El
Señor nos fortalece en las pruebas
La certeza que sostiene al Apóstol, debe
sostener a cada cristiano en los trabajos y los sufrimientos de esta vida, tal como aconsejaba Pablo al discípulo
Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos,
descendiente de David, según mi Evangelio... Por eso todo lo soporto por los
elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús
con la gloria eterna. Es cierta esta afirmación: si hemos muerto con El,
también viviremos con El; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con El;
si le negamos, también Él nos negará; si somos fieles, El permanece fiel, pues
no puede negarse a sí mismo...” (2 Tim 2, 8-13).
La presencia de Cristo Vivo debe
vivificar completamente nuestra vida, nuestro trabajo, la vida familiar y nuestro empeño por construir una
sociedad más justa y fraterna. Esta certeza se convierte en seguridad y fuente
de sentido ante la enfermedad, el dolor y el sufrimiento. Esta certeza, por
fin, es acicate en la vida moral y en el esfuerzo por ser mejores, con el
estilo de quien ha resucitado con Cristo y aspira a vivir una vida nueva (Col 6,1-2).
Los
Sacramentos de Cristo
¡Nosotros podemos tocar a Cristo hoy,
aquí y ahora! Cada sacramento es, sobre todo, un encuentro personal con Dios. Cuántas veces hemos deseando verle,
plantearle nuestras dudas, tenerle cara a cara, tan cerca que incluso podamos
tocarle. De hecho, muchas veces hemos envidiado a aquellos que estuvieron al
lado de Jesús: los apóstoles, la samaritana, el centurión, todos los que fueron
curados por Él, etc. Pues bien, este deseo profundo se hace posible hoy a
través de los sacramentos y, de modo especialmente intenso, en
la Eucaristía.
Gracias a los sacramentos hoy puedo nacer
de nuevo, como Nicodemo; recibir el perdón total y absoluto de todos mis
pecados, como María Magdalena; exultar con el gozo del Espíritu derramado en
Pentecostés; sanar de mis enfermedades y complejos, como el ciego de
nacimiento; y, finalmente, reposar mi cabeza en Cristo, como San Juan, para
permanecer con Él al pie de la Cruz y ofrecer mi vida, con la suya, por la
salvación de los hombres. En los distintos gestos y oraciones de cada
sacramento por la acción del Espíritu Santo, se hace realmente presente Cristo.
Cuando decimos que Cristo ha resucitado no lo decimos de manera metafórica sino
que afirmamos algo que ya escandalizó a judíos y romanos hace más de veinte
siglos, y que el mismo San Pablo defendió con su vida: Cristo está vivo, es una
persona viva, con la que puedo relacionarme. En los sacramentos puedo tocarle y, lo más
sorprendente aún, Él mismo puede tocarme a mí y transformar mi vida por
completo. En los sacramentos Cristo resucitado se me entrega para darme esa vida
verdaderamente nueva. Que la nueva vida que brotó del costado abierto de Cristo
en la cruz nos haga experimentar su presencia continua que nunca nos abandona.
La
misericordia del Señor llena la tierra
Deseo vivamente que estas semanas de
Pascua nos lleven a los más necesitados para que conozcan el amor generoso del
Señor que sale a su encuentro. Jesús ha entregado su vida y vuelve resucitado
para cuantos buscan a Dios sin encontrarle, como sucedió a María Magdalena, y
les toma en serio abriendo los ojos de sus corazones. También para los
pesimistas derrotados, como los discípulos de Emaús, que pueden sentirse
comprendidos y llegar a ser apóstoles. Sigue acercándose para los dominados por
el miedo, tan humano, que hoy padecen tantos perseguidos, prófugos, refugiados,
y abandonados de los demás. No rechaza a los incrédulos, como Tomás, que buscan
razones para salir del absurdo de sus razonamientos o desvalimiento. El intercede
por nosotros y sigue buscando a todos los heridos por el pecado, el odio, la miseria o el rechazo de la
sociedad. Mira con infinita compasión a cuantos sufren las injusticias y desigualdades,
a los marginados y excluidos de la sociedad, a los que viven en las periferias
existenciales, que a veces están muy cerca de nosotros. Que con nuestra
solicitud pastoral y caritativa y anunciando a todos los necesitados la
resurrección del Señor puedan encontrar su presencia y el cálido abrazo de
misericordia.
Seamos
sus testigos, discípulos misioneros
Hemos vivido, a través de la
celebración litúrgica del Triduo Santo, junto a María, nuestra participación en
el Misterio Pascual donde hemos puesto los dolores y alegrías de nuestra vida,
las de la Iglesia y del mundo, y hemos renovado nuestros compromisos
bautismales, para compartir la victoria de Cristo Resucitado en la Eucaristía. Anunciemos
ahora la Buena Noticia que ha de
resonar durante toda la cincuentena pascual como un himno de victoria: ¡Cristo ha
resucitado¡ La muerte y el mal no tienen la última palabra, sino la Verdad y el Bien, Dios mismo. Ahora el
Señor nos envía sin fijarse en nuestros defectos: “Como mi Padre me envió, así os envío yo”
(Jn 20,21). Alegrémonos
de compartir con El esta misión.
Que el Señor os conceda vivir este tiempo
de alegría y de fiesta con el corazón lleno de esperanza y así seamos ante
cuantos nos conocen, testigos de Cristo resucitado.
+ Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta - Pascua de 2016
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