JUNIO : ADORAR Y PEDIR
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS
PEDID Y SE OS DARÁ
Una de las cosas que los hijos hacen
con más frecuencia a sus padres es PEDIR. Pero los padres no
se ofenden por ello, al contrario, les agrada que los hijos tengan confianza y
sepan que por su amor ellos siempre van a intentar darles lo que les piden, si
es bueno para ellos. Al fin y al cabo
“¿Quién de vosotros si su hijo le pide un pan le dará una serpiente?
Pues mucho más el Padre Bueno dará sus dones a los que le piden”. Es
una de nuestras labores de oración mientras nos postramos adorando a Jesús en
la Eucaristía. Pidamos. Sin miedo. Con
confianza. Empezando por lo importante, como nos enseña Trelles: -“Parece
que el momento de exponer nuestras súplicas ha llegado, y
nuestros labios pueden murmurar estas palabras: «Puesto que estás en mí, Señor,
yo te abriré mi corazón y te presentaré mis humildes súplicas. No te pido, oh
mi Dios, ni bienes de la tierra, ni honores. ni placeres de este mundo,
solamente aspiro a los bienes sobrenaturales: la luz de la verdad que me haga
comprender la vanidad de las cosas humanas, la fuerza de que tiene mi corazón
tanta necesidad, el fin de sus debilidades y retraimiento morales que detienen
mis pasos en el camino de la virtud. Lo que te pido es una fidelidad inviolable
a tu santa ley y aun mayor ardor en tu servicio. Trasforma mi corazón tan lleno
de sentimientos terrestres y egoístas, tan vacío de sentimientos generosos y
celestiales. Crea en mí un corazón puro y renueva en mí un espíritu recto.»”-
(LS,
T.I, p.265).
Es de las primeras cosas que nos sale
cuando nos acercamos a Dios, parece la oración más espontánea, en el fondo
sabemos que Él puede cosas que nosotros no podemos y que Él nos quiere bien. Quien
pide con humildad e insistencia sabe por tanto que recibirá.
Pedir, reclamar, llamar con insistencia,
invocar, clamar, gritar, e incluso “luchar en la oración” son todo matices de
una sola actitud interior. CEC 2629, quien pide se sabe limitado, sabe que no
tiene todo bajo control, incluso que muchas veces ha metido la pata. Pedir nos
hace volver a nuestro Origen y llegar a nuestro Fin, pedir
nos pone en relación filial-paternal con Dios, porque pedir es lo propio de los
hijos.
Desde nuestras heridas, desde nuestros
gemidos se alza muchas veces una petición implícita. El mundo gime en dolores
de parto, nosotros gemimos en esperanza… pero es sobre todo el
Espíritu Santo quien viene a nosotros y pide con gemidos
inefables. Él es el que hace explícita nuestra petición,
nosotros no sabemos pedir como conviene. Por eso hemos de invocarle
para que nos sugiera la materia y nos ayude en el modo de
nuestras súplicas (CEC 2630).
En el Padrenuestro hay siete
peticiones. De alguna manera resumen lo más importante
de nuestro deseo: la santidad, el reino, la voluntad divina, el pan de cada
día, el perdón de las ofensas, apartarnos de la tentación, librarnos del Malo…
Dice el catecismo que “Al orar, todo bautizado trabaja en la Venida del Reino” (CEC
2632). ¡Es más sencillo
de lo que creemos! Ahí está todo contenido,
“buscad el Reino de Dios…”, pero cuando se participa así en el amor salvador de
Dios, se comprende que toda necesidad pueda convertirse en objeto de petición (CEC
2633). Las cosas materiales y las espirituales, las
necesidades propias y las ajenas, los detalles de amor y las necesidades
angustiosas… Todo nos puede dar pie para elevar nuestra
petición al Señor.
Al fin y al cabo, Cristo al encarnarse ha
asumido todo lo humano para rescatarlo todo; cuando le pedimos a Él
glorificamos su nombre. De hecho, la liturgia de la Misa está
llena de peticiones, todas hechas “por Jesucristo nuestro Señor”, Él
es nuestro único título para presentarnos ante el Padre con una súplica. Quizá
podemos hoy inspirarnos en la petición de la Cananea: Una
mujer cananea, que llegaba de ese territorio, empezó a gritar: «¡Señor,
hijo de David, ten compasión de mí! Mi hija está atormentada
por un demonio.». Pero Jesús no le contestó ni una palabra. Entonces sus
discípulos se acercaron y le dijeron: «Atiéndela, mira cómo grita detrás de
nosotros.» Jesús contestó: «No he sido enviado sino a las ovejas perdidas del pueblo
de Israel.» Pero la mujer se acercó a Jesús; y, puesta de rodillas, le decía:
«¡Señor, ayúdame!» Jesús le dijo: «No se debe echar a los perros el pan de los
hijos.» La mujer contestó: «Es verdad, Señor, pero también los perritos comen
las migajas que caen de la mesa de sus amos.» Entonces Jesús le dijo: «Mujer,
¡qué grande es tu fe! Que se cumpla tu deseo.» Y en
aquel momento quedó sana su hija (Mt 15, 22-28). Sin
derecho a nada, (y sabiéndolo), pero también sin vergüenza ni pudor, con
insistencia y con humildad, con santa audacia, con rápido ingenio, hasta oír
esas dulces palabras del Señor “que se cumpla tu deseo”. ¡Qué
hermosas palabras para escuchar en el silencio de una noche de Adoración!
San Agustín nos anima a pedir y pedir: -“Vete
al Señor mismo, al mismo con quien la familia descansa, y llama con tu oración
a su puerta, y pide, y vuelve a pedir. No será Él como el amigo de la parábola:
se levantará y te socorrerá; no por aburrido de ti: está deseando dar; si
ya llamaste a su puerta y no recibiste nada, sigue llamando que está deseando
dar.
Difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele
no apreciarse lo aprisa concedido"-.
-"Vergüenza para la
desidia humana. Tiene Él más ganas de dar que nosotros de
recibir; tiene más ganas Él de hacernos misericordia que nosotros
de vernos libres de nuestras miserias”- (Sermón
105).
Para el diálogo y la
meditación.
■ ¿Qué cosas pides a nuestro
Dios?
■ ¿Qué cosas te ha concedido
tras mucho suplicar?
■ ¿Pides por intercesión de
los santos?
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