NUESTRA
PARTICIPACIÓN EN LA ORACIÓN:
La persona debe poner su deseo y su disposición, principalmente su actitud de silencio (apagar ruidos exteriores e interiores). El silencio aún no es contemplación, pero es el esfuerzo que Dios requiere para dársenos y transformarnos.
El que actúa en la oración es el Espíritu Santo, pero Él no puede actuar en nosotros si no estamos en actitud de adoración, en actitud de reconocernos creaturas dependientes de Dios y, como consecuencia, nos abandonamos a su Voluntad. Es cierto que el Espíritu Santo puede actuar en nosotros aunque no estemos en adoración. Es cuando el Espíritu Santo nos vence … Puede hacerlo. De hecho lo hace a veces … como a San Pablo. El Espíritu Santo puede actuar con fuerza o con suavidad (cf. Sb. 8, 1 en traducción de la Vulgata) Pero normalmente el Espíritu Santo sólo actúa en la medida en que estemos en oración, en disposición de adorar. Y en la medida que se lo pidamos. Y debemos pedirle que nos transforme, que nos cambie, que nos santifique, que nos dé tal o cual gracia que necesitamos para ser más parecidos a Jesús y a su Madre.
La oración de adoración nos
hace receptivos
y dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo. La oración nos permite escuchar la suave brisa de la cual le habló
Jesús a Nicodemo (cf. Jn. 3, 8), que sopla donde quiere, pero que casi no se escucha … menos aún si no nos silenciamos.
En el silencio recibimos las inspiraciones del Espíritu Santo. En la adoración nos hacemos dóciles al Espíritu Santo.
¿Cuál es la participación de Dios en la oración?
La participación de Dios escapa
totalmente a nuestro control, porque El -soberanamente- escoge
cómo ha de ser su acción en el alma del que ora. En ese recogimiento cuando
oramos, Dios
puede revelarse o no, otorgar o no gracias místicas o contemplativas. Esta parte, el don de
Dios, no
depende del orante, sino de
El mismo, que se da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere.
Es muy importante tener en cuenta que la efectividad de la oración
contemplativa no se mide por el número ni la intensidad de las gracias místicas. Se mide por la intensidad de nuestra transformación espiritual: crecimiento en virtudes, desapego de lo material, entrega a Dios,
aumento en los frutos del Espíritu, etc.
¿Por qué se habla de la oración como un combate?
Es corriente que los maestros
espirituales hablen de la vida espiritual como un combate, comenzando por San
Pablo que describe el combate espiritual en Ef 6, 10-18. El campo de batalla es el
interior de la persona. El arma del cristiano es la oración. Podemos perder ese combate
o podemos ganarlo. Podemos ganar algunas batallas y perder otras,
igual que en las guerras.
Para ganar este combate, tenemos
que luchar contra la acedia o pereza espiritual, que es básicamente la falta
de interés en las cosas de Dios. Luego tenemos que vencer las excusas: “no tengo ganas” o “no
tengo tiempo”.
En resumen tenemos que vencer al Enemigo que no le interesa que nadie ore, pues no quiere que nadie se entregue a Dios, ni que esté del lado de Dios. La oración es un don de la gracia, pero presupone siempre una respuesta decidida por nuestra parte, pues el que ora combate contra sí mismo, contra el ambiente y, sobre todo, contra el Tentador, que hace todo lo posible para apartarlo de la oración. El combate de la oración es inseparable del progreso en la vida espiritual: se ora como se vive, porque se vive como se ora. (CIC-C #572)
Así es el combate
espiritual. ¿Estás dispuesto a ganarlo? ¿O te vas a dar por
vencido?
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