«…Y ADORANDO QUEDÓ POSTRADO.»
DE LA LEYENDA
EUCARÍSTICA DEL PANGE LINGUA
UN OFICIO QUE OBLIGA
Nos
referimos, precisamente, al Oficio de Adorador Nocturno, del que nos gozamos,
por la gracia de Dios, los que le ejercemos. Y decimos, que es Oficio que
obliga. Pero no del modo
que obligan todos los demás oficios de la vida social.
Los otros oficios de cualquier linaje que sean, obligan a los que los ejercen
por la retribución temporal, que suelen tener señalada y perciben sus
oficiales. Este
de Adorador Nocturno, no tiene retribución alguna, pero obliga más
que ningún otro. Tanto no la tiene, que el mismo Adorador Nocturno, que lo
ejerce, contribuye con su cuota mensual a sostenerse en él. En ningún otro
oficio temporal y humano acontece lo que en éste, que le sostiene a su costa,
y, como que le paga, el mismo que le ejerce. Y esto, con espontaneidad y
alegría, como si temiera perderle, o que alguien se le quitara.
Porque
se echa de ver que el Oficio de Adorador Nocturno no obliga a quienes de
voluntad libérrima le tienen, por el provecho terreno que de tenerle a ellos
les resulte. Es
Oficio que obliga, por su nobleza.
Pocas
veces se podrá apelar, como aquí, a eso de que «nobleza obliga». Nunca mejor
dicho que en este caso. Porque
no hay otro oficio en el que se sirva de más alto modo, ni con más exquisita
condición de
soberano Servicio. Nuestra gloriosa Obra, que no tiene par entre las más
piadosas del culto católico secular, une en sus fórmulas reglamentarias al
nombre sustantivo «servicio» al adjetivo «eucarístico». Con lo que el Servicio
queda encumbrado hasta no más, y el oficial, que le sirve, constituido en la
más depurada nobleza.
Y es esta nobleza la que obliga al
Adorador a serle fiel a su Oficio nocturno de servir a la Divina Eucaristía
en sus deliciosas Vigilias, atento
al homenaje que le rinden sus propias rodillas, hincadas al píe del Tabernáculo
abierto, y sus manos, hechas atril del Ritual que sostienen, y sus ojos, iluminados por
los destellos de la Custodia, y su corazón, rebosante
de Amor divino, asomado al rezo de sus labios, y su alma en la plenitud de la Fe,
que da la ocasión propicia y deleitable para ponerse a tono con la Virgen
María, y cantar con Ella, en embelesado delirio, «Magníficat anima mea
Domino... et exultavit spiritus meus in Deo salutari mea...» (San Lucas, I, 46-47.)
Por
todo esto, y por más, que aquí no cabe, decimos que «Adorar es Oficio que obliga».
CRUZ DE LA CRUZ, Adorador Nocturno Español (Madrid
1961)
No hay comentarios:
Publicar un comentario