MÁS SEÑALES DEL RESUCITADO
El tiempo pascual está marcado por el
impacto de la alegría de corazón, esa que no es de "postureo", sino
que nace de lo más hondo del ser y es contagiosa, porque está basada en la
verdad. Las lecturas de este domingo narran los
primeros pasos de una Iglesia que nace del corazón de Dios, porque Jesús fue preparando personalmente a todos los
discípulos para la tarea que les iba a pedir. Su pedagogía es contundente
basada en la palabra y en el ejemplo y testimonio de vida; el Señor va por delante en todo, lleva
la iniciativa, advierte, protege, enseña,
cuida, les sale al encuentro y confirma en la fe a los discípulos, abriéndoles
los ojos y el corazón para que puedan conocerle bien. En este marco de las
apariciones, la elección de Pedro fue especial y tenía una intencionalidad
evidente, Jesús le
pide una altísima responsabilidad: confirmar a los hermanos en la fe y
ayudarles a desarrollarla, para cuando vengan las pruebas: "Confirma a tus hermanos" (Lc 22, 32), "apacienta, pastorea a mis ovejas". Pero
todo ha ido por su orden, Jesús le ha pedido esto al que le negó tres veces,
por esta razón era necesario preguntarle tres veces si le amaba de verdad y la
respuesta fue clara, humilde y firme: "¡Señor, tu sabes que te
quiero!" Sólo entonces recibe el encargo de apacentar a sus ovejas, cuando
uno ha confesado con seriedad la fe, cuando ha dado la palabra, entonces, y
sólo entonces, recibe este encargo, el mayor de los tesoros: se le confía a sus
hermanos y se le hace responsable de su crecimiento en la fe, dando testimonio
de ella.
Ya
conocemos cómo fueron los inicios de esta maravillosa aventura, el conocido
ejemplo de los contrarios, la imposibilidad de convivir la luz y las tinieblas,
se hizo presente y cuando salieron los discípulos a predicar, les pasó lo mismo
que a Jesús, cuya propuesta del Reino fue rechazada, había chocado con la
dureza de corazón. El judaísmo, en particular el fariseísmo, se encerró en sus
creencias, en sus tradiciones, en su dogmática, en su imagen de Dios y condenó
a Jesús como blasfemo. Por esto Jesús anima a los discípulos, los de antes y
los de ahora, a proseguir el camino con alegre valentía, haciéndoles saber que
les acompaña la fuerza del Espíritu Santo, pero sin olvidar que cuanto más está
afianzada la obra del Espíritu en ellos, más persecuciones encontrarán y no les
faltarán sufrimientos. En una catequesis de los miércoles nos recordaba el
Papa, San Juan Pablo II, que "Jesús es muy consciente de las dificultades de
la fase histórica de la Iglesia, llamada a seguir el mismo camino de la cruz,
que él recorrió". El Señor no nos abandona a nuestra
suerte en esta aventura, nos da la fuerza del Espíritu, el don de la alegría y la obediencia al Padre, que es
la fuente de seguridad.
San Juan
Crisóstomo nos hace una semblanza de cómo debe ser nuestro perfil de creyentes,
de la grandeza de tener un corazón que se da a los demás, tal como pide Jesús:
"Quién busca el interés del prójimo no perjudica a nadie, tiene compasión
de todos y ayuda según sus propias posibilidades; no comete fraudes, ni se
apropia de lo que pertenece a otros; no da falso testimonio, se abstiene del
vicio, abraza la virtud, reza por sus enemigos, hace el bien a quien le hace el
mal, no injuria a nadie y tampoco maldice cuando le maldicen de mil formas
diferentes...". ¡No tengáis miedo de ser así!
+ José Manuel Lorca Planes-Obispo de Cartagena
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