EUCARISTÍA Y SILENCIO
Dios fue silencioso durante muchos siglos,
y en ese silencio se gestaba la comunicación más entrañable: el diálogo entre
Padre, Hijo y Espíritu Santo. El
silencio es esa capacidad interior de saber estar
reposado, calmado, controlando y encauzando los sentidos internos y externos.
Es esa capacidad de callar,
de escuchar, de recogerse. Es esa capacidad de cerrar la boca en
momentos oportunos, de calmar las olas interiores, de sentirse dueño de sí
mismo y no dominado o esclavo de sus alborotos. Uno de los males de la
actualidad es el aburrimiento, que se origina de la incapacidad del hombre de
estar a solas consigo mismo. El
hombre de la era atómica no soporta la soledad y el silencio, y
para combatirlos echa mano de un cigarrillo, una radio, la televisión, y para
evadirse del silencio se echa ciegamente en brazos de la dispersión, la
distracción y la diversión. Necesitamos del silencio para una mayor unificación
personal. La mucha
distracción produce desintegración y esta acaba por engendrar desasosiego, tristeza, angustia.
Jesús nos dijo: "cierra las puertas".
Cerrar las puertas y ventanas de madera es fácil. Pero aquí se trata de unas
ventanas más sutiles, para conseguir ese silencio.
Está, primero, el silencio exterior,
que es más fácil de conseguir: silencio de la lengua, de puertas, de cosas y de
personas. Es fácil. Basta subirse a un cerro, internarse en un bosque, entrar
en una capilla solitaria, y con eso se consigue silencio exterior. Pero está, después, el silencio interior:
silencio de la mente, recuerdos, fantasías, imaginaciones., memoria,
preocupaciones, inquietudes, sentimientos, corazón, afectos. Este silencio
interior es más difícil, pero imprescindible para oí r a Dios e intimar con Él.
El mayor milagro se realiza
en el silencio de la Eucaristía. Las más íntimas amistades
se fraguan en el silencio de la Eucaristía. Las más duras batallas se vencen en
el silencio de la Eucaristía, frente
al Sagrario.
La lectura de la Palabra
que se tiene en la misa debe hacerse en el silencio del alma, si es que
queremos oí r y entender. El momento de la
Consagración tiene que ser un momento fuerte de silencio contemplativo y de
adoración. Cuando recibimos en la
Comunión a Jesús ¡que
silencio deberíamos hacer en el alma para unirnos a Él!
Nadie debería romper ese silencio.
Las
decisiones más importantes se han tomado al pie del silencio, junto a Cristo
Eucaristía. ¡Cuántas
la grimas secretas derramamos en el silencio! Juan Pablo II
cuando era Obispo de Cracovia pasaba grandes momentos de silencio en su
capillita y allí escribía sus discursos y documentos. ¡Fecundo silencio del Sagrario!
Recuperado
por Ricardo Nieto
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