lo alto, para, dejando abajo la tierra y el
pecado, gozar de los bienes celestiales; tal y tan grande es la posesión de la
cruz. Quien posee la cruz posee un tesoro. Y, al decir un tesoro, quiero
significar con esta expresión a aquel que es, de nombre y de hecho, el
más excelente de todos los bienes, en el cual, por el cual y para el cual
culmina nuestra salvación y se nos restituye a nuestro estado de justicia
original. Porque, sin la cruz, Cristo no hubiera sido crucificado. Sin la cruz,
aquel que es la vida no hubiera sido clavado en el leño. Si no hubiese sido
clavado, las fuentes de la inmortalidad no hubiesen manado de su costado la
sangre y el agua que purifican el mundo, no hubiese sido rasgado el documento
en que constaba la deuda contraída por nuestros pecados, no hubiéramos sido
declarados libres, no disfrutaríamos del árbol de la vida, el paraíso
continuaría cerrado.
Sin
la cruz, no hubiera sido derrotada la muerte, ni despojado el lugar de los
muertos. Por esto, la
cruz es cosa grande y preciosa. Grande, porque ella es el origen de
innumerables bienes, tanto más numerosos cuanto que los milagros y sufrimientos
de Cristo juegan un papel decisivo en su obra de salvación. Preciosa, porque la cruz
significa a la vez el sufrimiento y el trofeo del mismo Dios: el
sufrimiento, porque en ella sufrió una muerte voluntaria; el trofeo, porque en
ella quedó herido de muerte el demonio y, con él, fue vencida la muerte. En la cruz
fueron demolidas las puertas de la región de los muertos, y la cruz se
convirtió en salvación universal para todo el mundo.
La cruz es
llamada también gloria y exaltación de Cristo. Ella es el
cáliz rebosante de que nos habla el salmo, y la culminación de todos los
tormentos que padeció Cristo por nosotros. El mismo Cristo nos enseña que la
cruz es su gloria, cuando dice: Ahora
es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él, y pronto lo
glorificará. Y también: Padre,
glorifícame con la gloria que yo tenía cerca de ti, antes que el mundo
existiese. Y asimismo dice: «Padre,
glorifica tu nombre». Entonces vino una voz del cielo: «Lo he
glorificado y volveré a glorificarlo», palabras que se referían a la gloria
que había de conseguir en la cruz. También nos enseña Cristo que la cruz es su
exaltación, cuando dice: Cuando yo
sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí. Está claro,
pues, que la cruz es la gloria y exaltación de Cristo.
miércoles, 28 de agosto de 2024
EL SACRIFICIO ESPIRITUAL
La oración
es el sacrificio espiritual que abrogó
los antiguos sacrificios.
“¿Qué me
importa el número de vuestros sacrificios?” -dice el Señor-. “Estoy harto de holocaustos de carneros, de
grasa de cebones, la sangre de toros, corderos y machos cabríos no me agrada.
¿Quién pide algo de vuestras manos?” Lo que Dios desea, nos lo
dice el evangelio: “Se acerca la hora” -dice- “en que los que quieran dar culto verdadero adorarán
al Padre en espíritu y verdad. Porque
Dios es espíritu”, y desea un culto espiritual.
Nosotros somos, pues, verdaderos
adoradores y verdaderos sacerdotes cuando oramos en espíritu y ofrecemos a Dios nuestra oración como
una víctima espiritual, propia de
Dios y acepta a sus ojos.
Esta víctima, ofrecida del fondo de
nuestro corazón, nacida de la fe, nutrida con la verdad, intacta y sin defecto,
íntegra y pura, coronada por el amor, hemos de presentarla ante el altar de Dios, entre
salmos e himnos, acompañada del cortejo de nuestras buenas obras, seguros de
que ella nos alcanzará de Dios todos los bienes. ¿Podrá Dios negar algo a la
oración hecha en espíritu y verdad, cuando es él mismo quien la exige? ¡Cuántos
testimonios de su eficacia no hemos leído, oído y creído!
Ya la oración del antiguo Testamento
liberaba del fuego, de las fieras y del hambre, y, sin embargo, no había
recibido aún de Cristo toda su eficacia. ¡Cuánto más
eficazmente actuará, pues, la oración cristiana! No coloca un ángel para apagar con agua
el fuego, ni cierra las bocas de los leones, ni lleva al hambriento la comida
de los campesinos, ni aleja, con el don de su gracia, ningún sufrimiento; pero
enseña la paciencia y aumenta la fe de los que sufren, para que comprendan lo
que Dios prepara a los que padecen por su nombre.
En el pasado, la oración alejaba las
plagas, desvanecía los ejércitos de los enemigos, hacía cesar la lluvia. Ahora,
la verdadera oración aleja la ira de Dios, implora a favor de los enemigos,
suplica por los perseguidores. ¿Y qué tiene de sorprendente que pueda hacer
bajar del cielo el agua del bautismo, si pudo también impetrar las lenguas de
fuego? Solamente la oración vence a
Dios; pero Cristo la quiso incapaz del mal y todopoderosa para el bien.
La oración sacó a las almas de los muertos
del mismo seno de la muerte, fortaleció a los débiles, curó a los enfermos,
liberó a los endemoniados, abrió las mazmorras, soltó las ataduras de los
inocentes. La oración perdona los delitos, aparta las tentaciones, extingue las
persecuciones, consuela a los pusilánimes, recrea a los magnánimos, conduce a
los peregrinos, mitiga las tormentas, aturde a los ladrones, alimenta a los
pobres, rige a los ricos, levanta a los caídos, sostiene a los que van a caer,
apoya a los que están en pie.
Los ángeles oran también, oran todas las criaturas, oran los ganados y las fieras, que se arrodillan al salir de sus establos y cuevas y miran al cielo, pues no hacen vibrar en vano el aire con sus voces. Incluso las aves, cuando levantan el vuelo y se elevan hasta el cielo, extienden en forma de cruz sus alas, como si fueran manos, y hacen algo que parece también oración. ¿Qué más decir en honor de la oración? Incluso oró el mismo Señor, a quien corresponde el honor y la fortaleza por los siglos de los siglos.
Tertuliano, Tratado sobre
la oración (Caps. 28-29)