« BUSCAD SOBRE TODO EL
REINO DE DIOS Y SU JUSTICIA »
La condición humana siempre sale a relucir
moviéndose entre la desconfianza y la esperanza, entre quejas y lamentos, pero
necesita ir adelante. Esta misma experiencia se manifiesta en la primera
lectura de este domingo. ¿Tanto nos cuesta a los hombres fiarnos de Dios a
pesar de tantos signos de su presencia y de su cuidado? En el contexto de donde está tomado este texto de
Isaías hay muchas razones para confiar, para ver cómo Dios lleva de su mano a
su pueblo y le protege, pero no se resiste a criticar a Dios, la ingratitud de
este pueblo es grande, se queja como si lo hubiera abandonado, como si se
hubiera olvidado de él. ¡Qué gran paciencia y serenidad demuestra Dios siempre,
pero más en estos casos! Y ahí le tienes consolando de nuevo a su pueblo con
una ternura fuera de lo común: Su amor por su pueblo es más grande, más tierno,
más cuidadoso y más constante que el amor de una madre por su hijo. Dios
recurre al amor materno, porque este es el lenguaje que entiende su pueblo
sufriente. En el versículo anterior al del texto de hoy aparece una exaltación
de la grandeza del cuidado de Dios: “Exulta, cielo; alégrate,
tierra; romped a cantar, montañas, porque el Señor consuela a su pueblo y se
compadece de los desamparados” (v. 13). Pero Dios es fiel y está cerca de los suyos. Esto es lo que canta el salmista, es la oración hecha
alabanza del que se sentía abatido y ahora descansa por la feliz idea de
haberse refugiado en Dios: “Sólo Dios es mi roca y mi
salvación, mi alcázar: no vacilaré”. Al mismo San Pablo le han
criticado en la comunidad de Corinto, pero él se defiende remitiéndose a
Cristo, donde él está asentado, el que da sentido a toda su labor
evangelizadora.
En el evangelio de San Mateo se nos pide la plena
confianza en Dios: no andéis preocupados,
confiad, que Dios no abandona a los suyos, que Él es fiel y está volcado con nosotros, ved que no se muestra riguroso o inicuo, sino que es
un Padre bueno, es nuestro Padre fiel, justo y compasivo.
Estar cerca de Jesucristo nos da
seguridad, aunque estemos pasando por la tormenta en el mar de la vida, pero
sabemos que ahí está el Señor, que no nos tenga que decir: ¡hombres de poca fe! Esta
situación por la que pasaron los discípulos en el mar de Galilea nos está
diciendo que cuando nuestra fe está apagada, comienzan los miedos y temores,
porque nuestra mirada está pendiente de otras cosas que no pueden salvar y te
sientes inseguro, pero si sabes que Cristo está contigo y le sientes, entonces
estás seguro, porque calmará la tormenta con su sola palabra. En el texto de
hoy se resalta la necesidad de confiar con sencillez en la Palabra de Dios, del
que cuida de las criaturas que a nadie les importa, de las que pasan de largo,
de los gorriones y de las flores, pero Dios es fiel. ¿No va a cuidar de nosotros
que nos hizo a su imagen y semejanza, que nos ha hecho hijos suyos?
Ten
confianza, que Dios sabe dónde vives y qué necesitas y sale a tu encuentro
mucho antes de que le llames. Por eso es comprensible que en la predicación de
Jesús deje entrever que no tengas miedo, que tengas la serenidad necesaria para
mirar a Jesús, que va en la misma barca, y basta. Él sabe lo que tiene que
hacer, por una razón, porque nos quiere. Vosotros preocuparos sólo de buscar el
reino de Dios y su justicia, que lo demás se os dará por añadidura.
+ José Manuel Lorca Planes - Obispo de
Cartagena
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