Las
palabras del querido Papa Benedicto XVI tienen un sentido especial cuando
acabas de leer el Evangelio de este domingo, porque señalan el centro del
Evangelio: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran
idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un
nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva”. Los encuentros
con el Resucitado en este tiempo de Pascua nos confirman la fuerza de la fe,
que provoca un cambio radical de vida y una alegría estable. La Pascua es un tiempo
especial, es un tiempo para las respuestas, es el
momento para el diálogo con Dios en el gozo y la alegría por el triunfo de
Jesús.
La más bella respuesta que damos, fruto de nuestra
escucha y del diálogo con Dios, es la comunión fraterna, este es el signo más atractivo y resplandeciente, por
esto nos pide el Papa Francisco: “Que todos puedan admirar cómo os cuidáis unos
a otros, cómo os dais aliento mutuamente y cómo os acompañáis”. La razón de
este comportamiento tiene un origen claro, Jesucristo: “En esto reconocerán que
sois mis discípulos, en el amor que os tengáis unos a otros” (Jn 13,35) (cf. Evangelii Gaudium, 99). Tanto es así, que el que ha cerrado sus oídos a Dios
irá por la vida desorientado, quien no ama al hermano “camina en las tinieblas”
(1 Jn
2,11), “permanece en la muerte” (1 Jn 3,14) y “no ha conocido a Dios” (1 Jn 4,8) (cf. EG, 272). Alejarse de todo el mundo y olvidarse de los demás
es el drama más grande de la historia. Pero, serenidad, que Dios no le ha
cerrado la puerta a nadie, que es un Buen Pastor y sigue buscando, va al
encuentro de los perdidos para darles más opciones de salvación, de perdón y
misericordia, que ya nos dijo Jesús que a quien llama se le abre con
inmediatez.
El Evangelio de este
domingo termina
diciendo que Jesucristo nos da un mandamiento: que nos amemos los unos a otros
como Él nos amó. El amor abre todas las
puertas con la gente, establece relaciones positivas con todos, sin olvidar que
también establece un diálogo hermoso con Dios, que es más grande que una ley o
una norma. Es precioso cómo lo explicaba el Papa Benedicto XVI: “Y, puesto que es Dios
quien nos ha amado primero, ahora el amor ya no es sólo un mandamiento, sino la
respuesta al don del amor, con el cual viene a nuestro encuentro” (cf. Deus caritas est, 1). Nos ha quedado claro que esta es la marca, la señal
distintiva de los que seguimos a Jesús; fue lo que llamaba la atención y lo que
llevó a mucha gente al comienzo de la Iglesia a la conversión, porque se
admiraban cómo se amaban los cristianos, los veían como si fueran un solo
corazón y una sola alma, que en sus vidas estaba presente el mismo Dios vivo.
Amar de verdad a los
hermanos prolonga en esta tierra la presencia de Dios, porque a través de la cercanía a Dios, de querer
hacer su voluntad, la bondad, la belleza, la alegría, el compromiso, la
solidaridad, el compartir el eterno amor de Dios… comienza a hacerse visible a
los ojos de los demás. Con razón, San Agustín dejó escrito, “ama y haz lo que
quieras”.
+ José Manuel Lorca Planes-Obispo de Cartagena
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