«SED PERFECTOS, COMO VUESTRO PADRE
CELESTIAL ES PERFECTO»
El
Evangelio de Jesús siempre nos coloca frente a las cuerdas. No nos deja
respiro. No es fácil la experiencia del Amor de Jesús, porque cree en la persona, y nos lleva a un amor sin límites, a
amar a los enemigos.
El
Señor nos lleva a una santidad de “sed perfectos, como vuestro Padre celestial
es perfecto”. Se entiende por perfección el vivir “con los sentimientos del
Corazón de Cristo” (Fip, 2.5).
La perfección cristiana no es una especie de nerviosismo absurdo que nos lleva
a “pegarle en la cresta” a todos, porque nos convertimos en una especie de
“autorreferencialidad”, como los fariseos que se creían perfectos y juzgaban a
todos sin piedad, como nos recuerda la parábola de los dos que fueron a rezar
al templo.
¿Cuál es la perfección cristiana?
Se lo han preguntado teólogos y santos al inicio de la vida cristiana y,
también, cuando nos van saliendo canas nos puede surgir esa pregunta. Mirando a
Jesús y contrastando con los otros paralelos, la perfección es la suma humildad de los que tienen
un corazón misericordioso, manso y humilde, como el de Jesús. Esta es la clave de
nuestra vida. Mirar a Jesús y dejarse impregnar por su misericordia.
¿Enemigos?
Aquellos que quieren serlo, pero nosotros rezar y pedir mucho por los que nos
hacen daño, nos calumnian y la envidia nos les deja vivir. Nuestra clave es la
del Padre Nuestro: “Perdona
nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” No tener enemigos
concretos a los que nosotros tenemos que amar como
los ama Jesús, pero sí tener enemigos a los que nos gustaría aplastar contra la
pared, como son el odio, el terrorismo, la venganza, los que matan, los que
explotan, todos aquellos que destrozan el corazón humano y la convivencia entre
los pueblos. Para ellos debe ser nuestra oración y, por tanto, nuestro perdón.
Es preciso y precioso volver al
Evangelio de Jesús donde el centro es Él, su Amor y sus claves para que el mundo cambie
sabiendo, como dice el Papa Francisco, que otro mundo es posible. Es preciso
volver a la alegría del Evangelio, del perdón, de la reconciliación. Con
sabiduría decía el dominico Padre Lacordaire: ¿Quieres ser feliz un instante? Véngate... ¿Quieres ser feliz toda la
vida? Perdona.
Quien lleva al extremo las ansias de
venganza, de “ojo por ojo y diente por diente”, de aplastar siempre, en el
fondo lleva, durante toda su vida, un cadáver en su corazón que se traduce en
una inmensa tristeza y una infelicidad
que es patente a los ojos de cualquiera.
+Francisco
Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres
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