COMO PASTOR BUENO
El Buen Pastor era una imagen cercana para aquellos
oyentes de Jesús, tan acostumbrados al pastoreo tanto en su vida nómada como en
la asentada. Pero aquella
parábola era casi una crónica autobiográfica de Jesús en relación con aquellas
gentes: no ser extraño ni extrañarse, dar vida y darse en la
vida, hasta dejarse la piel antes que nadie pueda arrebatarlas. Aquí se
dibujaba el estupor ante Jesús que experimentaban cuantos oían su voz y ya no
dejarían de reconocerla permaneciendo junto a Él.
En esa convivencia con Jesús, rápidamente
se entendía su “secreto”. Y consistía en que este
Maestro no estaba huérfano: tenía un Padre, en cuyas manos Jesús cuidaba sus
ovejas, y de allí nadie podrá arrebatarlas.
Jesús, el Padre, nosotros. El Pastor, el Redil, las ovejas. Como en la metáfora
del evangelio y como en la vida de cada día. En nuestro mundo, hay tantas voces
de gente que se ofrece a “cuidarnos” y a velar por nuestras mil “seguridades”.
Pero uno sospecha de tanto favor “desinteresado” cuando en el fondo te ves a la
intemperie, cargado de avisos, de normas, de recortes, de intereses y
controles, de amenazas... y con demasiado poco corazón, buscando tal vez tan
sólo que compremos su marca, o votemos sus siglas, o coreemos su afición. El
Buen Pastor no tenía ninguno de esos precios, sino que el dar la vida se hacía
gratis, por amor.
No
obstante, aquel Buen Pastor no se quedó allí, hace dos mil años. Él ha
prometido su presencia y cercanía hasta el final de los tiempos. Seremos “ovejas”
de tan Buen Pastor si también nosotros oímos su voz, palpamos su vida
entregada, y las manos del Padre de las que nadie nos podrá arrebatar. En la
medida en que permanecemos en ese Pastor Bueno, crece nuestro corazón y se ve
rodeado de una paz que no engaña, y de una esperanza sin traición. Tenemos necesidad de pastores que nos
recuerden las actitudes del Buen Pastor, y debemos pedir al Señor que nos
bendiga con muchos y santos sacerdotes según el corazón de Dios.
Pero cada uno, desde la vocación que haya recibido, debe testimoniar lo que
supone la compañía de tal Buen Pastor: dejarse pastorear es dejarse conducir
hacia el destino feliz para el que fuimos creados, para que aquello que Él nos
prometió se siga cumpliendo, y esto llene de alegría a nuestro corazón, de esa
alegría de la pascua, que como las ovejas de Jesús de las manos del Padre,
nadie nos podrá arrebatar.
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Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo
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