«SABED QUE ESTOY CON VOSOTROS TODOS LOS DÍAS, HASTA EL FINAL DE LOS
TIEMPOS»
Hoy es la solemnidad de la Santísima Trinidad. El Dios que Jesús nos ha revelado es un Dios comunidad en
tres personas: Padre, Hijo y
Espíritu Santo, que viven en la gloria, en la felicidad eterna, antes que el
mundo existiera. Libremente, estas Personas divinas han querido compartir su
felicidad, manifestando su gloria en el universo creado. Una creación que ha
quedado “prendada de su hermosura”. Y ante el pecado de nuestros primeros padres, Dios no se ha desentendido de nosotros, sino que
nos ha enviado a su Hijo,
como centro y culmen de la creación y de la historia, como
redentor del hombre apartado de Dios
por el pecado. Dios se ha empeñado en hacernos felices con él para siempre.
El drama
de la redención pone en juego a las tres Personas divinas, que se han
compadecido de nuestra desgracia. El Padre ha enviado a su Hijo, que nacido de
María virgen, se ha hecho semejante en todo a nosotros excepto en el pecado, ha
sufrido, ha muerto y ha resucitado. Elevado al cielo, nos ha enviado al
Espíritu Santo. Nosotros hemos conocido ese amor de Dios sin medida porque
Jesús nos lo ha enseñado y nos lo ha demostrado en su vida. Derramando
el Espíritu Santo en nuestros corazones, los Tres vienen a vivir en nuestra
alma como en un templo, inyectando la vida divina en nuestra vida, que ya ha empezado a ser eterna y
llegará a su plenitud en el cielo.
Este misterio tan sublime se nos ha
revelado no para hacer cábalas en nuestra mente de una persona a otra, sino
para contemplarlo como una realidad misteriosa que ha puesto su morada en
nuestro corazón. No estamos solos, en nuestra alma ha puesto Dios su
morada. La oración consiste
precisamente en caer en la cuenta de esa presencia actuante de Dios en nuestra
vida. Las tres divinas Personas se aman entre sí en nuestro propio corazón y de
ahí brota una corriente de agua viva, que sacia nuestra sed de Dios.
[…] Coincidiendo con la solemnidad de la Santísima
Trinidad, la Iglesia celebra la Jornada pro Orantibus y nos recuerda el valor de esta vocación
contemplativa, nos invita a valorarla, apoyarla, orar por todos ellos, los
monjes y las monjas contemplativos. El lema en este año teresiano dice: “Solo
quiero que le miréis a él”. Cuando sus monjas le preguntan a Santa Teresa
algunos consejos para tener contemplación, ella entre otras muchas
recomendaciones les repite: “No os pido que penséis mucho… tan sólo os pido que
le miréis” (Sta. Teresa, Camino de perfección [V] 26,3). La vida contemplativa tiene como motor principal
la acción del Espíritu santo que provoca en el alma la fascinación por Cristo
en cada uno de sus misterios. Mirarle a él no es una actitud paralizante, sino
dinamizante del seguimiento de Cristo y de la entrega de la vida en ofrenda por
la Iglesia.
Los monasterios contemplativos son lugares
de oración para todos los cristianos. Nos hacen este gran favor, sea cual sea
nuestra vocación: propiciar un clima de silencio y oración, particularmente en
la oración litúrgica, en la que ellos y ellas viven continuamente. Valoremos
este gran servicio al pueblo de Dios, y sostengamos nuestros monasterios con nuestro apoyo, nuestra oración, e incluso con
nuestra ayuda material.
Recibid mi afecto y mi bendición:
+ Demetrio Fernández - Obispo de
Córdoba
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