FEBRERO: La Iglesia, (II)
Ya
entre el pueblo de Israel era costumbre emplear la palabra sinagoga tanto
para referirse al edificio dedicado al estudio y al culto como para hablar del
pueblo creyente que en él se congregaba, convocado por Dios. El Pueblo era la sinagoga (los convocados) por
el Señor. El lugar donde se reunía este Pueblo (particularmente tras el Exilio
en Babilonia) se llamará sinagoga.
Los cristianos que como Jesús
seguían, en un primer momento, acudiendo al culto sinagogal; pronto son excomulgados de las sinagogas y van a tener que reunirse
solos, separados del pueblo judío, y en sus propias casas. Estas casas
de familias cristianas donde se reunía más o menos establemente la comunidad de
discípulos de Jesús (la Iglesia o convocatoria, término paralelo a sinagoga)
comienzan a llamarse Domus
Ecclesiae (casas de la Iglesia) y muy pronto, ellas
mismas, iglesias.
Tal fenómeno sucede muy
pronto, en época apostólica, como testimonian abundantemente tanto el
libro de los Hechos de los
Apóstoles (Hch 4,11), como
las cartas apostólicas.
Por ello ya el mismo san Pablo aprovecha la imagen del edificio o de la edificación para presentar
el misterio de la Iglesia (1Cor 3,9) y lo mismo
hará san Pedro (1P 2, 1-17). El mismo
Cristo, antes, en su predicación, ya usó estas imágenes (Mt 21, 42 y
par.; vid. CEC 756).
La Iglesia
edificación.
En el Oficio de Lecturas de la
Dedicación de una iglesia encontramos un precioso texto de Orígenes, el antiguo
pensador alejandrino, de Egipto:
Todos los que creemos
en Cristo Jesús somos llamados piedras vivas…
Así lo afirma Pablo cuando
nos dice: Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el
mismo Cristo Jesús es la piedra angular…
Pero en este edificio de la
Iglesia conviene que también haya un altar. Ahora bien, yo creo que son capaces
de llegar a serlo todos aquéllos que, entre vosotros, piedras vivas,
están dispuestos a dedicarse a la oración, para ofrecer a Dios día y noche sus
intercesiones, y a inmolarle las víctimas de sus súplicas; ésos
son, en efecto, aquellos con los que Jesús edifica su altar….
(Homilía 9, 1-2; PG 12,871-872)
La
imagen de la Iglesia cuerpo ya
servía para identificar ministerios y carismas diversos, miembros, en la unidad
del organismo. Ahora la imagen del edificio y del templo sirve para presentar esta variedad con gran
expresividad sin perder tampoco la noción de la unidad orgánica del conjunto.
Será la celebración litúrgica en el edificio de piedra la que lo
impregne de la presencia de la Iglesia Pueblo de Dios, que a su vez
ve reforzada su estructura y ordenamiento por el espacio que la acoge y en el
que desarrolla sus ritos propios.
Por eso será tan importante respetar en
el espacio litúrgico los lugares propios de cada
ministerio y cada cosa o acción. En el texto que hemos citado de Orígenes se
identifica con el altar, como lugar del sacrificio y de la intercesión, a los orantes. Estos serán en primer lugar los sacerdotes (Obispos
o Presbíteros) de los que dice en la Liturgia Romana el Común de Pastores:
“este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo”
(Responsorio breve, II Vísperas común de Pastores). Pero ante el altar, casi
como prolongación del mismo, está una muchedumbre inmensa de orantes. ¿Cómo no ver a los/as adoradores de la
Eucaristía reflejados en tal altar? Y ante la alusión al día y a la noche, ¿cómo
no sentirse interpelados como Adoración Nocturna?
Estar en el altar significa particular
dedicación a la oración y a la adoración, al sacrificio de inmolar la propia vida por
amor unidos a Cristo. Esto se construye en la constancia, orando y adorando,
orando y amando. Allí se aprende a estar unidos al Señor Jesús y a sus
Pastores, allí se aprende a descubrir al Señor en pobres, menesterosos y
enemigos, para servirlos como a Él.
En este punto es
imprescindible recordar que Obispos y sacerdotes son altar no sólo cuando celebran en
él los Divinos Misterios,
singularmente la Eucaristía, sino también cada vez que a lo largo
de su jornada prolongan esta Eucaristía bajo la forma de la oración y la adoración. Siendo así una
sola cosa con Cristo Sacerdote y Víctima, son altar también cuando hacen de
toda su vida una inmolación en favor de su Pueblo e incluso de todos los
hombres. Pero de aquí se sigue que los sacerdotes tendríamos que encontrar en
la oración y
la adoración un
elemento connatural a nuestro modo
de ser, a nuestra vocación. La mucha actividad (las
muchas cosas que hay que hacer) más que excusa para relegar la oración ha de
ser exigencia o reclamo de la misma.
La presencia de orantes y adoradores
laicos ante el altar de la Eucaristía será, junto con su intercesión y su amor
en favor de los sacerdotes, estímulo eficaz para la santificación de los
mismos. Y el
Pueblo entero, viendo siempre arder el altar, encontrará en él ese faro salvador y guía, particularmente
en los momentos de noche o de tormenta. La adoración, la adoración nocturna, es
hoy muy necesaria para la Iglesia.
Haciendo arder el altar se hallan también,
claro está, los contemplativos y
contemplativas, cuyas vidas dan cohesión a este altar de la Oración de
la Iglesia. Allí encontró su vocación santa Teresa del Niño Jesús, como leíamos
el día de su fiesta (1 de octubre) en la segunda lectura del Oficio de
Lecturas, allí descubrió el corazón
de la Iglesia, que hace llegar el Amor de Dios hasta los extremos más
remotos de su cuerpo. Así la pequeña Teresa desde su convento es Patrona de las
misiones, como con su celo apostólico, viajando hasta los confines del Oriente,
lo es san Francisco Javier.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Sientes
realmente tu pertenencia a la Iglesia como la respuesta a una vocación, a una
llamada amorosa y personal de Dios? [Esto quieren recordarte las campanas cada
vez que suenan llamándote a acudir a la iglesia].
■ ¿Has hallado
ya tu “lugar” en la Iglesia? ¿Qué haces para encontrarlo o para cuidarlo fiel y
perseverantemente?
■ Como adorador
nocturno ¿te ves reflejado ante el altar, según el texto comentado de Orígenes?
¿Cómo vives tu relación con los Pastores de la Iglesia? ¿Rezas por tu cura?
¿Sabemos valorar y agradecer el don de los hermanos y hermanas de vida
contemplativa?
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