MAYO: Eucaristía y Doctrina
Social de la Iglesia
El
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (Obra del Pontificio
Consejo “Justicia y Paz”, BAC-Planeta 2005) dedica su capítulo
4º a presentar los principios básicos de la doctrina social de la Iglesia: 1.
Bien común; 2. destino universal de los bienes; 3. subsidiariedad; 4.
participación; 5. solidaridad; (el principio de la dignidad de la persona humana se
trató ya ampliamente en el capítulo precedente 3º);
6. valores fundamentales de la vida social, verdad, libertad y justicia; 8. la
vía de la caridad . Tal presentación viene precedida por una introducción
general sobre el significado de tales principios y su unidad. Nosotros los estudiaremos
en dos bloques, este primero, donde veremos la introducción, el bien común, el
destino universal de los bienes y la subsidiariedad y un segundo en el que
consideraremos los restantes principios y valores.
Significado y unidad de los principios de
la Doctrina Social de la Iglesia.
Bajo el calificativo de “principios”
se denomina lo que la Iglesia considera pilares de la concepción de la sociedad
humana desde la voluntad creadora de Dios,
que encuentran su exposición en la Escritura, leída y vivida en la tradición
viva de la Iglesia y expuesta por su Magisterio y por sus santos y teólogos.
Tales principios, por su vinculación con el proyecto creador de Dios sobre el
ser humano y la sociedad, pueden ser asumidos y aceptados fácilmente por
cuantos buscan sinceramente la verdad. Son un verdadero punto de encuentro para
favorecer un proyecto universal de vida social en justicia y paz.
Su unidad obedece a la concepción orgánica de
la sociedad claramente afirmada por la Biblia. Los “principios” de los que
hablamos tienen su identidad
propia, que permite distinguirlos y formularlos uno a uno, pero están
íntimamente trabados entre sí,
de modo que al final del estudio de cada uno emerge su inseparabilidad de todos
los otros. No se pueden disociar sin desfigurar a cada uno de ellos. No son
productos que podemos echar al “carro de la compra” sociológico, tomando unos y
dejando otros a nuestro gusto. Constituyen
una unidad inseparable.
Tal vez esa sea la razón por la que las ideologías humanas (grandes opciones
ideológicas: derechas e izquierdas; conservadores y progresistas…) no suelen
satisfacer nunca plenamente la “sensibilidad social” católica, porque suelen
remitirse a unos de estos principios, pero negando u olvidando otros. Al fin, ofreciendo
una concepción de la sociedad con graves carencias o lagunas.
El bien común.
De
la dignidad y sociabilidad de cada persona se deriva como principio, fuente de
derechos y tareas para cada uno y para cada sociedad, la consecución del mayor
bien posible para cada uno y el conjunto de todos. Este bien no es la mera suma
de los bienes de cada uno aisladamente, sino que es el bien de todos y de cada
uno integrado con los demás (en sociedad).
Implica
este principio la exclusión del egoísmo de los individuos y de los grupos, como motor de
crecimiento y progreso, para reemplazarlo por la convicción de que, la búsqueda
de lo mejor para todos y la no exclusión de ninguno termina siendo el mayor
bien para cada uno, que no puede de hecho vivir sin una relación social que
cada vez adquiere un carácter más universal.
El destino universal de los
bienes.
Se deriva de la voluntad divina, que
ha creado el mundo para auxilio de todos los seres humanos, los de ahora y los
del futuro. Cae también bajo este principio la inteligencia y dotes de cada
persona y las riquezas que es capaz así de generar cada individuo o éste
asociado con otros, es decir los bienes no directamente naturales presentes en
el mundo. No niega la conveniencia del derecho a la propiedad privada, pero
relativiza ésta y la hace depender de este principio general, porque todos
tienen derecho a un suficiente nivel de tal propiedad privada, como exigencia
de su dignidad y de las condiciones que requiere el desarrollo de la persona y
de los pueblos.
Este
principio sostiene y limita, a un tiempo, el derecho a la propiedad privada, lo sitúa
ante sus condicionamientos sociales (para todos los de ahora) y ecológicos (y
para todos los del futuro).
Principio de subsidiariedad.
Frente
a los criterios utilitaristas, que tienden a dar la prioridad a la
planificación y a la unidad de gestión (organizarlo todo desde la autoridad más
alta), este principio, apoyado en la dignidad de la persona y el respeto por la
aportación de cada nivel de la agrupación social (familia, asociaciones de
diverso carácter, nivel local, regional, estatal, supranacional o mundial),
opta por dejar hacer (y gestionar) y ayudar a hacer (y gestionar) a cada
nivel más próximo a las personas concretas, antes de asumir desde un nivel más
lejano.
Este principio no genera desorden, pero obliga a un trabajo integrado y
orgánico que no atropella a las personas o a las agrupaciones más pequeñas, sino que cuenta
siempre con ellas, y las ayuda en cada momento.
Implicaciones en la vida de
los adoradores.
El
conocimiento y aplicación de estos principios sociales cristianos obliga a los
adoradores como a todo cristiano. Pero quisiera ayudar a descubrir cómo la
espiritualidad eucarística que los adoradores se esfuerzan por vivir ayuda y
sintoniza con estas enseñanzas de la Iglesia de un modo peculiar.
No olvidemos que la Eucaristía hace presente el eterno
proyecto de Dios, es algo ligado al carácter “memorial” del
Sacramento. Así pues la piedad eucarística nos confronta constantemente como
criaturas ante Dios creador y su proyecto sobre el ser humano y la creación en
su conjunto. La celebración de la santa Misa, en particular, nos resitúa
constantemente como personas ante Dios, ante nuestros hermanos y ante el mundo.
Y la Adoración eucarística
nos pone particularmente en relación con Dios y su plan sobre el ser humano y
el mundo.
Podemos decir que la espiritualidad eucarística predispone a comprender y
asumir, como criterio de vida y conducta, la doctrina social de la Iglesia que
aplica y se nutre de ese fuego del amor de Dios cuyas brasas arden
permanentemente en la celebración y en la vida eucarísticas.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Nos
esforzamos realmente por conocer la Doctrina Social de la Iglesia y por
aplicarla? ¿Qué iniciativas personales o de grupo podemos tomar para mejorar en
esta dimensión de nuestra vida cristiana?
■ Cuando
acudimos a adorar ¿concedemos un tiempo de silencio para escuchar la voz del
Señor, saborear su Palabra y meditar las enseñanzas de la Iglesia? O llenamos
todo el tiempo de oraciones vocales que no interiorizamos suficientemente.
¿Cómo mejorar?
■ ¿Damos
espacio en la celebración de la Eucaristía al descubrimiento de las diversas
dimensiones de la celebración? ¿Nos buscamos la oportuna formación litúrgica y
espiritual que nos ayude a ello? O nos puede la costumbre hecha rutina.
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